Peregrinos al Skay
El pasado sábado 23 de septiembre el ex Redondito de Ricota Skay Beilinson se presentó en el Club Deportivo de Vaqueros, a 15 kilómetros de la ciudad de Salta. Asistieron más de dos mil personas y muchos otros que se quedaron afuera. La presencia policial intensa y los problemas organizativos no impidieron la fiesta al compás de los riffs del ‘flaco’ que fuera guitarrista de la emblemática banda de La Plata.
Habiendo pasado una semana desde que los peregrinos visitaran la ciudad para venerar a las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro, en un claro ejemplo del clásico La Biblia y el Calefón, otros peregrinos venidos de distintas provincias del norte comenzaron a congregarse en el camping que está en el mismo predio del Club Deportivo Vaqueros. Parecía un lugar pensado para ellos: parrillas, espacio de acampe y apenas tres cuadras al almacén más cercano para conseguir todo el combustible necesario.
El viernes previo a la santa misa la Policía detuvo a unas cincuenta personas, en su mayoría jóvenes, al finalizar el recital de la banda local Perro Ciego, que transcurrió tranquilo y sin ningún sobresalto. Muchos dicen que la cadena se soltó debido a las expectativas políticas del actual intendente de Salta para congraciarse con ese sector que siempre pide mano dura y ponerse a tono con el estilo actual del gobierno nacional. Con ese mal sabor de boca aún presente, los rockeros caminaron el sábado al santuario donde un dios caído tocaría la guitarra para deleite de todos.
Al llegar al predio la tensión se hacía sentir. En el sector de camping, las cervezas y los cantos; en la puerta, la Policía montada sobre caballos y las manos derechas aferradas a los garrotes. Un contingente entero que recién llegaba desde Tucumán alzaba las banderas pintadas a mano mientras hacía fila y se mezclaba con otros fanáticos oriundos de Jujuy, Santiago del Estero y Salta. Allí en ese momento, todos eran hermanos. Un pibe que se vino a dedo desde Tucumán, lata de cerveza en mano y con varias más encima, se acercó simpático a donde esperaban los periodistas, a ver si alguno lo podía hacer entrar. "Yo hice muchas cosas malas en mi vida, pero ya estoy bien; esta es la única manera que tengo de sacar el diablo de adentro, loco", decía el ferviente parroquiano.
Al abrir las puertas del templo que otrora fuera recinto único para bandas folclóricas, daban la bienvenida un piso de tierra sufrido por tanta chacarera y un escenario extrañamente no muy alto. Unas cuantas vallas, personal de seguridad y una hilera de quioscos vendiendo cerveza (tres por cien pesos), lo que para muchos fue como llegar a la tierra prometida. Este hecho fue inusual para los acostumbrados a que en los recitales que se hacen en Salta no se venda nada de alcohol y esté terminantemente prohibido el consumo con riesgo de ser expulsado por la seguridad si se intenta romper la ley. La situación provocó que la Policía se pusiera más nerviosa, ya que al parecer no estaba al tanto, y sobre la marcha impidió el ingreso de menores de edad. Tal fue la negativa que los organizadores tuvieron que devolver dinero en la puerta a muchos jóvenes que todavía no cumplían los 18 y padres que llevaban a sus chicos para que conocieran un pedazo de la historia del rock nacional.
A las 22 en punto sonaron los primeros acordes y en los alrededores se escuchó el rugido bestial de la muchedumbre que comenzó a hacer presión para entrar, frenados por la Policía. La masa de feligreses se mantuvo a raya y cantó desde lejos acompañando los acordes del primer tema. Adentro la energía estalló y los pies comenzaron a levantar nubes de polvo que golpeaban contra la cara del sumo pontífice, concentrado en exprimir notas eléctricas de su guitarra. Una hora más tarde, ya nadie sabía dónde estaba. La cerveza se agotó junto con la promoción y el calor se convirtió en una entidad palpable. Todos se abrazaban entre sudores y olores. La fiesta adquirió vida propia. Ya cerca del final, cuando el 'flaco' arremetió con el obligado Jijiji, el bramido de los fieles que estaban afuera se hizo oír. Adentro todos se empujaban, todos, sin importar sexo, color, clase social o apellido porque a los ojos de los dioses del rock todos son iguales.
Cuando cesó la guitarra, la banda saludó y todos aplaudieron, nadie pedía otra. Las caras mostraban una mezcla de alivio y agradecimiento. Todos enfilaron hacia la única entrada, demasiado angosta para la multitud que se aprestaba a salir. Afuera ya no quedaba nada, solo los vestigios de una misa que se vivió de manera intensa hasta el último minuto. Vaqueros, símbolo de tradición gaucha y religiosidad, fue la meca para un contingente de hermanos que renovaron su pacto de fe y comunión con la música celestial.