El otro encierro: la cárcel y la ausencia de derechos
Hacer ejercicio, leer un libro, ponerse al día con los trabajos pendientes, aprovechar para ser productivos/as. Las recomendaciones para enfrentar la cuarentena y no sucumbir a la ansiedad, la depresión o el insomnio son diversas en la redes sociales. La convivencia, la libido, la buena alimentación, la contención y el afecto son recomendables y populares a la hora de pensar en la cuarentena.
“Si hay un aluvión de consejos sobre cómo sobrellevar el encierro es porque se entiende a priori que genera efectos que no son positivos ¿Por qué no podemos trasladar esa misma lógica de pensamiento a las personas que están en la cárcel?”. Federico Gómez Moreno, psicólogo y practicante del psicoanálisis, trabaja en el Patronato de Internos y Liberados del Ministerio de Seguridad de Tucumán en el Penal de Villa Urquiza y se pregunta por el otro encierro. Sucede que esas actividades que son imprescindibles para cualquier ser humano en situación de encierro en las cárceles directamente no existen.
“En Villa Urquiza hay sobrepoblación y las condiciones de habitabilidad son paupérrimas e inhumanas. La comida que ofrece el servicio penitenciario es de pésima calidad y muchas veces está en estado de descomposición. Además- agrega- el trato hacia las familias cuando vienen de visita también es denigrante”.
La cárcel, según la Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad n° 24.660, tiene la finalidad de que las personas que hayan cometido delitos formen parte de un proceso de responsabilización por los actos que han cometido, y propone, además, que lleguen a una comprensión de los fundamentos de las leyes y que luego se restablezcan adecuadamente en la sociedad. Es decir que el castigo no es una finalidad en sí mismo, o no debería, ya que la ley establece que todas las acciones dentro de una institución carcelaria deben conducir al desarrollo positivo de los y las internas, y que estas deben estar exentas de tratos crueles o degradantes. Además, derechos como la salud, el trabajo y la educación deben estar debidamente garantizados, ya que el único derecho que se pierde en la condena es el de la libertad ambulatoria.
Según Gómez, las cárceles fracasan porque nada de esto ocurre y porque hay una deshumanización en el trato con los internos que impide que logren asumir los actos que los han llevado a la prisión. “Una persona que comete un delito tiene que hacerse responsable por haberlo cometido. Tenemos que darle todos los derechos y también es muy importante el trabajo analítico-clínico. Con esto me refiero al psicoanálisis como herramienta de escucha, de encuentro, de alojamiento del sufrimiento del otro y no del prejuicio. Este trabajo tiene que conducir a que exista un reposicionamiento subjetivo de la persona, en el que pueda asumir su responsabilidad. Ese creo que es el camino posible”.
Sin embargo, según el psicólogo, la cotidianeidad en la cárcel está más ligada a la supervivencia que a la proyección personal, ya que se trata de instituciones fuertemente jerárquicas en las que la autonomía de los internos es nula y en donde el punitivismo policial es muy fuerte. “Al anularse la capacidad de decisión y de participación de las personas privadas de la libertad todo termina siendo responsabilidad de un tercero. Si uno no toma decisiones es porque las está tomando otro”. Además, el encierro y la pésima calidad de vida en las cárceles provoca un deterioro físico y mental en los sujetos. “Cuando conocés a estas personas tienen muchas marcas en el cuerpo, marcas que les hicieron otros o que se hicieron ellos mismos. Pero sobre todo marcas subjetivas de dolor y sufrimiento que generan daños difíciles de reparar”. Por esa razón, el psicoanalista señala la importancia del trabajo de organismos, asociaciones y personas que trabajan en ofertas programáticas alternativas a la cotidianeidad del penal.
“El encierro históricamente ha sido selectivo”
Según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (SNEEP) realizado en diciembre de 2018, existen en Tucumán 1.301 personas en servicios penitenciarios, una población mayormente masculina ya que solo 47 son mujeres. Del total de la población carcelaria, el 90,4% no obtuvo reducción de la pena y poco más de la mitad cumple condenas que van desde los 3 a los 9 años de prisión.
“Hay un ideal de justicia que se asocia directamente al encierro. Y el encierro históricamente ha sido selectivo, siempre contra sectores pobres, minorías, que se los tomaba como amenazantes”, expresa Gómez, y agrega que muchas de las personas que llegan la cárcel poseen una historicidad marcada por la ausencia del Estado, en las que les han faltado los derechos básicos, entre otras violencias, dando lugar al delito como única respuesta posible.
Los países con economías más equitativas que han formulado cárceles con orientaciones respetuosas de los derechos humanos han disminuido los delitos en sus territorios y así también la población carcelaria, mientras en los países países con más desigualdad los sistemas carcelarios son muy estrictos y punitivos. Por ejemplo, según una comparación del último informe del SNEEP, Estados Unidos posee una tasa de 655 habitantes presos cada 100.000 habitantes. Un caso muy opuesto es el de Dinamarca, donde la economía es más igualitaria y se trabaja en la prevención del delito. Allí las cárceles no cumplen funciones de castigo, sino de reinserción social: su tasa es de 63 personas presas cada 100.000 habitantes. Por otro lado, el informe presenta a la Argentina con una tasa de 213 personas en situación de encierro cada 100.000 habitantes.
Según el psicoanalista, el Estado utiliza a la cárcel por una demanda social punitiva más que por considerarla una herramienta de recuperación.“Hay una responsabilidad ciudadana nuestra en todo esto. Las personas nos constituimos a partir de la mirada y el discurso del otro. Somos lo que los otros nos han donado por medio del lenguaje. Y a la vez somos lo que nosotros podemos hacer con eso que el otro nos dice. Si alguien desde chico queda marcado como ‘pibe chorro’ y es excluído, será difícil correrse de ese significante si no tiene las herramientas para hacer algo distinto”. Es también en este sentido que la situación de encierro está lejos cumplir sus objetivos pues, según el SNEEP, en Tucumán el 30% de las personas con condena son reincidentes.
Hoy no es posible un abolicionismo de la cárcel, dice Gómez. Sin embargo afirma que es fundamental cuestionar el porqué del encierro, y pensar que, si actualmente es la única alternativa, es necesario adoptar una perspectiva de derechos humanos y una mirada de género. El rol del Estado, explica, es primordial para establecer políticas públicas significativas.
Una reforma carcelaria, una estructura edilicia en condiciones, articulaciones interdisciplinarias e interministeriales efectivas, y un espacio de comisión para la toma de decisiones que incluya la participación de todos los actores carcelarios-penitenciarios, desde el personal hasta las personas allí alojadas. Estos son, según el psicoanalista, los caminos para pensar un cambio posible.
“Si a nosotros el encierro nos está produciendo efectos, intentemos por un segundo pensar qué pasaría si tuviéramos que pasarlo por muchos años y en la cárcel”.