La verdad que se hace presente
“A pesar de las dilaciones, de las estrategias para deslegitimarlo, el juicio avanza”. Esta es una de las afirmaciones que más se escuchó a lo largo de estos diez meses. A esta altura solo queda una audiencia en la que se recibirán testimonios. Esta semana se realizará la última inspección ocular. Efectivamente, el juicio avanza y empieza a transitar la última etapa antes de la sentencia.
Reconocimientos en el sur de la provincia
El jueves se realizó el reconocimiento de tres Centros Clandestinos de Detención. Se empezó en la comisaría de Monteros, luego se siguió por el ex ingenio Nueva Baviera y por último la escuela Diego de Rojas, conocida como la ‘escuelita de Famaillá’.
La comisaría de Monteros se conserva prácticamente sin modificaciones. Junto a los jueces, los fiscales, los abogados querellantes y defensores, los testigos recorrieron las celdas e indicaron los espacios donde estuvieron detenidos y donde fueron torturados. Elisa Medina y Fidel Emilio Correa fueron quienes participaron de esta inspección en su calidad de testigos. “Ahí me colgaron, me torturaron, me quemaron con cigarrillos”, dijo Elisa. Las palabras dichas en la audiencia cuando le tocó brindar su declaración esta vez iban acompañadas de una indicación precisa del lugar. “Ahí”, “aquí”, “allá”. El dedo índice que señala y la mirada de todos que además imaginan el horror habitando el espacio.
El ex ingenio Nueva Baviera se encuentra totalmente destruido. Quedan apenas vestigios de lo que fuera una chimenea que poco sirvió de referencia a los testigos. A este Centro Clandestino de Detención (CCD) fue trasladada Elisa Medina. Ella y Carlos Soldati fueron los que trataron de identificar un lugar que ya, prácticamente, no existe.
La ‘escuelita de Famaillá’, como se le decía a este establecimiento educativo que durante la última dictadura militar fue utilizada como CCD, fue recorrida con la compañía de los testigos Juan Fote y Luis Alberto Gallardo. “Acá estaba tirado con mi hijo, los alaridos se escuchaba desde el fondo”, recordó Luis. “Aquí había un camastro, un elástico de metal”, agregó cuando estuvo en donde fuera el aula destinada a la tortura. Aula que, como todo el edificio, volvió a ser usada como escuela hasta hace unos meses atrás.
La inspección ocular del jueves 19 tuvo una particularidad respecto a las que ya se realizaron. Además de los testigos citados se sumaron nuevos testimonios. En Monteros, dos vecinos aportaron detalles que corroboraban lo dicho tanto por Elisa como por Fidel. “Aquí sí había una puerta que comunicaba el juzgado de paz con la comisaría”, dijo uno. “Arriba también se torturaba. Desde ahí se escuchaban los gritos de las torturas”, afirmó otro. Los nombres de estas personas y sus palabras fueron tenidos en cuenta por el tribunal que pidió que se registrasen sus datos. En el caso de la escuelita de Famaillá, Teresa, una mujer que declaró en audiencias pasadas y que acompañaba el reconocimiento intervino emocionada mientras se reconocía el establecimiento. “A mí me arrastraban de allá para acá”. Su voz desconcertó a los presentes que pronto entendieron de qué se trataba. Así ella se sumó al reconocimiento e indicó los lugares que hubiera descrito al momento de su declaración.
Declaraciones testimoniales
El viernes 20 comenzó la audiencia promediando las diez de las mañana. En la penúltima jornada de recepción de testigos se presentaron los testimonios de Ramón Bernabé Córdoba, de Marta Elsa Rodríguez, de Pedro Solórzano y se escuchó el audio de Emma Aguirre.
Ramón Bernabé Córdoba, de la zona de Santa Lucía, contó que una noche fue detenido junto a otras personas entre las que se encontraba su padre. A Ramón lo liberaron al día siguiente. Esa noche que pasó en la base militar instalada en el ex ingenio vio a personas que más tarde, cuando hiciera el servicio militar, reconocería. Así nombró al Mayor Colotti y a Valdiviezo (dos de los imputados). Córdoba habló también de cómo se vivía en la zona con la llegada de ‘los verdes’ (los militares). En su momento la defensa oficial le preguntó si la vida del pueblo no había sido alterada antes de la instalación de la base, si no había problemas o hechos llamativos, haciendo referencia a la compañía del monte que se habría instalado en los cerros tucumanos. “La vida se ve alterada con la presencia de los militares”, afirmó este hombre sencillo. “Se supone que iban por los subversivos, porque a todos nos trataban de subversivos”.
Marta Rodríguez habló del secuestro y la desaparición de su hermano José Manuel. José tenía 32 años, estaba trabajando en el correo y se encontraba estudiando para finalizar el secundario. Una tarde fue llevado por personas vestidas de militares. “Para nosotros era un operativo más”, dijo la mujer dejando claro que era una constante ese tipo de accionar durante los años de dictadura. Su hermano fue trasladado a la Brigada de Investigaciones. A ella la llamaron para decirle que le lleve comida porque estaba detenido allí. Marta fue y logró verlo algunas veces hasta que un día le dijeron que había sido puesto en libertad. José Manuel no volvió nunca más a su casa. “Me desesperé, me volví loca”, dijo Marta que relató su búsqueda y sus averiguaciones. De este modo supo que cuando le hicieron firmar la supuesta liberación lo subieron a un camión. “Nunca más supimos de él”, agregó.
El audio de Emma Aguirre conmovió a los presentes. Esta mujer había prestado declaración el año pasado en el juicio contra Miguel Moreno. En esa ocasión dio datos de algunas víctimas de esta megacausa. "Sobreviví, porque no volví a vivir más", dijo la testigo cuando el fiscal le preguntó cómo había seguido después de su secuestro y las torturas.
Contradicciones
El atentado en el que muriesen Juan Toledo Pimentel, Alberto Lai y Carlos Cajal en mayo de 1976 fue atribuido, durante muchos años al accionar de la Compañía del monte. Después de ese hecho, contaron los testigos, los detenidos en el ‘Reformatorio’, recibieron una fuerte golpiza propinada por ‘la patota’. La represión y el secuestro en la zona de Santa Lucía mostraron su lado más oscuro. Fue el testimonio de Domingo Antonio Jerez uno de los que afirmó que en realidad se habría tratado de una emboscada preparada por los mismos militares (*).
Pedro Solórzano, testigo llamado por la defensa oficial, habló de lo sucedido aquel 17 de mayo. Primero contó que hubo una explosión, que perdió el conocimiento. Que fue arrastrado hasta una zanja donde despertó con dos cadáveres encima (Alberto Lai y Juan Toledo Pimentel). Luego afirmó que Toledo Pimentel había muerto en sus brazos, que había sido herido por una itaka. A lo largo de su declaración dijo que vio a las personas que dispararon después de la explosión, que se trataba de gente vestida de campesinos. Ante las preguntas de las querellas y la fiscalía, sostuvo que los disparos habían sido primero y luego la explosión.
El testimonio de Pedro Solórzono, quien fuera presidente de la junta médica de la Brigada de Investigaciones, entró en contradicciones, según lo expresaron los abogados querellantes. Por este motivo tanto Laura Figueroa como Bernardo Lobo Bougeau pidieron que se lo impute por falso testimonio. El tribunal resolvió dejar la decisión sobre este pedido para el momento de la sentencia.
Evidencia que habla
El viernes a las 15.30 la audiencia se trasladó a la localidad de Tafí Viejo. Allí, frente al mega emprendimiento habitacional conocido como Lomas de Tafí, se encuentra el Pozo de Vargas. Un pozo que, originalmente, fuera usado para la extracción de agua. Un lugar que más tarde sirviera para el intento de ocultamiento de la evidencia, de la verdad.
En ese pozo de 3 metros de diámetro y de, posiblemente, 40 m de profundidad, se arrojaron cuerpos de personas secuestradas durante la última dictadura militar. Los peritos miembros del Colectivo de Arqueología Memoria e Identidad de Tucumán (CAMIT) hablaron sobre los restos encontrados. Luego de su exposición los jueces y algunos abogados querellantes bajaron y observaron el interior del pozo.
El material encontrado en las excavaciones corresponde no solamente a restos humanos. “A pesar de los años transcurridos, las telas tienen un buen estado de conservación”, afirmó uno de los integrantes del CAMIT. De lo extraído se pudo confirmar que los cuerpos fueron sometidos a torturas. Se extrajeron prendas utilizadas por mujeres embarazadas, ‘señales de sometimiento’, como ser cintas en la zona de la boca y ojos, hilo piolín trenzados a la altura de las manos, evidencia de contacto con el fuego en el material óseo, alambres de púas incrustado en los huesos.
Los peritos indicaron que existe un mínimo, hasta el momento, de 23 cuerpos encontrados. De los cuales ya 12 fueron identificados. Precisaron que aún falta excavar 10 metros. Que según lo que se encuentre en ese momento se verá si es necesario continuar o no. La prueba del horror sigue sorprendiendo, golpeando, como si quisiera despertar a los que todavía tienen la memoria dormida.
Mientras los jueces se sumergían en la profundidad del pozo, los familiares lo abrazaban entre todos. Los gritos reclamaban justicia, verdad y memoria. Exigían cárcel común. “No los desaparecieron”, decían. “No pudieron callarlos”. Y cuando el grito de “30.000 compañeros detenidos desaparecidos” fue respaldado por la respuesta de: “PRESENTES”, quedó claro que no es solo una consigna de marcha. Es una realidad. La lucha lo hizo posible. Ellos siguen hablando y hoy un tribunal y una sociedad los escucha.
Gabriela Cruz
gcruz@colectivolapalta.com.ar
(*)Sobre la declaración de Jeréz http://colectivolapalta.com.ar/2013/05/20/la-historia-en-retazos/