Linchamientos
Si la vida es el infierno
y el honrao vive entre lágrimas,
¿cuál es el bien...
del que lucha en nombre tuyo,
limpio, puro?... ¿para qué?...
Si hoy la infamia da el sendero
y el amor mata en tu nombre,
¡Dios!, lo que has besao...
El seguirte es dar ventaja
y el amarte sucumbir al mal.
Tormenta, Enrique Santos Discépolo (1939)
El 22 de marzo de 2014, en Rosario de Santa Fe, David Moreira le arrebató la cartera a una joven de 21 años que llevaba a su bebé en brazos y fue atrapado. Más de 50 personas se fueron juntando a su alrededor y lo golpearon, le pasaron una moto por encima, lo quemaron con cigarrillo y lo dejaron agonizando. Llegaron a cancelar el pedido de ambulancia para que no lo socorrieran. Tres días después David murió en el hospital. Tenía 18 años.
Durante 2013 y 2014 destacó en Argentina un fenómeno social bestial: los linchamientos. Personas que eran atrapadas delinquiendo, o luego de un arrebato, eran brutalmente golpeadas por los vecinos que les daban captura. Aunque nunca tuvo un carácter continuo, sino más bien esporádico, en el auge del fenómeno aparecían cotidianamente en los medios de comunicación varios de estos casos.
Alfredo Grande es psicólogo y Presidente Honorario de la Cooperativa de trabajo en Salud Mental ATICO (Buenos Aires) y el 24 de abril pasado inauguró el 3° Congreso de Psicología Miradas al Sur. Para Grande los linchamientos son “analizadores de la cultura represora”, es decir elementos que al indagarlos en profundidad, superando la superficie de lo aparente, rasgando la máscara ideal que cubre cada acto social, permiten desenmascarar, al menos en parte, los mecanismos de la cultura actual. “Esto que se llama la democracia, la convivencia pacífica, es un mecanismo de encubrimiento; la realidad muestra un fundante absolutamente injusto e inequitativo entre los que ganan poco, y los que ganan demasiado; la pornografía del consumo, que no es tanto el consumo sino el consumismo, es decir, el consumir consumo; el exhibicionismo del poder que hacen algunos, la impunidad obscena, etcétera; y esto va dejando a la sociedad profundamente dividida en clases. Por otro lado hay un discurso encubridor que niega la diferencia de clase y nos dice estupideces como ‘estamos todos en el mismo barco’ y esas cosas, yo creo que lo que puede llamarse sed o hambre de justicia no tiene la más mínima posibilidad de concretarse. En alguna época este país tuvo levantamientos populares, puebladas, hubo interpelación directa al poder, se quemaron comisarías, gobernaciones, estuvo el 2001. Pero nada de eso quedó, eso fue barrido, y lo que aparece en su lugar es la delincuencia urbana: el arrebato, el asesinato, el robo, la crueldad, como formas residuales que dejaron esos levantamientos populares, una herida que se cerró mal y ahora está infectada. Entonces el vecino, que tiene su relativo buen pasar se enfrenta con una realidad aterradora: ese mismo poder que lo obliga a un determinado nivel de vida basado en el consumo, no se lo garantiza.
Por otro lado ese mismo poder cría cuervos, resentidos que no han tenido oportunidad de ser otra cosa. Entonces lentamente se va creando una especie de lucha entre carnívoros y herbívoros pero tapada con asignaciones, planes, publicidad. Cuando hay un robo, uno más, cuando hay una violación, una más, cuando hay cualquier hecho cercano, los individuos pasan a ser parte de un colectivo a ser parte de una patota asesina”.
Teniendo en cuenta este contexto de exclusión que genera un enfrentamiento encubierto entre los que tienen algo y los que no tienen nada, donde las instituciones funcionan para sostener esa diferencia, elemento que se evidencia especialmente en el poder judicial y la población carcelaria (95% de los presos en Tucumán son pobres), para el doctor Grande la pregunta toma un giro y deja de ser por qué se producen los linchamientos: “Yo me hago dos preguntas: una es por qué no hay más linchamientos o por qué se pararon y, segundo, por qué nunca se ha linchado a los verdaderos ladrones, asesinos, corruptos, por qué nunca hubo justicia popular, tribunales populares”.
Para Grande la democracia actual es un mecanismo cultural que ha logrado encubrir las injusticias sociales, políticas y culturales entre las diferentes clases sociales. Esto genera resentimientos de todo tipo debido a las constantes defraudaciones y estafas a las que son sometidos los ciudadanos de las clases media y, especialmente, baja. Estos elementos, según el psicoanalista, se combinan para generar un cóctel al que le falta un solo elemento para estallar en forma de saqueos generalizados o algo peor: un sistema económico en derrumbe.
El propio derrotero democrático con sus procesos de saturación propagandística en tiempos de campaña electoral, desvía el debate político, histórico y cultural hacia la elección de productos humanos en lugar de proyectos políticos. Esto produce un proceso de entumecimiento en el que los ciudadanos dejan atrás los rencores y entran al juego democrático a partir del que serán nuevamente defraudados. “Lo que paso con Kosteki y Santillán, por ejemplo: los matan durante una protesta social y ¿qué hizo Duhalde?, llamó a elecciones, se consiguió un caballito de batalla propio, lo puso de presidente y chau, ahora estamos en otra cosa. ¿Qué hace Néstor Kirchner cuando llega al gobierno? Copta militancia de barrio, organismos de Derechos Humanos, que son los que históricamente cuestionaban el órgano represor, y entonces ahora no solamente no lo cuestionan sino que forman parte de él. En otros lados no es así, que un organismo de Derechos Humanos forme parte del Estado es como que ‘la Chancha’ Ale forme parte de una sociedad de beneficencia para recuperar mujeres en estado de prostitución; es que la cultura represora es un delirio, yo lo llamo ‘Alucinatorio Social y Político’. Una categoría de la ‘cultura represora’ que yo llamo el ‘grotesco mágico’, ya no realismo mágico. Por ejemplo acá cuando Beatriz Rojkés le dijo ‘Pedazo de animal, yo tengo 10 mansiones’ a un damnificado, eso es grotesco mágico; a esa mujer, en ese momento, había que detenerla, meterla presa, por discriminación, abuso de poder, abandono de persona, prevaricato, enriquecimiento ilícito, etcétera”.
Un debate que suele aparecer cuando estos fenómenos sociales se hacen presentes tiene que ver con el papel que juegan los medios de comunicación como reproductores, potenciadores, incluso creadores de este tipo de comportamientos. Para Grande se exagera ese lugar de los medios masivos: “Los medios amplifican pero no inventan; las cruzadas por ejemplo, guerras siniestras tuvieron lugar sin la existencia de los medios masivos de comunicación. Los medios amplifican, evitan, invierten pero no inventan, de la nada nada viene, el descontento se puede amplificar, psicopatear, manijear pero no inventar. Es un error demonizar los medios porque solamente se pueden combatir los medios con otros medios, esa demonización estúpida que se hizo de Lanata, por ejemplo, llevó al ridículo que para combatirlo le pusieron Fútbol para Todos, pongan otro periodista que le discuta a Lanata y que la gente prefiera ver. Pero no, prefieren circo, entonces terminas con un Boca-River a las nueve y media de la noche, así se encubre, pero no se resuelven los problemas de fondo”.
La salida no es simple, a los ojos de Alfredo Grande las visiones optimistas no conducen a ningún lado, sólo a encubrir aún más las injusticias del sistema represor. Sus palabras pueden sonar a la búsqueda de más violencia, a la reproducción de las ideologías del sentido común, que suelen proponer como forma de superar cuestiones como la inseguridad soluciones rápidas e irreales, que generalmente tienen implicancias siniestras para los sectores más desfavorecidos de la sociedad; pero lejos está su pensamiento de estos esquemas. Desde un punto de vista teórico la indignación generalizada hacia las injusticias es la búsqueda de la implicación de los profesionales de la salud mental en la realidad y en la búsqueda de una cultura del deseo que supere a la cultura de la represión: “Echar más leña al fuego es lo que quiero, que el fuego no se apague, el fuego de la protesta, de la indignación. Implicarse es enojarse, sacudirse, indignarse, putear, salir de la anestesia. Por otro lado, leña al fuego echa la derecha, los únicos que apagamos la brasa somos nosotros, cuando participamos de las estructuras ‘democráticas’ del sistema.
Quizás no podemos combatir la cultura represora, pero tenemos que tratar de no reproducirla. La brújula es el deseo. En la cultura represora la brújula es el mandato. Mientras hay lucha hay esperanza, pero para luchar hay que tener ganas de luchar, nadie lucha porque le ordenen. La cultura represora lucha contra el deseo, y lo hacen bien porque negocia un deseo por otro, si vos tenés un deseo te lo cambian por un vino Dadá, quién desea un Dadá, nadie, pero te hacen creer que eso es lo que deseas. Eso es el deseo formateado por la cultura represora. Hay otro deseo que necesita leña, un deseo que se crea de otra manera”.
Para desarrollar y potenciar ese deseo transformador el doctor Grande generó la teoría del Psicoanálisis Implicado a partir de un concepto de Robert Castel: el psicoanalismo, que implica la neutralización de los efectos sociales y políticos del psicoanálisis. El sociólogo francés desarrolló un análisis del psicoanálisis como institución puso en discusión la idea acerca de la neutralización de los efectos subversivos del psicoanálisis. “Freud fue un revolucionario pero la cultura represora se encargó de transformarlo en una especie de Gauchito Gil del inconsciente, que es como lo utilizan muchos psicoanalistas hoy, cero efecto sobre la realidad.
El psicoanálisis es una teoría del sujeto, del sujeto individual, del sujeto social, del sujeto político, es una manera de entender el procesamiento de la realidad, en un nivel aparente encubridor y en un nivel fundante descubridor. La potencia revolucionaria del sujeto está bloqueada por ese logro de la cultura represora de transformar el deseo en culpa. ‘Donde hay superyo, ello ha de advenir’, es decir, donde hay mandato que advenga el deseo. Pero acá solo hay mandato, mandato de cómo se estudia, de qué se estudia, de qué hay que decir. La cultura se especializa en mandar a los jóvenes con ropa de verano al polo norte.
Hay mucha lucha contra la cultura represora, pero la cultura represora dice que no hay lucha, está todo el mundo contento, hay fin de semana largo, están todos los hoteles llenos, todos votan. Pero va a llegar el momento en que el circo no va a tapar la falta de pan”.
La de Alfredo Grande es una búsqueda por superar la estática social, la indiferencia ante las injusticias más aberrantes, ante un sistema que en el plano ideal postula ideales que en la práctica son vulnerados por los poderosos y que generan en las clases bajas sufrimientos indecibles; ante la apatía de los sectores medios que, mientras la economía les es favorable, disfrutan de la máscara de bienestar que les ofrece el poder, un bienestar que tambalea con los ciclos económicos y que se ve amenazado por la delincuencia que genera la marginación.