Buscar restos, recordar vidas
“Yo sigo sosteniendo que esos conjuntos de huesos no son ni mi mamá, ni mi hermano, ni mi hermana, ni mi cuñada. No son ellos, en absoluto”, dice con la mirada y la voz firmes. Hace poco más de una semana, Marta Rondoletto se enteró de que su cuñada había sido arrojada al pozo de Vargas. La identificación de los restos de Azucena Bermejo de Rondoletto se sumó a las otras tres que le fueron notificadas en julio de este año. Cinco miembros de su familia fueron secuestrados el 2 de noviembre de 1976; su papá todavía permanece desaparecido.
Marta es una referente de la militancia no solo de Tucumán sino de todo el Noroeste Argentino. Periodista y docente, vive en la capital tucumana, sostiene junto a su esposo una radio FM y da clases en la Universidad Nacional de Jujuy. Fue una de las fundadoras de Familiares de Desaparecidos de Tucumán (FADETUC) y de la Fundación Memorias e Identidades de Tucumán. En el año 2013 declaró como testigo en la megacausa Jefatura II Arsenales. “Esta es mi familia, no nos han vencido”, dijo mientras sostenía la foto de la familia que hasta aquel momento permanecía desaparecida. Esa escena es una de las más recordadas de aquel primer megajuicio realizado en la provincia. Su padre, Pedro Rondoletto, su hermano, Jorge; su hermana, Silvia; su madre, María Cenador y su cuñada, Azucena Bermejo, formaban parte de ese universo de 215 víctimas.
La convicción que tiene Marta respecto a que esos restos no son su familia tiene que ver con el valor probatorio que le da a las identificaciones y con los años de militancia y búsqueda que sostienen cada una de sus palabras. “La identificación permite demostrarle a la sociedad que los crímenes que venimos hablando, que ese plan sistemático fueron hechos concretos”, dice, y agrega que el proceso judicial tiene la capacidad de establecer fehacientemente cuál ha sido la lógica que se implementó a partir del plan sistemático de persecución, represión y muerte. Sin embargo esa distancia con la ‘pieza probatoria’ se hace añicos cuando piensa en cómo fueron a parar esos restos ahí. “Están todos entre 10 y 15 centimetros”, dice haciendo referencia al espacio en que fueron encontrados los restos óseos de su familia. “Entonces yo deduzco que a lo mejor los pusieron en fila y los empujaron todos juntos. Para mí esa es la peor parte, imaginármelos”, dice y la mirada firme se desdibuja y los ojos parecen perderse por unos instantes.
Los testimonios dan cuenta de que tanto Pedro como Jorge habían sido fusilados y enterrados en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Que su mamá y su cuñada fueron vistas en ese mismo centro clandestino de detención y exterminio. “Mi hermana había sido operada unos meses antes de su secuestro, así que yo pensaba que se les había muerto en la misma jefatura porque nadie la vio en el Arsenal”, cuenta Marta y agrega: “Entonces yo tenía la certeza que fue arrojada en pozo de Vargas. La conmoción es por los otros”. Desde el mes de julio hasta la semana pasada, con la última notificación, las respuestas no llegan. “No estamos manejando ninguna hipótesis, nos faltan datos, nos faltan conocimientos y eso quedará sumido en la oscuridad y en el silencio asesino de los pergeñadores de todo lo que ha ocurrido desde el 75 en adelante”, afirma con una mezcla de dolor y enojo.
Marta Rondoletto sabe de diferencias y de construcción a pesar de esas diferencias. Sabe que cada uno vive el reencuentro con los restos de una manera única y personal. “Esos huesos no son los míos. Esos restos van por otra historicidad y eso tiene que ver con la justicia. No tiene que ver con la relación familiar, con los lazos. No tiene que ver con lo que ellos fueron”, insiste y afirma que no los va a enterrar. “Ya estuvieron 40 años enterrados”, suelta con un dejo de humor al tiempo que sostiene que va a esperar que le entreguen todos los fragmentos que se puedan recuperar. Sabe que eso puede tardar años, porque debe esperar que la exhumación en el pozo de Vargas llegue al final.
“A mí personalmente no me gusta la conmiseración a los familiares cuando se reconocen restos. Porque en definitiva las víctimas son ellos, no uno. Los padecimientos han sido de ellos, no de uno”, dice la mujer cuya familia fue diezmada por la última dictadura cívico-militar. “Que nosotros hemos tenido pesares psicológicos, que en muchos casos han costado enfermedad, es cierto, pero aquí estamos vivitos y coleando”, continúa con su argumento. “Pero no te secuestraron, no; no te torturaron; no te sometieron a las cosas que los sometieron a ellos”, concluye.
Hasta la actualidad se van identificando a 113 personas desaparecidas en la provincia. De esos restos, 87 fueron hallados en el pozo de Vargas. El resto fueron encontrados en las fosas comunes del cementerio de Tacanas, del cementerio del Norte y en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. “Hay familiares que sienten que tienen un lugar donde ir a poner una flor”, dice Marta y reconoce que ella no puede sentir de esa manera. “Para mí, Arsenal Miguel de Azcuénaga, pozo de Vargas, las fosas del cementerio son los lugares siniestros pergeñados por los cerebros de la persecución y el genocidio. No puedo ir a blanquear ese lugar llevando flores. Sigue siendo el espacio de ocultamiento que eligieron estos asesinos para hacer lo que hicieron”, y en ese momento se abre paso la emoción. “Y los nuestros son mucho más que un conjunto de restos. Nuestros desaparecidos tienen la estatura que les dan los 40 años de lucha”, dice y por primera vez la voz de Marta parece quebrarse. “Los quisieron ocultar, los quisieron callar. Hoy ellos se callan, nosotros no. Ellos ocultan, nosotros no”, y cada vez que dice ‘ellos’ señala con el dedo como apuntando a los responsables del genocidio de los años 70.
Marta no quiere ponerles flores ni llenar de vida los espacios donde fueron arrojados los cuerpos de los desaparecidos. Tiene la convicción que esos lugares no hablan de ‘nuestros desaparecidos’, como se refiere a las víctimas de la dictadura. “Por ejemplo los restos que se han encontrado en Tacanas ¿hablan de los nuestros?”, pregunta e inmediatamente responde “No, hablan de los restos que fueron arrojados y ocultados ahí. Hablan de los asesinos. Hablan de los genocidas”.
En los días de Marta conviven su trabajo como docente, su formación de periodista y su compromiso como militante. Ella elige recordar a los suyos por quiénes eran y por cómo vivían. Quizás por eso sigue viviendo en la misma casa de donde fueron secuestrados sus padres, sus hermanos y su cuñada. “No solo busco restos, busco a mi sobrino o sobrina”, dice porque sabe que Azucena estaba embarazada. Marta camina rápido. Siempre lleva una carpeta en sus manos. Siempre tiene alguna novedad que contar, algún avance, alguna cuestión que resolver. Lleva más de 30 años buscando una verdad que acerque algo de justicia. “La historia la escribirán los que ganan, nosotros construimos la memoria”, y la imagen de esa mujer sentada en la sala de audiencias diciendo “No nos han vencido” aparece con la fuerza de lo innegable.