La labor del periodista (en medios hegemónicos)

Saliendo de la redacción de la calle San Martín, Ernesto Milagros se encontró en el aprieto más grande de la semana. Ni una nota, nada, cero. Muy preocupado a la vez, porque lentejas, arroz y huevos hervidos no eran un menú aceptable para más de una semana. Había bajado de peso, todos se lo habían dicho, y se sentía más desganado que de costumbre.

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Burocracia

Mamá debía entrar en la sala de Diagnósticos alrededor de las once. Era el último minuto, y aunque era una medida protocolar no podía seguir adelante. Ya sabíamos, cáncer a los huesos, ya sabíamos. Los médicos del seguro social habían entregado los resultados a papá tres meses después del pedido, cáncer a los huesos. Y sin embargo seguíamos adelante, porque no había otra. Papá no tenía mucho dinero, y ambos trabajaban para llegar a fin de mes, con la moneda devaluada, con mamá de pronto en recaída sin trabajo, con la comida apenas. 

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Salir a pescar

Me gustaba ir de pesca los domingos con Ferreira. Íbamos en su auto, auto viejo, ex verde del óxido en puertas y capó, pero bueno, de los buenos que ya no se hacen. Salíamos el domingo casi entrada el alba, en las primeras horas del día, para llegar alrededor de las ocho. Empezábamos a pescar no bien bajábamos del auto. A veces armábamos el campamento antes de ir, pero la gran mayoría esa tarea quedaba en segundo plano, para los momentos en los que agarraba hambre y recién ahí notábamos que no estaba mamá con la comida lista.

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Castillo

El viejo Vitget estaba sentado en un bar color de roble. Oscuro. Charlando en voz muy alta con unos cuantos de sus interlocutores usuales. Había decidido contar la historia más trágica de todo su repertorio, en vistas al día que se avecinaba: el día de los señores feudales. Todo aquel que poseía un castillo debía festejar y el viejo Vitget en alguna época había sido el orgulloso poseedor de un castillo particular.

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Piernas cruzadas

Están al frente mío, charlando en una mesa como buenas amigas. Yo, tomando cerveza, sentado con las piernas estiradas y cruzadas al final. Fumo con el placer que fuma un fumador. Las miro de cerca, sin que ellas sepan que las estoy mirando.

Fuman ellas también. Una tiene los ojos marrones muy grandes. La otra tiene piernas bellísimas, contenidas por un pantalón de historietas. Son piernas terribles y cuando se para, y me da la espalda, puedo ver aquello que a los hombres nos encanta ver y es perfecto.

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Este no es mi lugar en el mundo

Caminé por París, el París en el que yo vivo tratando de buscar mi lugar en mundo. No lo encontré. El París en el que yo vivo está muy alejado de la capital del país europeo. Mientras camino la ciudad se abre como un juego de edificios y colores. Se abre para que yo la mire de arriba a abajo, para que llore en sus rincones y me enoje con las muchedumbres que atestan las calles angostas. Hoy París está nublado y no importa, igual el calor toca los hombros, transpiramos, exudo el trabajo que no tengo, la bronca y el terror recientes. París está dominada por las fuerzas del orden que se desplazan azules en cada esquina, y mientras paso no pierdo la sensación de escupir en el piso aunque escupir me de asco. La gente que vive acá no tiene cara de estar feliz.

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Hay que aprovechar los días lluviosos

Fue cuando falleció Irina que me di cuenta cuán importantes eran ciertos climas que no son frecuentes. Fue el día de su muerte que hacía un calor insoportable y cómo un mes antes habíamos estado hablando lo lindo que hubiera sido poder salir ese día. Un mes antes de que ella se muera, estábamos perfectamente. Los dos muy enamorados, aunque nos negábamos decir que estábamos en pareja, los dos lo sabíamos y el resto del mundo también lo sabía. Estábamos en pareja de la mejor, sin ponernos ni presiones ni apuros. Construíamos en pareja, teníamos proyectos.

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Responsabilidad

Encontró diez pesos en la calle el día que cerraron la panadería de papá. No sabía nada, justo estaba llegando del colegio o de algún lado. En el camino de vuelta había muchos negocios, se compró un chanchito de porcelana. Pensó que estaría bueno guardar de vez en cuando algún vuelto del colegio, alguna moneda, para quizá algún día tener plata en serio y llenarle la caja al viejo, sorprenderlo, decirle mirá papá eso lo hice yo, y que el viejo estalle en lágrimas. Esas cosas les encantan a los padres y a los hijos más cuando aquellos son viejos y estos adolescentes que se están formando para el mundo de afuera que siempre asusta muchísimo.

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