La Palta

View Original

Hay que aprovechar los días lluviosos

Por Julián Miana.

Fue cuando falleció Irina que me di cuenta cuán importantes eran ciertos climas que no son frecuentes. Fue el día de su muerte que hacía un calor insoportable y cómo un mes antes habíamos estado hablando lo lindo que hubiera sido poder salir ese día. Un mes antes de que ella se muera, estábamos perfectamente. Los dos muy enamorados, aunque nos negábamos decir que estábamos en pareja, los dos lo sabíamos y el resto del mundo también lo sabía. Estábamos en pareja de la mejor, sin ponernos ni presiones ni apuros. Construíamos en pareja, teníamos proyectos.

Nos sentábamos en la cama a charlar durante horas del porvenir político de nuestro país en donde todo parecía achatarse de a poco y pretendíamos hacer la revolución después de hacer el amor. Ella pintaba unos cuadros maravillosos que yo en mi bestialidad jamás entendía, pero que sabía admirar en toda su infinita belleza. De significados nada. Yo escribía poemas de segunda que no se los lograba vender ni a las empresas desesperadas por jingles de tercera. Pero igual, por amor al arte, seguía.

Nos manteníamos con la venta. Venta de qué. De muchas cosas. Vendíamos películas, vendíamos sitios web, a veces vendíamos alguna reseña, vendíamos nuestro trabajo al capital privado cuando nos lo quería pagar. Vendíamos nuestras ganas de crear por comida, o por mero placer efímero -una cerveza, un poco más de yerba para el mate, para dejar de secar tanta y ocupar menos el sol.

De cualquier manera, Irina se murió. Por más que llevásemos la vida mas sana, menos sedentaria, menos contaminada de todas -aunque tomásemos cerveza-, Irina se murió. Una bacteria le entró en el cerebro y plaf, internada. Muerta en una semana. Al día siguiente el velorio. Todo en medio del calor agobiante, los cuarenta grados eternos, y la deforestación de la puta madre que los parió. Irina muerta y todos llorando, transpirando a punto tal que no podías saber si eran lagrimas o sudor. A punto tal que uno hubiera querido decirle adiós en shorts, pero la sociedad enferma dice que es de mala educación, que uno tiene que usar traje negro. Irina, te extraño.

Hay que aprovechar los días lluviosos en verano, los días nublados, los días que corre viento y las noches. Hay que aprovechar todas las noches porque en ese momento el calor baja y es posible salir a dar una vuelta a la manzana, caminando. Sin necesidad de ensuciarlo todo con autos o pretensiones de aire acondicionado.

Hubiera querido que ese 30 de marzo que llovió lo hubiésemos aprovechado. Que hubiésemos salido a mojarnos en los charcos y sonreír entre las gotas de agua. Hubiese querido no tener que trabajar, y que vos, Irina mía, no hubieses tenido que hacer papeles. Mirá la estupidez, los papeles, la burocracia nos costó el mejor día de nuestra vida. Podríamos haber tomado gaseosa en un bar cubiertas las cabezas y luego caminar por el parque mojándonos todo. Podríamos haber fumado los cigarrillos que he empezado a fumar ahora que no estás, porque la vida tiene que ser aprovechada, Irina mía. Ahora desdeño completamente los discursos de los médicos. El cáncer me importa un carajo, como hamburguesas más seguido, tomo el café que tanto me gustaba. Me desvelo buscándote. Grabo las noches tratando de descubrir cuál es más perfecta, y todavía no he llegado a un consenso, Irina, aún no te encuentro. Te invito a aparecer una de estas noches.

Duermo durante el día, porque durante el día no hay más que hacer que sentirse acalorado, agobiado, preso de un sol que nos tortura. Que se para ahí a mirarnos mientras las células de nuestros cuerpos se van quemando. Maldito sol.

¿Qué más puedo hacer?

Ayer ha llovido, por primera vez después de ese día. Por eso te escribo esto querida Irina. Ha llovido y he decido salir a jugar bajo la lluvia, aunque a los vecinos les parezca un loco y doña Rosa me haya querido hacer entrar a su casa para secarme y darme un café. Le dije que no, que iba después, porque quería jugar en ese momento. Y logré verte, Irina. Me saludaste, ¿te acordás?, logramos vernos por un instante. No volveré a perderme un día lluvioso, o una noche fresca, porque es ahí donde puedo liberarme del dolor y quizás encontrarte aunque sea en el rabillo de mi ojo y aunque sea por un segundo. Irina, te veo la semana próxima. Anuncian que lloverá. Y espero verte todo el invierno.