Cuando el dolor se transforma en arte
Para Eugenia ‘Qoqi’ Méndez, reparar la memoria no es solo un acto individual. Conseguir una reparación simbólica forma parte de un proceso que es tan social como personal. Desde su lugar de psicóloga y artista, Qoqi coordina hace ocho años el Proyecto Huellas. Este trabajo lo realiza junto a la licenciada Beatriz Torres Correa, Directora de Cultura de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán. La propuesta surgió con el objetivo de convertirse en un espacio de encuentro de militantes de Derechos Humanos y diferentes partidos políticos. “Un lugar donde nos reuníamos y reflexionábamos metafóricamente sobre lo que pasó en relación a la memoria y con el objetivo de ver cual era la proyección de esa memoria en el arte contemporáneo”, explica esta mujer que logró fusionar sus dos pasiones: la psicología y el arte.
El arte es el eje que atraviesa el proyecto. Arte que a través de sus diferentes manifestaciones está orientada a encontrar y resignificar signos culturales que forman parte de un pueblo que ha sido golpeado por el terrorismo de Estado. Y en esa resignificación, en esa transformación del horror, se construye la memoria activa. Sí, memoria que es activa porque tiene como objetivo “dejar la posta” de aquella generación del 70 donde la solidaridad y el compañerismo eran los ideales sobre los que todo se sostenía. “(Allí) adquirí una conciencia de lo popular, lo colectivo, de la importancia del compañerismo, de pertenecer a grupos donde lo individual solamente servía para alimentar lo colectivo”, recuerda Qoqi sobre aquella época en que era una joven estudiante y militante.
Huellas es el nombre elegido para dar cuenta del camino que se recorre de dos maneras. Por un lado, la búsqueda de aquellas huellas que deben descubrir los artistas que forman parte del proceso. Qoqi cuenta que para elaborar las acciones o las obras que se presentan se trabaja desde lo grupal. Desde el aspecto conceptual cada artista es un individuo compuesto por un mundo interno y otro externo. El externo es todo aquello que tiene una expresión tangible. El mundo interno es un lugar al que solo algunos acceden con la profundidad que se necesita. Ese autoconocimiento tiene un impacto concreto en la obra producida. Llegar a ese nivel de reflexión sobre lo que cada uno siente y la manera de transmitir eso en las acciones supone una construcción colectiva. Para ello se realizan reuniones donde se apunta a que cada artista, que ha llegado al proyecto a través de una convocatoria abierta, pueda expresar su necesidad interior de hacer lo que hace. Cada uno, cuenta Qoqi, va encontrando las respuestas a las indagaciones sobre la obra que quiere realizar por medio de confesiones personales que son contenidas en lo grupal. Las necesidades de decir o hacer son diferentes y únicas en cada caso. Cada una llega de una manera distinta y toca esa fibra íntima en cada persona que, luego, participa de la acción o la obra.
Por otro lado, está el camino que recorre cada persona que se acerca y es parte de esta experiencia que moviliza y atraviesa. Quien acepta esta invitación que se lleva a cabo hace ocho años realiza un recorrido por las huellas que dejó la generación del 70. Huellas que se han ido transformando a través de la metáfora para no seguir viviendo en el horror. “No me interesa seguir sosteniendo ese horror como parte de la memoria. Creo que es importante entender lo conceptual, la ideología social de estar en una sociedad más justa a través de artistas más jóvenes que representan lo que pasó. Para mi es un alimento para nuestra generación, un alivio ver esa época metaforizada por el arte”, dice Qoqi y con ello da cuenta de la mixtura generacional a partir de la que se estructura el proyecto. Mixtura dada por la resignificación que realizan artistas jóvenes de una época que no vivieron pero que les fue transmitida por quienes sí pasaron el horror y supieron hacer de eso una lucha por la memoria y la reparación. Como una forma de gritar ¡aquí estamos, no nos han vencido!
En este octavo año de Huellas uno de los ejes de la propuesta es homenajear a cuatro desaparecidos de la comunidad originaria de Tafí del Valle. “Sentía que era un sector que estaba olvidado o no tan tenido en cuenta desde nuestra sociedad urbana”, explica Qoqi Méndez y recuerda el momento en el que Santos Pastrana, cacique de la comunidad de Tafí del Valle, le habló sobre sus desaparecidos. Mariel Mena, conservadora de bienes culturales y artista participante en Huellas 8, cuenta que la obra en homenaje a estas personas tiene la estética propia de los pueblos. “Es un aporte a la recuperación no solo tangible de la cultura de los pueblos, sino de la intangible de su propia cultura”. Un aporte que intenta superar la “desculturización” que empezó con la aniquilación en la época de la colonia española, pasando por la destrucción de los menhires y terminando con la invisibilización que hoy en día se sigue dando hacia la cultura y cosmovisión de los pueblos indígenas.
Un año más este proyecto sigue construyendo Memoria e invitando a formar parte de este camino que se ha construido con las huellas de todos. Huellas necesarias de conocer y otorgar significados para seguir tejiendo identidad. La performance colectiva tendrá lugar el lunes 23 de marzo en la Casa del Bicentenario a partir de las 19. Una invitación para transformar a partir del arte.
Más información sobre el evento, aquí.