La sentencia y una lucha que continúa
Números. A veces dan certezas, a veces esconden, otras develan. Algunos decepcionan, otros esperanzan o estrechan lazos y dan consuelo. Están aquellos que son representativos o los que nunca alcanzan para mostrar las emociones, las historias, los dolores que hay detrás de ellos. Números. 212 víctimas, se dijo. Y son 212 vidas, con sueños, con contradicciones, con lo que fue y lo que no pudo ser. 212 historias que a su vez atravesaron la vida de cientos de otras personas. “Cuando mi papá estaba enfermo de cáncer, decidimos hacer una consulta con diferentes oncólogos”, había empezado a contar Irma Focchi cuando declaró en septiembre de este año. Contó que junto a su hermana visitaron el consultorio del doctor Llanos, que el médico no quiso cobrarles al saber que eran hermanas de Gustavo Adolfo Focchi. Es que Gustavo y el especialista habían sido compañeros en la pensión mientras estudiaban y cuando el dinero escaseaba al punto de no tener para comer, Gustavo compartía con los hermanos Llanos lo que desde Salta les enviaba su familia. “Qué emoción fue saber que a pesar de su corta edad él había sido importante para alguien”, había reflexionado Irma que jamás imaginó hasta donde la vida de su hermano se había cruzado y había impactado la vida de otros.
Siete víctimas ‘reaparecidas’. Ese fue el término utilizado por la fiscalía cuando habló de los restos hallados e identificados, los desaparecidos que hoy, gracias al trabajo de los peritos, se sabe dónde estuvieron. Guillermo Corroto, Ricardo Salinas, Rosario Argañaraz, Fernando Araldi, Horacio Ferreyra, Adriana Mitrovich y Graciela Bustamante. Militantes, soñadores, poetas, agricultores, estudiantes, profesionales. Y, como ellos, cientos de vidas que fueron vividas hasta donde pudieron, hasta donde los dejaron.
800 testimonios. 400 testigos pasaron por la sala de audiencias, algunos por teleconferencia. Cientos de ellos eran sobrevivientes y, con el dolor tan presente como hace más de 30 años, se enfrentaron a todo y contaron su historia, la propia y las de los que conocieron, vieron y escucharon. Desde Amilcar, el niño que tenía 4 años cuando lo dejaron solo porque se llevaron a sus padres. Ese que entre lágrimas buscaba más imágenes en su memoria. Hasta Don Díaz, el anciano de 91 años que no faltó casi a ninguna audiencia, que sostuvo la foto de sus hijos desaparecidos hasta el final. Que habló de su propio secuestro y recorrió la Facultad de Educación Física para identificar los lugares donde estuvo secuestrado. Desde Claudia, la hija del militante Leandro Fote, que perdió a más de 20 miembros de su familia. Hasta Marta, una de las referentes de la militancia tucumana que también tiene su familia diezmada. Sus padres, sus hermanos su cuñada; cinco miembros de su familia son víctimas de esta megacausa. Testigos que quisieron olvidar y no pudieron, testigos que quieren seguir recordando para buscar justicia, otros que prefieren dejar en el pasado tanta angustia y pidieron que no los llamen más. Otros 400 testimonios fueron leídos o escuchados. La vida no les alcanzó para llegar a este juicio, pero la verdad que no quisieron o no pudieron callar quedó registrada en juicios anteriores. El doctor Argentino Augier y su espeluznante descripción del ‘infierno’, como le decían a Arsenales. Matilde Palmieri de Cerviño y su relato invaluable con los nombres de las personas con quien estuvo secuestrada. Adelaida Carloni de Campopiano y su incansable búsqueda de su hijo y el de otras madres.
“30 pisos de fojas si se apilase toda la prueba producida”, había dicho durante su alegato el fiscal Pablo Camuña. Es que fue la manera más gráfica que encontró para hablar de las 100.000 fojas de material probatorio. De los 150 legajos de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), de los documentos entre los que se encuentra la 'lista de Clemente'. El famoso “Índice de Declaraciones de Delincuentes Subversivos”, donde están los nombres y las siglas que representan el destino decidido. DF está escrito para los que no volvieron. 'Disposición Final', significaba.
37 años pasaron. Lo que equivalen a 12.950 días. Días de lucha, de sentir que las fuerzas se agotaban una y otra vez. De ver a un genocida gobernando elegido por el pueblo al que le hizo tanto daño. De ver a ese genocida siendo juzgado, apelando a la lástima en su condición de anciano enfermo. De verlo, por fin, condenado. De saber que hay restos encontrados, que algunos ya fueron identificados, que se sigue buscando. 37 años para terminar con 13 meses de juicio. Del juicio más grande del Noroeste Argentino. Del juicio que sentó a 41 imputados y condenó a 37 genocidas. 13 meses de lo que se llamó la megacausa Jefatura II Arsenales II.
La sentencia
“Se esperaba una sentencia ejemplar”, dijeron familiares y abogados de la parte acusadora. No lo fue. Cuatro absueltos, cuatro condenas a prisión perpetua, las otras van desde los 2 a los 20 años. Las absoluciones fueron las últimas en leerse. El malestar que ya había empezado a caldear los ánimos en la sala se agudizó con las absoluciones y estalló cuando se dijo el nombre del sacerdote católico José Eloy Mijalchyck y el de Juan Carlos del Jesús Benedicto. El secretario del Tribunal Oral Federal, Mariano García Zavalía, leyó que las absoluciones eran por el principio de la duda, pero ya nadie lo escuchaba. Los gritos, el llanto, el sabor amargo de la justicia que no fue, la impotencia de saber que nunca es toda la justicia necesaria, la necesidad de abandonar del recinto, el abrazo de consuelo entre algunos.
“Todavía esto no termina del todo”, dijo Pablo Gargiullo, querellante por la Secretaría de Derechos Humanos. Es que los abogados tanto de la fiscalía como los de las distintas querellas van a esperar hasta el 19 de marzo para conocer los fundamentos de la sentencia y confían que la Cámara de Casación revierta el número de las penas. “El hecho es que hoy, 37 imputados vayan a dormir a Villa Urquiza”, celebró Emilio Guagnini que representa a los hermanos Soldatti. Y en este punto coincidieron todos: que las penas sean cumplidas en cárcel común es lo más importante de este fallo.
Pasada la primera impresión que dejó la sentencia, los militantes, los familiares, los abogados eligieron pensar, una vez más, en la esperanza. Esa que sostuvo la lucha por tantos años. “Hay que seguir luchando un poco más, tenemos que intentar nosotros los jóvenes, que no tenemos tanto tiempo en nuestras espaldas de seguir dándoles fuerzas, seguir acompañándolas”, dijo Julia Vitar que tuvo en su atril la camiseta de H.I.J.O.S., la organización en la militó y a la que abraza orgullosa.
Al finalizar este juicio, los planteos de qué es justicia quedaron dando vueltas en la cabeza y los corazones de todos. “La justicia está en los alegatos”, había dicho una de las familiares que se quedó con el recuerdo imborrable de su hermana. “La justicia es haberlos podido juzgar”, sostiene una militante. La justicia es el guardapolvo blanco que las estudiantes del Liceo Vocacional Sarmiento le hicieron llegar a la hermana de Ana Corral el día de la sentencia. Ana, aquella chica de 16 años que se llevaron la misma noche que había estado preparando su uniforme porque al otro día le tocaba pasar a la bandera. Justicia es que Margarita y Ernestina, dos mujeres liberadas el mismo día y que nunca habían podido verse ni saber qué fue de la vida de la otra, se encuentren, se conozcan, se reconozcan en una audiencia de 'pura casualidad'. Justicia es que las flores que nunca habían encontrado adónde ponerse hallen un rincón a la orilla de la fosa donde los dejaron tapados. La mandala que ese nieto hizo para su abuelo desaparecido al que, seguramente, no llegó a conocer pero aprendió a querer y lo puede extrañar. Justicia fue cada nombre de las más de 200 víctimas pronunciados en la puerta del TOF con la contundente respuesta: ¡Presente! Justicia es, también, que esas historias no se callen, no mueran en el olvido, que las nuevas generaciones las conozcan y digan con convicción: Nunca Más.
Gabriela Cruz
gcruz@colectivolapalta.com.ar
Escuchá las palabras después de la sentencia aquí.