Las manos que los traen
Va a haber que trabajar limpiar huesitos / que no hagan negocio con la sombra desapareciendo/ dejándose ir a la tierra ponida sobre los huesitos del corazón/compañeros denme valor.
J. Gelman
La primera vez que tuvieron que explicar su trabajo frente a mucha gente fue en uno de los días claves de la Megacausa Arsenales-Jefatura. Ezequiel Del Bel fue quien habló, pero en su voz, asegura, hablaban todos sus compañeros. No le hicieron preguntas. Lo que contaba estaba claro en los informes que presentaron y estuvo a la vista de todos después, cuando el juicio entero se trasladó al Arsenal Miguel de Azcuénaga para conocer el escenario del horror.
Ezequiel y sus compañeros del Laboratorio de Investigaciones del Grupo Interdisciplinario de Arqueología y Antropología de Tucumán (LIGIAAT) ya lo conocían, de pe a pa. Ha sido su lugar de trabajo por años, el mismo trabajo que aportó pruebas imprescindibles para el juicio más importante en materia de Derechos Humanos que haya tenido lugar en esta provincia.
Surgir de una necesidad
La Megacausa es, probablemente, un hito en la historia de este equipo, aunque no es su primer trabajo. Hace 14 años comenzaron a conformarse; hace menos de la mitad, a cobrar de modo más o menos sistemático; y hace apenas 3 años que la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) les cede un espacio como laboratorio y les da un aval institucional.
“El grupo surge más que nada en el contexto de que la Justicia, por pedido a su vez de FADETUC (Familiares de Desaparecidos de Tucumán), le pide a la facultad si podía mandar gente para hacerse cargo de un peritaje para las causas. En realidad los primeros necesitados de un grupo así eran los propios familiares”, cuenta la arqueóloga Constanza Cattaneo, quien junto con otras 12 personas (en su mayoría estudiantes de arqueología, a quienes se suman arqueólogos graduados, una socióloga y una geóloga) conforman el actual LIGIAAT.
El trabajo que realizan se organiza en áreas y en etapas sucesivas. En una primera etapa, el área de la investigación histórico-social se ocupa de realizar entrevistas a testigos y familiares para la conformación de una base de datos que permita luego la identificación de los restos. La segunda etapa es la del trabajo en el campo propiamente dicho, a cargo del área geológica y arqueológica y, finalmente, los trabajos de bioarqueología para la identificación de los restos a partir de los datos proporcionados por las entrevistas. A partir de la implementación del ADN para las causas relacionadas con el terrorismo de Estado, alrededor de 2008, estas áreas se han reconfigurado. Sin embargo, devolver la identidad a alguien va más allá de restituir sus restos físicos, y una base de datos tal recoge historias de vida invaluables. “Nos interesa hacer algo completo, la historia de vida del desaparecido: saber cómo vivió esa persona, cómo pensaba, y en el marco de qué fue desaparecido. Es toda una línea completa que nosotros tratamos de reconstruir. No nos interesa sacar unos restos que no dicen nada, nosotros siempre tratamos de hacer más.”
Peritos de la justicia
Los primeros años trabajaron prácticamente gratis, cuenta Alfredo Calisaya, con eventuales ayudas económicas de subsidios que lograban amortizar los mínimos gastos. Una suerte de ‘viático simbólico’, ‘el sánguche y la Coca’, dicen todos. Luego de peregrinar de juzgado en juzgado, lograron que se los reconociera a todos por igual como peritos de la justicia. “Queríamos que a todos nos reconozcan por igual, y si nos pagaban diferente o teníamos diferente rótulos, no nos veíamos reflejados hacia afuera. Dentro del grupo somos todos iguales, no hay un director. De hecho, hasta el día de hoy preguntan quién es el coordinador. No hay, todos lo somos”.
Los tres coinciden en que no fue fácil adecuar su tarea a los tiempos y los modos de la Justicia: el peritaje se paga por día trabajado, no existe un sueldo fijo, por lo que si la causa se demora, como estos procesos judiciales que pueden durar años, así también se demora el cobro. La decisión de seguir trabajando a pesar de las coyunturas externas, dice Ezequiel, pasa por una cuestión de compromiso. “A nosotros nos motiva a seguir la fuerza de ver al compañero que puede estar cagándose de hambre pero decide hacer esto y no otra cosa porque piensa que es lo correcto”. Alfredo agrega “Y, además, pensar en los familiares: es doloroso ver que porque las causas se retrasan hay mucha gente mayor que se va muriendo esperando encontrar el cuerpo de un familiar”.
“Cuando nosotros nos quedamos con Arsenales, después de un tiempo pedimos que ingresase el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF)”, dice Ezequiel. Aclara que, si bien hubo muchos peros para la inclusión del EAAF a la causa por altercados previos y desacuerdos en la metodología, era mucho mayor la necesidad de recursos económicos y humanos y la accesibilidad que ellos podían brindarles. “Por ejemplo, al principio nosotros entramos por la puerta principal de Arsenales y nos hacían la vida imposible los militares. Hasta que un día uno del EAAF agarró el teléfono y le pasó al encargado del Arsenal con la (ex ministra) Garré. Nunca más tuvimos problemas”, relata.
De hecho, fue con el ingreso de esta organización que descubrieron que habían estado trabajando años sobre una pista falsa. “El georadar pasó sobre el lugar donde estaba la fosa, y nunca la leyeron porque no quisieron, o no sé, pero perdimos años de investigación. Tuvimos la mala suerte de excavar a 10 metros de la fosa donde después pudimos encontrar 5 fosas, en una de las cuales se identificaron 12 personas”.
Convivir con la muerte
¿Cómo se hace para ir todos los días de 8 a 14 a tanta muerte y volver enteros?
Ellos dicen que es su trabajo y que hacer de tripas corazón es la manera de avanzar. Sin embargo, admiten que a veces tienen que detenerse y tomarse cinco minutos para respirar. “Hay momentos en que estás al lado de la fosa y se te meten en la cabeza los testimonios de sobrevivientes, las torturas de las que hablan y eso te parte al medio”
Las fuerzas para reponerse llegan de las palabras de aliento de sus familiares y amigos y de la gente que reconoce y agradece su labor. “Que un familiar se te acerque con los ojos llenos de lágrimas y te diga “¡Gracias!”… ¡Ya está! Eso te da un orgullo tremendo y te carga las pilas para muchos años más”. Cuentan que incluso, una vez, en el marco de la Megacausa, un abogado de la defensa se acercó a felicitarlos por el trabajo que habían realizado. “Me sorprendió que reconozca eso, quiere decir que más allá de dónde esté parado cada uno, se puede ver que es un gran trabajo y muy serio el que hacemos”, cuenta Ezequiel.
Dar con algún descubrimiento importante es una sensación agridulce, como debe serlo encontrarse con la muerte para devolver, de alguna manera, otra vez una vida. “Te reafirma internamente, pensás que ha valido la pena el sacrificio” dice Constanza. La restitución de los restos genera también sentimientos encontrados: “Uno no se alegra de encontrarlo, pero sí de ayudar a la familia a cerrar una etapa” explica Ezequiel. Alfredo añade “Es increíble ver cómo recuerdan a alguien tan vivamente y están tan alegres de que esa persona haya vuelto”.
Megacausa y después
También es agridulce el gusto que quedó después del veredicto de la causa para la que aportaron importante material probatorio. “Esperábamos una sentencia no tan liviana. Estamos conformes con las condenas pero faltó compromiso. Las pequeñas fallas del juicio en su conjunto permitieron que los acusados quedaran libres, podría haber sido mucho mejor.” Coinciden, además, en que el resultado del juicio es producto de un proceso con muchas fallas cuya sumatoria devino en una serie de sentencias tibias y 4 absoluciones. “Aun así sabemos que se ha avanzado mucho, que se hagan juicios después de tanto tiempo, el tener sentada a esa gente en un banquillo, eso es innegable. Pero uno siempre quiere que sea mejor. Uno siempre pide más, como a nosotros también nos piden más cada día.”
Los integrantes del LIGIAAT tienen claro que su trabajo no termina con el final de un proceso judicial, y que aun cuando este puedan demorarse o detenerse, la investigación debe continuar. “No queremos hacer arqueología tradicional: puede sonar cursi”, aclaran, “pero queremos una arqueología que sea socialmente útil, que le devuelva algo a la sociedad. Será a largo plazo pero quizá desde nuestro lugar podamos formar otro tipo de gente, con la experiencia que ganamos estos años.”
No suena cursi. Suena sentido y cierto, como las manos que buscan hasta el fondo del olvido.