La verdad de las palabras
Hace unas semanas, casi un mes, esta cronista tuvo una extensa entrevista con las profesionales que integran el equipo interinstitucional de acompañamiento a testigos víctimas del terrorismo de Estado. En esa oportunidad las psicólogas compartieron sus experiencias y percepciones del compromiso que ese trabajo implica. Compartieron, también, algunos conceptos e ideas que en cada audiencia del debate oral y público por la megacausa Villa Urquiza, quien escribe va percibiendo, recordando y resignificando.
En aquel momento la megacausa en la que se juzgan los delitos de lesa humanidad cometidos en el penal de Villa Urquiza (Tucumán) entre los años 1975 y 1983, todavía no había empezado. Hoy, pasada la quinta audiencia, algunas palabras toman más fuerza, más presencia y, quizás, otra dimensión. “Entonces, el testimonio tiene valor de verdad y eso es un plus de exigencia”, había dicho Luisa Vivanco cuando hablaba de las declaraciones testimoniales de los testigos víctimas. Aquellos que sobrevivieron al secuestro, a las torturas, a la muerte. Los que tuvieron que reinventarse, reconocerse, y seguir adelante buscando una justicia que los ayude a sanar.
El martes 7 empezó la ronda de testigos. Las expectativas estaban puestas en que esta etapa inicie el 23 de setiembre, durante la segunda audiencia. Las dos testigos que pasaron ese día hablaron de su paso por el penal de Villa Urquiza y sus traslados desde los centros clandestinos de detención. Ambas habían sido secuestradas, torturadas y son víctimas de delitos sexuales. “Esto es un coito eléctrico”, contó Lilián R. que le decían mientras le aplicaban la picana en los genitales. “No vas a poder tener hijos”, amenazaban los torturadores. Lilián decidió no ampararse en el Protocolo de tratamiento a testigos víctimas de delitos sexuales y declaró con la presencia de los imputados.
Ayer, miércoles, llegaron a declarar solo cuatro testigos. Teresa S. fue la última y la única mujer de la jornada que dio testimonio. Se sentó decidida en la sala de audiencias y empezó a contar eso que hace años espera contarle a un tribunal. Antes de ser ingresada al penal de Villa Urquiza la tuvieron secuestrada en la ‘Escuelita de Famaillá’*. Las torturas fueron seguidas por un interrogatorio sobre el paradero de Leandro Fote, un reconocido militante de la provincia que se encuentra desaparecido. “En un momento se me caen las vendas y lo veo, y le digo ‘usted fue el que me sacó de mi casa’. Ahí está”, dijo la testigo señalando a su izquierda donde estaban sentados los imputados. “Es Roberto Heriberto Albornoz”, aseguró. En ese momento el abogado defensor se acercó al imputado que estaba sentado detrás e intercambiaron algunas palabras.
Teresa continuó con su declaración y dio detalles del traslado al penal de Villa Urquiza. Habló del pabellón de mujeres que se había dispuesto en la reconocida cárcel de hombres de la provincia. De la presencia de los nueve niños que se encontraban compartiendo cautiverio con sus madres. De las mujeres embarazadas que eran sacadas para dar a luz y vueltas a llevar con sus bebés recién nacidos a ese martirio. De la comida de la que tuvieron que sacar trapos sucios, ratas o en la que las pezuñas de vaca con pelo era la mejor opción. De los turnos que hacían para bañarse con el agua apenas tibia que quedaba después de bañar a los niños, porque era la única vez que recibían un poco de agua caliente. De la manera en que calentaban la leche para los bebés con una cuchara y una vela.
A Teresa le tocó atender, junto a otras reclusas, el parto de una de las mujeres que estaba como ella en cautiverio. También, contó, le tocó bañar a una señora mayor cuando llegó al penal con el cuerpo lleno de llagas. “Me decía que no la toque porque le dolía”, recordó la testigo cuando hablaba de la mujer a la que se refería como ‘la abuela Ema’. “Ella decía: ‘me pegaron, así vieja como estoy me violaron’”. Y el recuerdo se hizo indignación. “Esos son los pobrecitos estos que no se acuerdan lo que hicieron”, dijo señalando a los imputados. “El ‘tuerto’ Albornoz, yo lo conozco muy bien. Él me secuestró”, sentenció Teresa.
“Mentirosa”, se escuchó desde el lugar que comparten imputados y defensores. Roberto Heriberto Albornoz se había parado y estaba encima de los abogados que lo defienden señalando a la testigo y gritándole 'mentirosa'. El público se puso de pie. “Asesino, hijo de puta”, se escuchó casi en simultáneo. Un zapato fue el elemento que uno de los familiares de la testigo encontró para manifestar su repudio y su dolor. Un zapato que no alcanzó a pegar a nadie y que quedó sobre el escritorio de los abogados defensores.
“Entonces, el testimonio tiene valor de verdad y eso es un plus de exigencia”, había dicho Luisa en aquella entrevista hace casi un mes. “Mentirosa”, fue la palabra que detonó el incidente más grave en estos diez juicios que se vienen realizando en la provincia. “Cuando alguien en estas instancias, por las que ha esperado muchos años, relata lo que ha sido una verdad negada socialmente, es muy fuerte que la traten de esa manera. Tanto para la víctima como para el familiar”, fue la reflexión que una de las integrantes del equipo interinstitucional de acompañamiento a testigos víctimas del terrorismo de Estado compartió con esta cronista al final de la última audiencia. Y la asociación con aquellas otras palabras dichas hace un tiempo fue inevitable.
Con la sala desalojada, con el zapato en el escritorio como prueba irrefutable de la impotencia ante el desparpajo de un genocida juzgado y condenado en otras causas, el presidente del tribunal decidió levantar la audiencia porque consideró que no estaban dadas las condiciones para que el público reingresara. “La voluntad de este tribunal es que el debate se lleve adelante con el público”, explicó el juez Carlos Jiménez Montilla.
Teresa había ironizado un par de veces diciéndoles “pobres viejitos” a los imputados. Dijo que no tenía dudas que si tuvieran la oportunidad de volverlos a torturar, lo harían. Que incluso eran capaces de, esta vez, matarlos. Mientras se desalojaba la sala, Teresa recibió la orden de esperar en el lugar que estaba. Así lo hizo, y cuando Jiménez Montilla comunicó la decisión de levantar la audiencia ella volvió a hablar. “¿Se da cuenta señor Juez? Ellos todavía tienen fuerzas para levantarse y seguirnos torturando”. “Sí, me doy cuenta”, fue la respuesta del magistrado.
Afuera de la sala de audiencias los familiares esperaban. Algunos lloraban mientras trataban de contenerse unos a otros. Al salir la testigo la abrazaron. “Como a los nazis, les va a pasar, a dónde vayan los iremos a buscar”, cantaron finalmente como una especie de ritual para darse fuerzas, para seguir, para no decaer.
*Escuela Diego de Rojas en la localidad de Famaillá donde funcionara el primer centro clandestino de detención de la provincia