Gatillo fácil: la bala al corazón que truncó el día feliz de María José
Va a decirlo de un solo tirón, casi sin pausas: “Yo soy Enrique René Gordillo, padre de María José Gordillo, asesinada por el policía del grupo Cero Ramón Segundo Jerez, el 8 de octubre de 2012”.
En la vereda de la casa de los Gordillo, en el barrio Mutual Policial, están Enrique y su esposa, Adriana Rojas. En la galería han dispuesto una mesa, unos vasos y una gaseosa para compartir. En la pared del fondo cuelga una bandera que exige justicia por María José y carteles con su foto en blanco y negro: una de las últimas fotografías que la familia replicó y pegó en cartones para salir a las calles. Una manera de hacer que se conozca el rostro de la chica a la que asesinaron de un disparo en la puerta de su casa.
“Fue ahí”, dice Rojas y señala hacia adelante; apenas un par de metros la separan del lugar donde vio herida a su hija, en ese momento de 16 años. Sus días arrancaban a las seis de la mañana, cuando después de desayunar la acompañaba a la parada del colectivo. “Iba a quinto año. Yo no sabía que tenía tantas amistades, que tanta gente la quería, hasta que los vi a todos juntos”, recuerda Adriana e intenta seguir porque no quiere que la emoción le gane. Quiere seguir contando cómo su hija hacía bromas, cómo era su risa. Cómo llenaba la casa de niños porque traía a los vecinitos a jugar. “No tenemos consuelo, nada”, dice apenas. “Ella no ha podido disfrutar de su adolescencia porque fue corta”, continúa Enrique, cuando ve que el nudo en la garganta le impide a su esposa continuar. “Yo la llevaba y la buscaba de las primeras fiestas de 15 a las que había empezado a ir”.
No es difícil llegar a la casa de los Gordillo. Cuando se pregunta en el barrio por el número de manzana o de casa, la gente duda, hace cálculos señalando una u otra dirección. Cuando se ven un poco mareados, consultan por el apellido de la familia y casi de inmediato lo reconocen y dan las indicaciones precisas. Quizás porque Enrique maneja un taxi y el taxista del barrio es el que ‘salva’ en más de una ocasión.
“Una vez, después de que sucedió esto, llevé a una fiesta a los amigos de María que son del barrio. En el asiento de atrás se sentía la algarabía y entonces yo pensé ‘cuando la han matado estaba empezando a vivir’”. Y es Adriana quien esta vez llena el vacío que deja su esposo: “Durante mucho tiempo no me podía quedar en la escuela. Llevaba a mis otros hijos y no podía. Veo a sus compañeras, a las chicas de la cuadra y pienso ‘así tendría que estar ella, con sus amigas, reunidas. Así debería estar creciendo mi hija’”.
8 de octubre, feriado
María José quería jugar al hockey. “Hagamos una rifa, mamá. Yo vendo los números y vos dame unas ropas para que sea el premio. Con esa plata comprá los palitos para jugar al hockey”, le había dicho la joven a Adriana, que por entonces vendía ropa. Se acercaba el Día de la Madre y era una buena excusa para hacer un sorteo especial.
Era lunes 8 de octubre y era feriado. Estaba fresco y lluvioso. La noche anterior María José se había quedado con una amiga hasta tarde. “Dejalas que se queden, sí se va a levantar mañana”, le había dicho Enrique a Adriana, que insistía en que no se fuera a dormir muy tarde. Y así fue: María saltó de la cama apenas dijeron su nombre. No era habitual en ella reaccionar tan rápido por las mañanas. “Un ratito más”, solía decir y remoloneaba, sobre todo si era fin de semana.
Esa mañana estaba entusiasmada. Las carcajadas la alentaban a que siguiera haciendo monadas mientras la familia almorzaba. “Yo lavo los platos cuando vuelva de cobrar las rifas”, propuso. “No”, sentenció Adriana. Pero en un descuido ya había dejado los platos listos para lavarlos a su regreso. Antes que Adriana se diera cuenta. María José había vuelto con la cara sonriente y dispuesta a cumplir con la tarea que le tocaba. Juntas se encargaron de otros quehaceres de la casa. Quería dejar todo en orden porque ya sería hora de juntarse con el grupo de jóvenes de la iglesia. Era, también, una buena oportunidad para vender más rifas.
Todo pasó demasiado rápido. Los ruidos, los gritos, la pelea: María José salió corriendo. Todo pasó demasiado rápido. El hombre apuntó con el arma a su hermano, ella intentó que entrara rápido y se cruzó; la bala le atravesó el corazón. Con Ramón Jerez no había una buena relación de vecinos. Ya habían ocurrido roces y discusiones. Enrique Gordillo había hecho dos denuncias por agresión e intento de homicidio que no fueron investigadas, por eso está convencido de que si la policía hubiera actuado como correspondía esto no habría pasado. “Son dos expedientes del mismo año y el tercero termina siendo el del asesinato de María”, comenta.
El final de siete años de infierno
“Para mí ahora los días ya no son días. Todas las semanas vamos al cementerio. La gente dice que hacemos mal, pero ese es nuestro único consuelo”, dice Adriana con la mirada fija en sus dedos, que entrelaza una y otra vez. “Mis hijos tienen sus hijos y deben seguir -la mujer toma una bocanada grande de aire-. Yo era divertida, me gustaba bailar y jugar. Pero para mí ahora ya no son los días”.
Los días, esos que ya no son, pasan mientras ellos esperan que el juicio comience. “Un infierno”, resume Adriana acerca de estos siete años en los que cada Navidad apagó las luces temprano para que ningún vecino o amigo pasara a saludar, como acostumbraban en esa fecha. “Para Año Nuevo ellos se quedan”, dice y señala a uno de sus hijos, que la escucha en silencio. Ocurre que el 1 de enero era el cumpleaños de María José. “Ellos se quedan y le sueltan globos. Nosotros no, porque no queremos ponernos más tristes por los recuerdos. Los chicos saben ya que no nos tienen que decir nada”.
Enrique describe cada paso en el proceso legal con la terminología técnica específica. “En estos años he aprendido todas las mañas. Ahora sé cómo tiene que ser el curso legal de una causa. Qué es una apelación, una imputación, una exposición. Sé que a los 10 días el juez dicta prisión preventiva, que a los otros 10 días se apela en la Cámara. Entonces (hay que) ir y hablar con los vocales de la Cámara de apelaciones. Todo lo que hace un abogado lo he aprendido a hacer yo. Sí, fueron siete años de infierno y en tribunales una guerra”, concluye Gordillo que en este tiempo vio cómo Ramón Jerez quedaba libre porque se había cumplido el período de prisión preventiva.
Finalmente este jueves, a las 14, los padres de María José estarán en Tribunales Penales esperando que el imputado, que pasó los últimos cuatro años en libertad, sea juzgado por el crimen de su hija.