Cuando la vida no valía nada
“Me han dejado deshecha mi vida”, dijo entre sollozos. “Si ustedes me dejan yo mostraría mi cuerpo, cómo me han dejado ellos”. Josefa Nicolaza Oliva fue la primera testigo en declarar el jueves 22 de agosto. Habló de su secuestro, de cuando estuvo detenida en la Base Militar instalada en el ex ingenio Santa Lucía. Contó las torturas, las mutilaciones. “Eran unos caníbales”, dijo una y otra vez, “te violaban. Te agarraba uno, te agarraba otro, te agarraba otro y uno no podía hacer nada”. “Era insoportable el olor a podrido”, afirmó Josefa, que enumeró detalladamente lo que producía esos olores. Su declaración fue escalofriante, cruda. Josefa no quiso que se aplicara el protocolo de tratamiento a testigos víctimas de delitos sexuales y habló de su propia violación ante toda la audiencia. “Uno estaba podrido en vida cuando estaba ahí metido en ese calvario”, repetía Josefa. Contó cómo Antonio Domingo Bussi asesinó a una mujer después de haber dado a luz. "Si vos hubieras dicho dónde está tu marido no te pasaba esto", recordó que dijo el genocida que se llevó aquel recién nacido. Precisó que en los cerros de la zona de Yacuchina (comuna rural El Cercado, localidad de Monteros) se tiraban cadáveres desde los aviones y que vio cómo un joven, Ceferino Rivero, al que le decían el ‘Mocho’, fue ‘crucificado’ y dejado morir desangrado a causa de una mutilación. Y a pesar que algunos abogados de la defensa se reían durante su declaración, de que el defensor Facundo Maggio pidió que sea evaluada por peritos psiquiátricos, ella siguió contando todo lo que recordaba. “No me puedo olvidar de todo lo que me han hecho”, dijo antes de retirarse.
El segundo testigo de la mañana del jueves fue Pascual Ariño, hermano de Joaquín. Joaquín Ariño fue secuestrado el 3 de junio de 1977 en su domicilio. “Ahí comenzó el calvario”, dijo Pascual que narró todo lo que su padre hizo por averiguar el paradero de su hermano. Contó, además, que Joaquín trabajaba en la imprenta de la Facultad de Derecho donde también estaba estudiando. Señaló que el imputado Miguel Ángel Chuchuy Linares le había dado información a su padre sobre ese secuestro. Linares pidió la palabra y, si bien confirmó que conocía a la familia Ariño, negó que haya hablado con el padre de Pascual y de Joaquín.
Después de 37 años
“Sobre esta experiencia yo cerré los ojos y bajé una cortina. Me cuesta mucho hablar. Permanecí con miedo durante muchos años”, dijo BM. La testigo debía declarar a las 9.30 h. Nuevamente los planteos de la defensa dilataron el inicio de la audiencia. Esta mujer, que declaraba por primera vez después de 37 años, esperó y se sentó ante el tribunal pasada las 15 horas. Empezó contando su secuestro y las torturas a las que fue sometida. “Ahí comenzó una experiencia terrible de terror, de sensación de muerte”, dijo BM. “Me preguntaban si estaba embarazada y me golpeaban en el estómago. Me quemaron con cigarrillos”, decía mientras apretaba sus manos. Las picanas, la cama elástica, los gemidos, los llantos, los gritos.
BM fue liberada. Antes le hicieron escribir una carta dirigida a sus padres donde le obligaron a poner que estaba detenida por un ‘comando anticomunista’. Como si las atrocidades de las torturas no fueran suficientes, los secuestradores se ufanaban de su perversidad. Le dijeron que harían un pacto con ella, que la liberarían y traerían a su hermana de 18 años en su lugar. “Yo me negué”, dijo llorando, “ella no tenía ninguna militancia”.
Le aseguraron que la controlarían, que no se fuera del país. “Yo soy dueño de tu vida y de tu muerte”, le había dicho uno de los interrogadores y torturadores al que BM señaló como ‘Vargas’. Ya otros testigos indicaron que ‘Vargas’ era el seudónimo de Varela, al que también decían 'Naso’. La testigo lo describió “era alto, blanco, con un bigote importante y una nariz que destacaba en su rostro”. Las características concuerdan con el imputado Luis Orlando Varela.
Al tiempo que fuera liberada fue llamada para que acuda a una ‘cita de control’. Allí se encontró con ‘Vargas’ que le pidió que se dirigiese a la casa de Luis Eduardo Falú. “Vos creo que tenés tiempo. Andate”, contó BM que le dijo a Lucho. Pero él le contestó que no lo haría, “¿Por qué me llevarían a mí?”, le había respondido. Lucho Falú fue secuestrado el 14 de setiembre de 1976. Fue visto en el Arsenal Miguel de Azcuénaga por muchos testigos. Uno de ellos describió la forma en que Lucho fue asesinado.
“Quiero agradecer al tribunal esta oportunidad que me dio”, dijo BM antes de retirarse. Y así, como pudo sostuvo su voz y agregó: “Yo tenía 22 años y muchos sueños que, a pesar de todo, no pudieron exterminarlos. Mis hijos y mis nietos quizás no tienen el mismo pensamiento que yo hace 40 años, pero esperan un mundo mejor. Yo también”. Y el llanto contenido estalló en la sala.
Esa última imagen
Cada uno tiene, de los seres que ama, una imagen, un recuerdo. De esas personas que no se ve hace un tiempo uno conserva en su memoria una especie de fotografía o una anécdota. “Se llevaron a mi tía en camisón y descalza”, dijo María Mercedes Barrionuevo como si estuviera viendo esa ‘foto’. María tenía 9 años cuando María Tránsito Barrionuevo, su tía, fue secuestrada en Tafí Viejo. Contó que su padre había sido un preso político y que era Tránsito quien llevaba adelante su causa. “En el año 76 fuimos una familia muy señalada”, recordó. “Hemos vivido situaciones muy difíciles y muy límites en mi familia”, agregó al final de su declaración.
“Ella se había sacado el abrigo, lo había dejado en el asiento de atrás”. Ese es el recuerdo que aún conserva la familia de Elda Leonor Calabró. “Mi suegra le quería dar el abrigo porque era un día muy frío”, contó Amalia Beatriz González de Calabró. Amalia fue la testigo que declaró por el caso de Elda, hermana de su esposo Juan Antonio. Su cuñada fue secuestrada el 15 de junio de 1976. Amalia recordó que Juan Antonio la llamó esa noche y le dijo que fueron interceptados, de regreso a la casa, por dos vehículos. Que sacaron a Elda del automóvil y la subieron a un Ford Falcon. Desde entonces no volvieron a verla. “Mi suegra nunca más se acostó en una cama, porque su hija capaz que no tenía una cama. Nunca más se sentó a una mesa, porque capaz que no tenía una mesa”, dijo Amalia durante su declaración.
Amalia contó como la familia Calabró buscó a Elda. “Mi suegro le entregó dinero a todas las personas que le pudieran traer alguna información por mínima que fuera”. Pero no supieron nada de ella sino hasta muchos años después. Fue Raúl Edgardo Elías, testigo que ya declaró en esta megacausa, quién afirmó haberla visto en el Centro Clandestino de Detención (CCD) que funcionaba en Jefatura de Policía. “Ella desapareció, pero aquí mataron a toda la familia. La mamá ‘malvivió’ esos nueve meses. Era un roble, pero la quebraron”, reflexionó la testigo.
El amigo, el hermano
Pedro Eugenio Dilascio era el amigo de Julio César Campopiano que lo acompañaba la noche de su secuestro. Contó que estaban en la casa de un compañero cuando llamó la madre de Julito y le dijo que habían secuestrado a su hermano. Julio le pidió que lo acompañara hasta su domicilio. Allí supieron con detalles lo que había sucedido. Juntos salieron a tratar de averiguar dónde se habían llevado a Gustavo, pero en el camino fueron interceptados por unos hombres. Pedro recordó que esos hombres preguntaron por quién era Campopiano y luego subieron a Julio al vehículo en el que se movilizaban. Él volvió al domicilio de la familia de su amigo y les contó lo sucedido. Esa fue la última vez que lo vio.
Juan Francisco Reyes fue el testigo presentado por la causa de Juan Manuel Quinteros. Reyes hizo el servicio militar en el año 1976. Contó que estuvo en el regimiento 19 y que lo enviaron a la Base Militar instalada en el ex ingenio Santa Lucía. Allí vio a Juan Manuel. “Lo he visto en una situación muy difícil, he visto cómo lo estaban sacrificando”, dijo el testigo. “Era amigo mío”, agregó este hombre sencillo que vio cuando le cortaban la oreja a Quinteros.
El último testigo del día jueves, Ramón Rubén Rodríguez, habló de la desaparición de su hermano José Manuel Rodríguez. José fue secuestrado el 3 de setiembre de 1976 en horas de la siesta. Ramón recordó que vio a su hermano en dos oportunidades en la Brigada de Investigaciones donde estaba detenido. Pero un día le dijeron que ya no estaba allí, que había salido en libertad. José no regresó a su casa. Su nombre figura en el ‘índice de declaraciones de Delincuentes Subversivos” con las siglas DF (Disposición Final), que indica que su ejecución fue decidida por la ‘Comunidad Informativa de Inteligencia’.
La oportunidad de sobrevivir
“Cuando la venda se me aflojaba, pedía que la ciñan. Porque si estaba vendado eso me podía salvar la vida”. Baltasar Acuña declaró por el sistema de videoconferencia. Desde Buenos Aires su testimonio llegó a la audiencia de la megacausa y dio cuenta de la desesperación por permanecer con vida. Contó que en una oportunidad escuchó que dos mujeres gritaban. Que luego fueron llevadas al lugar dónde él se encontraba tirado. “Mirá como me torturaron”, le decía una de ellas. Pero a él le resultaba sospechoso porque sabía que después de las torturas no se podía ni hablar. Dijo que no quería ni siquiera intentar sacarse las vendas para mirarlas porque se había dado cuenta que era una trampa. Que con disimulo pudo verlas y que no parecían haber sido torturadas.
En ese lugar pudo hablar con Oscar Berón. Recordó que cuando los guardias se daban cuenta que habían conversaciones entre los secuestrados, les daban ‘duras palizas’. Baltasar Acuña era militante del Partido Comunista y fue secuestrado cuando fue a retirar una encomienda a la terminal de ómnibus de Tucumán. Aquel secuestro ocurrió el 28 de junio de 1977 y estuvo en el Arsenal Miguel de Azcuénaga hasta el 9 de setiembre de ese año.
Durante su declaración afirmó que compartió cautiverio con María Isabel Jiménez de Soldatti. A ella le decían la ‘Decana’, porque había sido Decana en la Universidad Tecnológica Nacional, Regional Tucumán. Contó que a María Isabel la obligaron a atender partos y que, en más de una oportunidad, tuvo que asistir abortos de mujeres que habían sido torturadas en ese CCD. También señaló que en el lugar estuvo detenida una mujer de 72 años (que le dijo que había sido llevada porque no habían encontrado a su hija). Además había un muchacho de apellido Cruz, que era de la localidad de Monteros y otro de apellido Jotar que era delegado de la empresa Coca Cola. Habló con un señor mayor de la zona de ‘Los Medina’ y con una mujer embarazada que decía ser esposa de un policía de San José.
Fueron muchas las veces que Baltasar Acuña dijo que evitaba mirar. Él sentía que esa era su única posibilidad de sobrevivir en ese lugar donde, según sus propias palabras, vivió el infierno.
Lorenzo Lerma es otro sobreviviente del terrorismo de Estado. Después de haberse agotado las instancias para dar con su paradero (lo último que se sabe de él es que estaba viviendo en Costa Rica), el tribunal resolvió que se incorpore por lectura su testimonio brindado en otra oportunidad. En esa declaración Lorenzo detalló las torturas a las que fue sometido: “cada vez que me negaba a algo me ponían la picana en todas partes de mí cuerpo”.
Lorenzo estuvo secuestrado junto a Juan Pastori, al ‘Pibe’ Lerner, a Alfredo González, a Juan Carreras. “En ese lugar la vida no valía nada”, había dicho Lorenzo. “Llegué al límite. No quería luchar más por mi vida”. Andrés Héctor Lorenzo Lerma fue liberado el 20 de diciembre de 1976. Su familia no lo reconoció por el estado en que volvió. Llegó con las costillas rotas y estuvo sin poder caminar mucho tiempo. Su pie se había infectado por pisar descalzo, mientras estaba herido, basura y excremento. “Todavía me persiguen los gritos”, dijo Lorenzo en la declaración leída durante la última audiencia. “Ese recuerdo me atormentará toda mi vida", agregó sobre el final este hombre que logró sobrevivir.
Por la tarde del viernes se leyeron los testimonios de Norma Judith Soria, Analía de Alarcón, Ignacio Arnaldo Fochi, Ángela Fermina Díaz y Marta López. Antes de terminar se presentó el cronograma con las fechas previstas para las inspecciones oculares en los lugares donde funcionaron los Centros Clandestinos de Detención y para el inicio de los alegatos.
Se empieza a recorrer el tramo final de este juicio. Los testimonios escuchados dieron cuenta del horror que se vivió en la provincia desde antes del golpe militar de 1976. Muchos de ellos ya fueron escuchados en los juicios anteriores, otros fueron contados por primera vez ante un tribunal. Todos atravesaron 37 años de espera. Todos exigen justicia. La justicia necesaria para seguir adelante. Todos esperan que el 'pacto de silencio' se rompa y saber de una vez por todas dónde están. Porque la vida de aquellos que desaparecieron sí valía. Y porque valía, se las quitaron.
Gabriela Cruz
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