La tarea de acompañar
En una mesa larga, en el último salón del colegio de psicólogos se reúne un grupo de mujeres. Hablan, opinan, discuten, ríen, lloran, se contienen mutuamente. Entre ellas hay un lazo invisible pero evidente que más tarde harán explícito. “Sin mis compañeras, nada de esto sería posible”, dirá una de ellas y las demás asentirán enérgicamente. Son el Equipo Interinstitucional de Acompañamiento a Testigos Víctimas del Terrorismo de Estado. En esa mesa se organizan para realizar un trabajo indispensable.
Fue ese grupo de mujeres el que estuvo presente desde noviembre de 2012, cada jueves y viernes, en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal (TOF) de la provincia de Tucumán. Un año después, el 13 de diciembre, día en que se dictó sentencia en la conocida megacausa Jefatura II Arsenales, fueron casi omnipresentes. No solo estuvieron en la sala, sino también en la ante sala, en la vereda, en la calle. Distribuidas en cada rincón donde las podrían necesitar.
Pero antes de llegar a este equipo constituido formalmente por psicólogos de diferentes instituciones hay un camino recorrido realizado desde distintos espacios pero con la misma inquietud: acompañar a las víctimas del terrorismo de Estado.
Caminos que confluyen
Desde antes de que existieran las ‘leyes de reparación’, fruto de una voluntad política de hacer justicia por los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, algunas de las personas que hoy integran este equipo ya venían trabajando con esta problemática. Por inquietudes personales, por sus propias historias de vida se habían acercado a las víctimas de las violaciones de los Derechos Humanos. Y cuando en el año 2005 se convocó desde la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación a una reunión en la que se lanzaría el Plan Nacional de acompañamiento, muchas de ellas se encontraron allí.
Más tarde, entre finales del 2006 y principio del 2007, se hizo oficial la convocatoria para formar el equipo de acompañamiento a testigos víctimas. El primer punto de encuentro y el marco institucional fue el Colegio de Psicólogos de la provincia. “No recuerdo cuántos éramos al principio”, dice Luisa Vivanco, "pero sí recuerdo que veníamos trabajando, más que con víctimas, con familiares de desaparecidos. Entonces teníamos contactos previos con hijos de desaparecidos, madres de desaparecidos, esposas de desaparecidos, pero desde una tarea más solitaria, en consultorio y sin pertenecer todos a un grupo”.
Los antecedentes de esos trabajos más bien ‘solitarios’, como dijera Luisa, dan cuenta de que en Tucumán habían iniciativas que sentaban un precedente importante. Ya se venía problematizando sobre la forma de abordaje de una temática tan particular que no encajaban en los encuadres conocidos. Ya había un trabajo en la reconstrucción de los lazos sociales heridos, si no rotos, por una de las experiencias colectivas más traumáticas.
El primero de estos juicios que tuvo lugar en la provincia, el debate oral y público por la causa conocida como “Vargas Aignasse”, se realizó con aquel equipo de acompañamiento. Fue en el año 2008 y fue emblemático porque por primera vez se juzgó y condenó al genocida Antonio Domingo Bussi. Pero el equipo interinstitucional llegó unos años más tarde. Todavía faltaban historias y caminos por cruzarse.
“En el año 2011 el Ulloa (Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos Doctor Fernando Ulloa) inicia un trabajo de articulación con las provincias en el marco de la reapertura de los juicios por delitos de lesa humanidad, haciendo su visita por los ministerios de salud, convocando a gente para iniciar el proceso de formación”, explica Carolina Salim, otra de las integrantes del actual grupo. Esa fue la primera vez que se realizó una formación específica sobre esta problemática desde un organismo estatal y de alguna manera abrió las puertas a nuevas integrantes.
La invitación a formar parte de un renovado equipo estaba hecha. “Ahí es cuando nos encontramos, confluimos estos trabajos que se venían realizando, es un encuentro entre el equipo del Colegio (de Psicólogos) que ya venía trabajando, con la Secretaría de Derechos Humanos, el Si.Pro.Sa. (Sistema Provincial de Salud) y en un principio la Secretaría de Extensión Universitaria”, explican entre todas. A este equipo se suma luego el Observatorio de la Mujer.
Desde aquel trabajo inicial en el marco institucional de la Comisión de Derechos Humanos del Colegio de Psicólogos se recorrió un camino de encuentros y confluencias. A finales del año 2012 el inicio de la megacausa Jefatura II Arsenales fue el escenario de acción y consolidación de lo que hoy es el Equipo Interinstitucional de Acompañamiento a Testigos Víctimas. El camino recorrido puso en común experiencias, objetivos y compromisos. Cada una de las 12 integrantes llegó con su propia historia e inquietudes. Y hoy se sienten más que compañeras de trabajo, amigas.
Acompañar y acompañarse
“Mucha gente no sabe qué es acompañamiento psicológico y lo relaciona con la terapia”, explica Luisa. “El acompañamiento es un espacio de estar, de apoyar al testigo en un momento que va a recordar situaciones muy traumáticas para que pueda dar su testimonio en las mejores condiciones subjetivas posibles”. Y esas palabras, “las mejores condiciones subjetivas” se repetirán en varias ocasiones dejando claro que hay factores que escapan a la voluntad.
Acompañar a quienes serán testigos en estos juicios y fueron víctimas del terrorismo de Estado es un trabajo que se ofrece, no se impone. Quien toma la decisión de recibir ese acompañamiento es el testigo víctima. “En el momento del juicio lo que hacemos es acompañar, que lo ideal es hacerlo antes, durante el testimonio y después”, explican las psicólogas. En ese espacio se remueven los recuerdos más dolorosos y traumáticos, por eso muchas veces la presencia posterior a la declaración testimonial es necesaria.
“Si desde ese contacto percibimos que las persona requeriría terapia, es donde discutimos los casos, aconsejamos una derivación a una persona que nos parezca que, desde lo ético e ideológico, pueda comprometerse en una terapia que no consista en decirle: ‘tome pastillita y olvídese de lo que pasó’”, comentan, y se entiende y se ve otro aspecto del compromiso que este trabajo requiere.
Ellas saben que ser testigo víctima es darle un giro a la dolorosa historia. Un giro de superación necesario para seguir adelante. “Ahora poder hablar y poder recibir una escucha atenta les permite correrse de víctima de esa situación a protagonista del propio relato de lo que realmente pasó y ser quien acusa hoy. Es correrse del lugar de sufrimiento pasivo de soledad a estar acompañado”, medita Luisa Vivanco.
Cada una tiene un caso, una víctima (o más) que la ha marcado de manera particular. Por una u otra razón hay hechos que permearon el cuerpo y el alma. Ellas explican la diferencia con otros casos en los que se escuchan testimonios fuertes: “En el encuadre clínico tradicional hay una distancia física, un espacio temporal limitado. En el caso del acompañamiento hay un encuadre diferente. Además uno no escucha para operar en un determinado sentido, sobre, por ejemplo, una patología. Aquí te toman la mano, se crea un vínculo diferente. Uno es parte, el contexto te lleva a ser parte”. Y esas particularidades las enriquece a la par que les exige mucho más.
Recuperar la confianza
Fernanda Aybar rescata lo importante que es que los testigos víctimas sepan que todo lo que puedan decir ayuda a reconstruir la historia. Que se valore que es la suma de todos los testimonios, de todas las personas que dan su aporte. Que desde esos aportes se colabora a construir esta trama que ha sido borrada y que ayuda a alcanzar la justicia buscada. “Creo que eso también los tranquiliza, saber que no son los únicos portadores. Porque se sienten portadores de los que no están, tienen que hablar por los que no están y eso es terrible para ellos porque si se olvidan algo sienten que traicionan”, agrega Fernanda.
Recuperar la confianza en sí mismo y en los otros después de todo lo vivido no es fácil. “A mí me ha emocionado constatar, sobre todo en los varones, que cuando hablan de la tortura en su propio cuerpo no lloran pero sí han llorado cuando han recordado situaciones de solidaridad entre las personas que estaban detenidas”. La emoción aparece en ese momento, al recordar que aun en medio del horror el otro es necesario para seguir adelante.
En un intento de explicar por qué son esos los momentos más movilizantes, Luisa dice: “Quizás porque en medio del dolor es una luz de esperanza en la humanidad, porque lo que sí se produce a nivel psíquico es una desilusión sobre el ser humano, cuando se está frene al horror, frente a la tortura hay como una desilusión frente al género humano y un gesto de alguien que te ayude en medio del horror es como recuperar la dignidad, la humanidad”.
Luisa, Stella Maris, Florencia, Verónica, Claudia, Carolina, Silvia, Noelia, Fernanda, Andrea, Liliana, Paula. Son las mujeres que le ponen el cuerpo y el alma al cuerpo y al alma de otros. Son las que acompañan y sostienen la fuerza que el testigo víctima hace por sí mismo y por los ausentes. “Este trabajo es imposible hacerlo sin una compañera. Si una no siente la presencia de la compañera, con la mirada, con el sostén, sería imposible este espacio”, dice Carolina que junto a Silvia coordinan este equipo.
Desde el primer juicio en el año 2008, hasta la megacausa Jefatura II Arsenales el equipo ha crecido en varios aspectos. Desde la megacausa hasta hoy, con cuatro juicios más de experiencia el espacio ganado es evidente. En los primeros estuvieron afuera de la sala de audiencias, en salas contiguas. Ahora se sientan junto a los testigos, junto a los familiares, junto al público. El reconocimiento a su trabajo es solo el resultado inevitable de un compromiso y de una entrega invaluable.