"No nos han convertido en ellos"
Ausencias que llenan espacios
“Quisiera hablar sobre ellos, mi padre y mi madre”, dijo Marta al empezar su testimonio. Y es que en la búsqueda de la justicia muchas veces el relato se centra en los datos, esos que aportan nombres, lugares, actos. Pero los familiares, los hijos, los padres, los hermanos, las esposas, los maridos, tienen también la necesidad de contar quiénes eran esas personas que arrancaron de sus vidas. Personas que vivían, que habitaban las casas y llenaban los espacios con su presencia. “Mi padre era imprentero desde los 18 años”, continuó Marta, esta mujer a la que una vez llamaron para decirle que toda su familia había desaparecido, que se los habían llevado. Esta mujer que hoy es reconocida por su lucha y por su compromiso, por su militancia y por hacer de la búsqueda de verdad y justicia, no solo una bandera, sino una forma de vida.
Marta habló de cada uno de los integrantes de su familia, contó que Pedro y María del Carmen les habían enseñado dos grandes valores, el de la responsabilidad y el de la libertad, “Mi papá creía que para ser libres la única manera era siendo responsables”, dijo. Habló también de sus hermanos Silvia Margarita Rondoletto, de26 años y Jorge Osvaldo Rondoletto de 25. Silvia era docente, trabajaba en dos escuelitas, una en el Cadillal y la otra en el Timbó, y también estaba estudiando Ciencias de la Educación. Jorge además de trabajar estudiaba en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y estaba casado con Azucena Bermejo. Azucena era profesora de geografía, tenía algunas horas en varios colegios y estaba embarazada de cuatro meses cuando se la llevaron. “Me dijeron que Jorge trató de proteger a Azucena y fue brutalmente golpeado”, contó Marta ante el tribunal.
Marta estaba en Buenos Aires cuando ocurrió el secuestro de su familia. Se había ido tras un allanamiento en la casa donde vivía con su esposo. Fue allí donde se enteró que hacía doce días su familia había sido secuestrada. El operativo se realizó en medio de la siesta del 2 de noviembre de 1976. En la casa familiar, donde además funcionaba la imprenta, se encontraban algunos empleados. A ellos les dijeron que volverían en 15 minutos y, si alguno todavía permanecía en el lugar, sería asesinado.
Eustaquio César Gramajo fue una de las personas que presenció todo y con sus 81 años, después de 37 años de espera, contó lo que ocurrió aquella tarde. “Las últimas palabras que escuché decir fue ‘Por favor no nos maten, por favor, por favor, adónde nos llevan’", contó don Gramajo. Eran las palabras de María del Carmen, madre de Marta.
Adónde se los llevaron, qué hicieron con ellos, fueron incógnitas que Marta Rondoletto trató de ir resolviendo a lo largo de estos años de lucha y búsqueda. Primero supo que estuvieron en el Centro Clandestino de Detención (CCD) que funcionaba en Jefatura de Policía. Más tarde, por la declaración de dos ex gendarmes, supo que su padre y su hermano estuvieron en el CCD que funcionaba en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Fue Antonio Cruz quien relató el asesinato de Jorge y Pedro, primero fue el disparo, tirarlos al pozo, taparlos con gomas y prenderles fuego; ese era el procedimiento. Pero el ex gendarme Cruz contó además que, al advertir que uno de los cuerpos todavía permanecía con vida, le pidió a Barraza (quien había dado el disparo por orden del coronel Caffarena) que sea rematado. Barraza no lo permitió.
Los años de militancia de Marta Rondoletto la hicieron una mujer reconocida por sus pares. Ella era delegada de Canal 10 y formaba parte de la comisión directiva del gremio de Prensa. Su compromiso con los Derechos Humanos es una elección de vida y, con la fortaleza que supo construir atravesando el dolor, miró de frente a los imputados, demostrándoles que no les tiene miedo. "Esta es mi familia, no nos han vencido", les dijo mostrándoles la única foto que conserva donde están todos juntos.
La dictadura militar, con su plan sistemático de exterminio y usando toda su estructura, quiso esconder, en la figura del desaparecido, miles de crímenes. “La figura del secuestrado, del detenido desaparecido es terrible”, dijo Zaira Auat de Díaz Macías. Su esposo Enrique Díaz Macías desapareció un 9 de enero de 1976 y la respuesta que recibió de Zimmerman fue: “¿Usted está segura que no se fue con otra mujer?”. “Me estaban faltando el respeto con eso”, afirmó Zaira que concluyó su testimonio diciendo: “Para nosotros es un día hermoso, porque tenemos justicia. Y a pesar de todo hemos llegado bien, sanos, dignos. No nos han destruido”.
Orgullosos de ‘nuestros’ padres y madres
La persecución a obreros, estudiantes, políticos, sindicalistas se extendió en muchos casos a toda la familia. “Si decía mi apellido era peligroso”, dijo Claudia Fote. Claudia es hija de Fortunato Leandro Fote, que permanece desaparecido.
Fortunato Leandro Fote tenía 38 años y vivía en Buenos Aires cuando fue secuestrado. Militaba en el Partido Revolucionario Tucumán – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y había integrado la comisión directiva del Sindicato del Surco del Ingenio San José. Además había sido diputado provincial durante la presidencia de Arturo Illia. Claudia tenía 6 años cuando desapareció su papá. Contó que su padre se había ido a la estación de trenes de Buenos Aires con su prima Ana Díaz, que cuando Ana se retiró él quedó allí esperando a alguien. Nunca más volvió. Desde entonces ella y su familia tuvieron que esconderse, hubo noches que pasaron a la intemperie. “Mi mamá me contaba que estábamos en una historieta”, comentó Claudia. Pero una noche dieron con el paradero de la familia y se los llevaron a todos.
Claudia tiene en total 22 miembros de su familia desaparecidos entre los que se encuentran su madre, su padre y su hermano. La noche que se llevaron a su madre, hermano, primos y tíos la dejaron a ella en la casa de una vecina con ‘Ramoncito’. Ramoncito era hijo de Lucía Pintos, una mujer que la cuidaba y que era como parte de la familia. Al día siguiente la llevaron a un juzgado (según recuerda Claudia). A Ramoncito no lo volvió a ver hasta muchos años después cuando fue recuperado por su familia. Había sido dado a un comisario. Claudia volvió a Tucumán junto a su abuela, pero tuvo que cambiarse el apellido. Hoy puede decir orgullosa que su nombre es Claudia Fote. Ese orgullo que demostró cuando dijo “Sé que mi papá fue un gran dirigente, fue una gran persona”.
Ana María Sosa, o Anita como le dicen sus afectos, era profesora en Ciencias de la Educación y militaba en el Partido Comunista Revolucionario (PCR). Tenía 38 años cuando fue secuestrada y tres hijos pequeños. Su esposo Carlos Alberto Reynaga y su hijo Diego Reynaga Sosa declararon el viernes en el Tribunal Oral Federal de Tucumán (TOF). Los dos contaron que ese 8 de agosto de 1976 Anita se había ido a una reunión, pero no regresó. Esa misma tarde allanaron su casa y se llevaron a Carlos para hacerle algunas preguntas. Él sí volvió. “Nos quedamos con mis hermanos solos. Recuerdo a mis hermanos llorando, me acuerdo mucho el caos, la casa dada vueltas”, dijo Diego. Su voz evidenciaba una emoción entre contenida e incontrolable mientras recordaba lo que le habían hecho vivir cuando era un niño.
Diego contó que Diana Fabio, testigo que ya declaró en audiencias anteriores, le relató las circunstancias en que Ana fue secuestrada. “Fueron retazos de historia que se fueron reconstruyendo”, reflexionó.
Ángel Manfredi militaba junto a Anita y ambos habían sido llevados cuando celebraban el Día del Niño en la zona de La Banda. Lola Farhat, esposa de Ángel, también declaró y contó que en su casa realizaron un allanamiento esa misma tarde. Recordó que fueron muy violentos con ella y con sus tres hijos. “Toda su vida ha sido un compromiso social”, dijo Lola entre lágrimas. “Él quería, deseaba un mundo mejor”, añadió reponiéndose del dolor y afirmó que “su principal delito fueron sus ideas”.
Es que a pesar de habérselos llevado, a pesar de haberlos querido sentenciar al estigma social de “guerrilleros”, “subversivos”, “extremistas”, como si eso justificase tanta atrocidad, no lo consiguieron. “Lo único que lograron con las desapariciones forzadas es que ellos estén más presentes que nunca”, había dicho Marta Rondoletto. “Estoy orgulloso de ser hijo de mi madre”, expresó emocionado Diego Reynaga. Con esas palabras reivindicó la lucha de miles de personas que luego sus hijos abrazaron, los hijos y las hijas de la misma historia.
Carta de amor que atraviesa el tiempo
Alicia Marta Montenegro declaró el día viernes por la causa de su marido, el ex senador Damián Márquez. “El que huye acepta una culpa y yo no tengo ninguna culpa así que no me tengo que ir”, le había dicho Damián a Alicia cuando le sugirieron que abandonen la provincia, e incluso el país. En aquel momento habían secuestrado a Vargas Aignasse y a Dardo Molina y eso ya hacía temer por Damián.
Alicia contó todo su periplo en la búsqueda de su esposo, cuando habló con Antonio Domingo Bussi, con el comandante Llanos, con Roberto Albornoz. Las respuestas siempre fueron evasivas. “No lo conozco, no lo tuvimos, no lo tenemos y no lo tendremos”, le dijoBussi. “Mi marido no se fue, se lo llevaron”, dijo Alicia al recordar que algunas respuestas sugerían que se había ido por propia voluntad.
Los años, la ciencia, la lucha y la historia le dieron la razón a Alicia. Los restos de su esposo fueron identificados entre los hallados en las fosas del Arsenal Miguel de Azcuénaga. El 31 de marzo fueron inhumados. A Damián se lo llevaron, lo torturaron, lo asesinaron y ahí quedó su cuerpo para contar la verdad de una manera innegable. “Pero no nos convirtieron en ellos”, dicen cientos de veces los militantes por la Verdad y la Justicia.
Al finalizar su declaración Alicia leyó una emotiva carta firmada por ella y sus hijos. “El día que mi marido fue secuestrado parte de nuestro corazón se fue con él. Nos devastaron pero no nos destruyeron”, decían esas líneas que Alicia leía con convicción. “Fuimos tratados como parias…escuchamos tanto esa frase ‘Algo habrán hecho’…Hoy pido justicia, verdad y memoria para él”, concluyó Alicia Montenegro.
Rompecabezas que se arman, batallas ganadas
María Cristina Rodríguez Román de Fiad fue secuestrada cuando iba a buscar un grabador a la casa de Raúl Vaca. El artefacto en cuestión lo tenía otra persona para reparar. Cuando se disponía a acercar a Raúl a una lavandería un grupo de personas los interceptaron, bajaron a sus hijos del automóvil y se llevaron a Raúl y a María Cristina en aquel vehículo.
María Cristina vio y escuchó mucho, todo lo dijo ante el tribunal. Contó que escuchó que el 12 de octubre de 1976 mataron a Enrique Díaz. Que vio cuando a un hombre de Tafí Viejo dejaron morir colgado de un día para el otro. Que vio a NC (testigo protegida), "decía que estaba embarazada", comentó. Entre las personas con las que estuvo mencionó a Teresa Guerrero y a José Díaz Saravia. También habló de ‘Trini’ Iramaín, dijo que fue una de las personas que separaron de una fila y que luego escuchó una fuerte balacera. Afirmó que estuvo con Ana María Sosa,"era una mujer de una bondad sin límites", agregó. Ese mensaje les llega hoy a los hijos y nietos de Anita como también les llegó el mensaje de Enrique Sánchez a su esposa y su hijo (que se encontraban presentes en la audiencia)."Buscala a Alicia y decile que los amo", le había dicho Enrique a María cuando ella iba a ser liberada.
También la testigo habló de los interrogadores. A Varlea le decían ‘Naso’ y a Güemes se lo conocía como ‘Moreno’. ‘El Indio’ le decían a quien hoy se encuentra entre los imputados, se trata de Marcelo Omar Godoy y sigue las audiencias desde Ezeiza. “Gozaba cuando torturaba a la gente”, agregó María Cristina.
Haydee Ance habló del secuestro y la posterior búsqueda de su esposo Humberto Barrionuevo. Recordó la hora precisa en que ingresaron a su casa. Eran las 12.45, estaba su hijita que recibió un golpe por decir “Papá, adónde te llevan”. La pequeña tenía ocho años. “Decile a Humberto que ya no lo puedo esperar más”, le dijo su padre antes de morir. “Todo esto es muy doloroso, el juicio llega demasiado tarde…Estamos viejos, yo y ellos”, había dicho María Cristina en su momento. Y es que 37 años de lucha son los que hicieron que esto suceda y, aunque para todos es un “por fin”, la sensación de tardanza nadie se la puede terminar de sacar. Hay testimonios que no llegaron, otros se incorporan por lectura porque se han hecho declaraciones en otras instancias. Muchos murieron sin ver que esto era posible. Pero los que llegaron y ven que eso que ni siquiera estaba en el plano de lo imaginable hoy es real no dudan en afirmar: “No nos han vencido, no nos han convertido en ellos”.