La Palta

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Un aporte a la educación popular

Fotografía de Koratmember- Freedigitalphotos.net

En el imaginario de muchas personas la palabra educación se asocia con los delantales blancos, las tizas, el manual de contenidos y el maestro instruido que aporta luz a sus “alumnos”. Así, entre tablas, frases ilustradas y efemérides, los conocimientos son impartidos como si fueran una especie de depósito bancario. Llegan desde arriba y se instalan en la cabeza del estudiante por un cierto tiempo, hasta que este decide agotarlo por depósitos más efectivos.

Esta mirada verticalista de la “maestra ciruela” que se enorgullece de la repetición y no toma en cuenta la capacidad creativa de sus aprendices, es la que ha venido desarrollándose hace siglos.

Sin embargo, nuevas voces y propuestas aparecen con respecto al tema: la educación popular que aparece para romper con estos esquemas . Con la idea de socializar y debatir la inserción de este tipo de pedagogía se implementan programas que aportan al sentido crítico y  a las bases de una educación para el desarrollo.

En Tucumán se implementan desde el año 2009 los talleres de Ciudadanía y Derechos Humanos con el objetivo de dar inicio al proceso de cambio en las escuelas.

La propuesta comienza con la nueva Ley de Educación Nacional, que plantea la obligatoriedad de la educación secundaria. Así, se abre la posibilidad de que un amplio sector, que hasta entonces se mantuvo alejado a la educación, tenga acceso a la escuela. A la vez, esta ley ayuda a superar parte de la situación de desempleo que pervive en los educadores desde hace algunas décadas, principalmente en los jóvenes y en los adultos mayores. Así aparece el programa del Ministerio de Trabajo “Jóvenes por más y mejor trabajo”, que apunta a una franja etaria de 18 a 24 años y se articula con ministerios de educación. En la provincia, se realiza un convenio con el sector de educación de adultos y en el marco del mismo surgen los talleres. Con el objetivo de mantener en marcha el programa del Ministerio de Educación, los mismos se inician como talleres de verano que no tuvieron muy buena aceptación en el comienzo. Por ello era necesario construir la institucionalidad de estos,  “nosotros empezamos a pensar cómo los talleres ingresaban dentro de la dinámica institucional y educativa y, además, evaluar qué aportaban a los jóvenes” expresa Adrián Barón, quien fue director de los talleres de Ciudadanía y Derechos Humanos.

En ese sentido los talleres se pensaron como un espacio de innovación educativa desde un sentido metodológico y en relación al contenido. En lo metodológico, a partir de un abordaje educativo con un constructo entre una educación no formal y la tradicional, por ejemplo, trabajando con expresiones artísticas como el teatro junto al estudio de la psicología social. En relación al contenido, los talleres partieron desde un contenido nulo, es decir, aquello que la escuela no elige como contenido para trabajar y está ausente en la curricular. “Empezamos a considerar qué de aquello que tenía que ver con la construcción de la Ciudadanía y con los Derechos Humanos estaba nulo”, explica Adrián.

Además, los talleristas que forman parte del proyecto provienen de diversas ramas de las ciencias y de las artes, lo cual permite construir una dinámica de trabajo en parejas que se nutre en el continuo intercambio de conocimientos y experiencias entre los mismos talleristas. “Estaba bueno trabajar en pareja, donde se potencian los saberes y se fortalecen los procesos pedagógicos, grupales y demás”, comenta Adrián, resaltando la intención de generar una construcción colectiva de la propuesta jurisdiccional que implique a todos los orientadores, es decir, que se supere la idea de “un grupo de técnicos que le imponen a los docentes lo que se tiene que hacer” por una construcción participativa en la que los docentes encuentren algo propio de los actores del proceso educativo.

La propuesta asume como marco teórico abierto a la educación popular, donde se plantea un curriculum modular y estructuras que tienen en cuenta una serie de cuestiones como la propia existencia de los sujetos, la problematización de su propia realidad y otras cuestiones complejas que atraviesan a este tipo de educación. “Cuando empezamos a estudiar la propuesta nos dimos cuenta que los talleres anticipaban mucho de esas prácticas que se proponían para la nueva estructura curricular”, explica Adrián, y es a partir de esto que se decide incluir a los talleres dentro del trayecto curricular formal. Así, la currícula tiene tres módulos: el módulo de vida cotidiana, el módulo de aprendizaje para el trabajo y el módulo de aprendizaje para la participación ciudadana. En este último es donde se incluyen los talleres de Ciudadanía y Derechos Humanos.

Resistencia que abre procesos de debate

A pesar de que la educación popular en los últimos años cobró más fuerza en las discusiones académicas, muchas escuelas aún mantienen una visión muy tradicionalista y verticalista en su estructura curricular. Por ello, consideran inaudito o absurdo el planteo al punto que niegan la prosperidad de dichos programas. “El problema de esto es que los talleres tienen un respaldo político pero no legal y las escuelas tienen una construcción de lo legalista muy fuerte”, comenta Barón dando a entender que muchas veces se cuestiona la necesidad del programa. Programa que no aparece en los papeles pero adquiere gran fuerza desde lo pedagógico.

“Si los jóvenes pueden vivenciar ese proceso educativo desde los talleres, entonces tenemos que preguntarnos ¿por qué no podemos aplicarlo a los espacios de educación formal?”, reflexiona  Adrián con respecto al aporte de los talleres para abrir camino a las nuevas estructuras pedagógicas que se proponen desde lo freireano.

Esta discusión que abre la resistencia a la educación popular permite repensar bases de este tipo de pedagogía y mantener en constante resignificación la idea de una educación participativa, a lo que Adrían agrega que “estos procesos de construcción necesitan ir ganando procesos de organización y estos últimos tienen que ir ganando producción de estrategias que superen las resistencias y generen realidades nuevas. Y a medida que se generan realidades nuevas se encuentran resistencias nuevas”.

Contradicciones que se deben superar

Este proceso genera fuertes contradicciones en la estructuración de la experiencia. Por ejemplo, las condiciones de trabajo de los talleristas que demanda un doble esfuerzo de los orientadores y cuya retribución se hace esperar. “El problema aparece cuando se niega la contradicción, porque negarla implica negar o patologizar el conflicto. El tema es cómo se trabaja el conflicto”, comenta al respecto Adrián Barón y agrega que “si uno quiere generar procesos críticos, tiene que generar procesos autocríticos también”, dejando en claro que una contradicción muy fuerte en este tipo de programa recae en que son programas y políticas que tienen un sustento progresista en relación a pensar la educación popular en el Estado, en construir ciudadanía y derechos humanos, pero las condiciones laborales son neoliberales.

Javier Sadir

jsadir@colectivolapalta.com.ar