Operativo Independencia: miradas expertas
Una nueva audiencia se desarrolló este primer jueves de junio. Las declaraciones testimoniales fueron analizando, iluminando, develando para una variada sala de audiencias lo que fue el contexto en el periodo previo al último golpe de Estado en Argentina. Del "teatro de operaciones del Operativo Independencia” habló uno de los testigos generales que puso su investigación para una tesis doctoral al servicio de la Justicia. Las pruebas de que desde la ciencia muestran cómo torturar y desaparecer eran un plan previo al 24 de Marzo de 1976 fueron presentadas por una perito. El estudio realizado para otra tesis doctoral dejó claro que la organización sindical y conflictos sociales protagonizados por los obreros tienen explicaciones de fondo, objetivas y dolorosas.
Santiago Garaño es licenciado en Ciencias Antropológicas y doctor en Antropología. “Entre el cuartel y el monte” es el título de su trabajo con el que consiguió el doctorado. En él recopila la experiencia de soldados conscriptos que fueron enviados a cumplir sus funciones en Tucumán durante el desarrollo del Operativo Independencia. “El teatro de operaciones”, dijo Garaño cuando se refirió al espacio en el que se desarrollaron las acciones en lo que hoy se conoce como la antesala del terrorismo de Estado. Una expresión que si bien proviene de la terminología militar tiene, para Garaño, otras connotaciones. “Se construyó el escenario de una guerra”, dijo el testigo en más de una ocasión.
El doctor Garaño explicó que durante el periodo conocido como Operativo Independencia el servicio militar tuvo dos escenarios en la provincia de Tucumán. Por un lado, los cuarteles. Por el otro, el monte. En los cuarteles, comentó el testigo, se modificó la lógica del funcionamiento del servicio militar obligatorio. “Una institución centenaria”, dijo el especialista como quien todavía se sorprende pensando en cómo un espacio tan tradicional y estructurado haya sufrido cambios tan abruptos. El monte tucumano, señaló Garaño, fue una zona construida por el ejército como el centro de su estrategia represiva. Allí es donde se montó el teatro. Allí es donde se escenificó una guerra. Allí es donde se realizaron “las puestas en escena de las tareas de acción psicológica buscando generar consenso o adhesión con respecto a su accionar”, afirmó el antropólogo.
Ya la reconocida politóloga Pilar Calviero habló en sus escritos de las dos facetas que caracterizaron las acciones represivas de la década del 70. La del ocultamiento, en la que se implementó la desaparición de personas, y aquella en la que se mostró las tareas de acción psicológica. “En esta faceta es en la que se centra la tesis”, expresó Garaño que luego explicó cómo el concepto de teatro de operaciones permite pensar qué puestas en escena se hicieron. “En ese sentido el monte del sur tucumano se convirtió para el Ejército Argentino en un teatro apto para escenificar que ahí se libraba una guerra”, dijo el testigo que declaró por el sistema de videoconferencia. “Para ello se valieron de imágenes significativas”, agregó y ejemplificó cómo se buscó mostrar a los soldados conscriptos como los protagonistas de esa supuesta guerra. El realce de ese protagonismo estaba en el supuesto de que era una experiencia inédita en el que este acto de sacrificio de la vida se hacía a la par, como iguales, junto a oficiales y suboficiales del Ejército. “Mostraban que juntos libraban esta batalla, de manera mancomunada”, afirmó. Más tarde contó que las entrevistas a los ex conscriptos mostraron otra realidad. “No estaban preparados para la posibilidad de morir”, contó refutando esa imagen de jóvenes casi adolescentes dispuestos a dar la vida por una guerra. “Fueron obligados y ante la posibilidad de negarse eran duramente castigados”, y recordó algunos testimonios que dieron cuenta de las torturas a las que los soldados conscriptos eran sometidos.
“El terror atravesó todo el tejido social, todos se volvieron seres sospechosos”, dijo Garaño refiriéndose a una cara que llamó destructiva del accionar represivo. Pero también, explicó, hubo una cara productiva: “se produjo un espacio de excepción donde todo era posible y donde se buscó alterar las relaciones sociales”, indicó y recordó, además, la fundación de cuatro pueblos con nombres de militares. “En la construcción de esta cultura del terror es importante la producción de rumores y de mito”, señaló. Y quienes escuchaban en la sala de prensa del Tribunal Oral Federal (TOF) empezaron a comentar los mitos que aún subsisten en el sur tucumano. “La creación de esos mitos fue parte de las tareas de acción psicológica para construir este enemigo”, concluyó en este sentido el antropólogo.
Construir la imagen del enemigo, construir la escena, dotarla de ciertas características fueron algunas de las estrategias que las Fuerzas Armadas utilizaron para justificar desde antes del golpe de Estado el accionar represivo. “El monte es un infierno. Aquí la vida está en juego a cada rato”, había escrito un periodisto bonaerense que el mismo Ejército trajo a la provincia. De acuerdo al estudio de Garaño, la construcción de ese enemigo muy peligroso que estaba en el monte tucumano necesitaba de la difusión de los medios nacionales. Así el terror y la justificación alcanzaron la escala nacional necesaria para la concreción del golpe de Estado.
El monstruo se preparaba para devorar vidas
La licenciada Pilar Gómez Sánchez, arqueóloga y perito que trabaja en el análisis de las fosas comunes encontradas en el Arsenal Miguel de Azcuénaga, dejó en claro que no estudió los centros clandestinos de detención utilizados durante el Operativo Independencia. A pesar de las múltiples interrupciones por parte de los abogados defensores, logró explicar que esa fotografía proyectada en una de las paredes del TOF daba cuenta de que el espacio en el ex Arsenales había sido planificado con anterioridad al golpe de Estado de 1976. Si bien, aún se encuentra en estudio, hay otros elementos complementarios que permiten considerar que el centro clandestino de detención y exterminio fue pensado, diagramado y ejecutado con ese propósito, el de desaparecer personas.
“El estudio de triangulación científica que hacemos para poder llegar al emplazamiento de conjuntos quemados, fosas clandestinas e inhumaciones dentro de este centro clandestino nos hace pensar que forma parte de un plan sistemático y muy finamente organizado que, entendemos, viene desde antes de marzo de 1976”, dijo Pilar Gómez. “Entendemos que el funcionamiento del centro clandestino de Arsenal Miguel de Azcuénaga se emplaza dentro del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional”, explicó la arqueóloga. “Pero para su uso y su funcionamiento debió ser acondicionado y, entendiendo desde la arqueología que los lazos temporales son mucho más profundos, no podemos decir que se hayan hecho de un día para el otro”, continuó. “Además con las modalidades de las muertes que se dieron dentro del campo entendemos que tuvo que ver con un plan riguroso de prueba y ensayo para poder llegar a este tipo de muertes”, finalizó y mostró las imágenes de las fosas con los restos encontrados. Restos óseos de los que se lograron identificar a doce personas.
La arqueología es una herramienta que permite develar aquello que se buscó ocultar. Por un lado deja claro que el plan sistemático de desaparición de personas no fue un exceso, sino que fue planificado desde la implementación del Operativo Independencia. “Fue necesario planificar, sistematizar y acondicionar los lugares específicos de reclusión y de enterramiento de cuerpos”, explicó la licenciada. Por el otro, encuentra información aun cuando parece que no la hay. “Lo material no se borra, siempre queda una impronta y aquello que ha tenido la intención de borrarlo deja la impronta el intento de ocultar una práctica”, señaló la especialista. “Con lo material hasta la ausencia nos da una presencia de información”, agregó y recordó cómo los restos de goma quemada junto a fragmentos óseos en esas fosas comunes evidenciaron que no alcanzó con secuestrarlos, torturarlos y matarlos.
La contundencia de la historia
La última testigo en declarar fue la historiadora Silvia Nassif. Su tesis doctoral versó sobre las luchas obreras tucumanas entre 1966 y 1973. Su comparecencia como testigo de contexto la encuentra en plena realización de un trabajo posdoctoral que abarca el periodo de 1973 a 1976. Su idoneidad y conocimiento fue evidente no solo por los títulos que posee sino por su extenso y pormenorizado testimonio.
Que las organizaciones sindicales y sociales respondieron a un profundo conflicto laboral. Que el hambre no era solo una expresión general sino una realidad generalizada. Que la destrucción de las fuentes de trabajo y la concentración de la riqueza fue debido a un accionar que antecede en más de una década al golpe de Estado. Que los centros clandestinos de detención funcionaban dentro de ingenios. Que eran los mismos patrones quienes entregaban a sus obreros o pedían el secuestro de algunos trabajadores. Que el disciplinamiento era un objetivo más de aquella maquinaria de terror que se puso en funcionamiento durante el Operativo Independencia.
El presidente del tribunal, Gabriel Casas, escuchó más atento que de costumbre la contundencia de un estudio profundo y abundante. Los representantes de los imputados no se atrevieron a hacer ni una pregunta. Más de una hora de exposición que apenas si se interrumpió por el pedido de un vaso de agua, dejó claro que ante la verdad histórica los mitos, las excusas y muchas explicaciones superfluas se desvanecen. La doctora Silvia Nassif habló, con el respaldo de cientos de documentos, de decenas de testimonios, por aquellos “protagonistas obligados”, los obreros del surco y los trabajadores de los ingenios.
Esta mañana, desde las 9 y hasta las 14 continuará la audiencia con otros testigos. El juez Casas, Carlos Jiménez Montilla y Juan Carlos Reynaga escucharán otras voces. Las historias que en la esquina de calles Chacabuco y Crisóstomo Álvarez se cuenten serán otras, pero seguirán siendo la misma. La que todavía duele. La que todavía busca justicia.