Una marcha histórica
Por primera vez en la historia de Salta, se realizó una marcha en apoyo a los padres que no quieren que se siga impartiendo educación religiosa en las escuelas públicas de la provincia. Desde hace más de dos semanas que se viene hablando de este tema mientras se espera el fallo de la Corte Suprema de Justicia. El caso pasó a la órbita nacional dada la inconstitucionalidad de la ley provincial impuesta por el gobernador Urtubey en 2008, en connivencia con las altas esferas eclesiásticas, directivos, docentes y toda una comunidad tradicionalista.
Más de 200 personas se congregaron el jueves 24 de agosto, en la plazoleta Cuatro Siglos, a una cuadra de la catedral. A las 18 fue la cita y de a poco fueron llegando algunos curiosos, que miraban tímidamente quién más estaba. Se desplegaron las banderas de partidos de izquierda y los militantes que recién se animaban a entonar los cánticos que terminarían dando comienzo a la marcha. La mayoría de los asistentes eran mujeres y miembros del colectivo LGBT, dos grupos de los más golpeados por la Iglesia católica. Pocos hombres o familias presentes. Unos cuantos uniformados miraban impacientes, como expectantes. Un hombre aprovechó la multitud que se estaba armando para pedir monedas y dar a cambio una estampita. “Te equivocaste de hora y lugar”, le dijo otro de unos sesenta años mientras le daba un billete de cinco pesos.
Casi pisando las siete de la tarde la marcha avanzó finalmente al ritmo del “olé, olé, oléeee, oláaaa” característico y dio su primera vuelta a la plaza 9 de Julio sin generar ningún disturbio. Se comenzaron a ver las caras atónitas de los feligreses que asistían a la novena del Milagro y de algunos turistas que no entendían demasiado bien de qué se trataba. En la segunda vuelta, el grupo que encabezaba la marcha paró frente a la catedral para seguir cantando; cuatro policías se acercaron a los gritos ordenando que no detuvieran el tránsito. La gente no les prestó atención, siguieron cantando. De la catedral salieron unas mujeres con caras nerviosas luciendo pecheras bordó, algo así como un grupo de defensoras de lo espiritual queriendo armar un cordón informal frente a la entrada, sin terminar de decidir qué hacer. Un poco de tensión surcó el aire durante unos minutos, la prensa apuntó cámaras y celulares a la multitud con la iglesia de fondo; todos esperaron algo que al final no ocurrió. La marcha siguió su curso para terminar donde había arrancado. Un viejo pasó por el medio de la multitud gritando “¡Viva Dios!”. “Dios ha muerto”, le contestó otro. Una vieja arrugó (más) la cara y preguntó “¿No tendrán nada más que hacer?”, apuntando el dardo al conjunto pidiendo educación laica para todos. Algunos se rieron y otros respiraron aliviados, como si la aparición de estos personajes asegurara el éxito de la movilización. A alguien le molesta, lo están viendo, pero se quedan en el molde. Ladran Sancho.
“No pasa nada”, decían algunos en las redes sociales. “¿Qué historia se hacen por la religión en las escuelas cuando hay problemas más importantes?”, “Las escuelas se caen a pedazos y se discute religión sí o no”, se podía leer en respuestas a comentarios invitando a la marcha, como dudando de la importancia de esta lucha. Es que muchos olvidan que no es una cuestión menor. La religión en las escuelas es el principal obstáculo a la hora de impartir educación sexual integral, realizar debates sobre el cuidado del cuerpo o hablar sobre violencia de género. Y ni hablar de la discriminación que surge hacia aquellos niños o jóvenes que no profesan la religión católica. La clase de religión está lejos de ser plural e inclusiva. Si no te gusta el dogma cristiano, te vas afuera, a dar vueltas en el patio.
Independientemente de lo sucedido en esta primera marcha y de la discusión de fondo hay algo que no se puede negar y es que antes ningún salteño se hubiera imaginado una marcha para pedir que se quite la religión de las escuelas públicas. Los tiempos están cambiando.