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Megacausa Jefatura III: un recuerdo vivo

Foto de Elena Nicolay | La Palta

Con la mirada al frente, Karina Toloza entra a la sala de audiencias y se sienta ante el juez del Tribunal Oral Federal. Lleva una remera con el rostro de su padre, José Francisco Toloza y en su mano, un papel. En él está escrita su historia. “Estoy aquí con mi madre. Hace 46 años me cargó en sus brazos y buscamos a mi padre por cielo y tierra. También estoy aquí por mis abuelos que no pudieron llegar”, lee Karina en los primeros párrafos.

Francisco Toloza fue secuestrado dos veces. La primera fue en abril de 1977, cuando Karina tenía solo tres meses de vida. A los dos días regresó a su casa con golpes en sus brazos y la ropa sucia. Para aquel entonces, Francisco trabajaba en saneamiento ambiental, en la Subsecretaría de Estado de Salud Pública de la provincia. “Eran un grupo de empleados públicos que se habían organizado por todo lo que estaba pasando en ese momento. Era una asociación de tipo gremial”, cuenta Karina. También comenzaba a tener un acercamiento con el Partido Comunista.

El segundo secuestro fue el 24 de mayo de ese mismo año. Francisco se dirigió a su trabajo como todos los días. A su regreso, tenía planeado llevar, junto con su compañera de vida, a Karina al hospital para que le colocaran una vacuna. Sin embargo, las horas pasaron y nunca regresó. “Lo habían interceptado en el parque 9 de Julio”, dice Karina. Días después, sus compañeros Luis Carrizo, Héctor Bustamante y Julio Mercado también fueron secuestrados.

Los días siguientes

La familia de Francisco realizó innumerables denuncias en diferentes comisarías y lo buscó por cada hospital. A la casa de los abuelos de Karina llegaban personas que decían traer información sobre Francisco a cambio de dinero, pero solo se trataba de estafas.

“Nosotros vivíamos en la casa de mi abuela paterna. Mi abuela Raquel me cuidó todo lo que pudo, pero estaba muy enferma porque quedó muy triste”, recuerda Karina. La persecución a su madre aumentaba cada vez más, situación que la obligó a marcharse de aquella casa. “Yo no pude tener un vínculo de madre e hija. A medida que pasaba el tiempo yo me preguntaba por qué no podíamos. Después me enteré por lo que pasaba mi mamá”, dice con su voz quebrada, intentando contener las lágrimas.

La esperanza de que Francisco apareciera aún estaba intacta. Karina fue testigo de cómo su abuela Raquel rezaba miles de rosarios y pedía por su hijo en esa casa que poco a poco se fue tornando oscura por el miedo y el dolor. También de cómo su abuelo Teodoro cada tarde se sentaba en la vereda a esperar. Ambos se fueron de este mundo sin tener respuestas.

En septiembre de 2016, parte de los restos óseos de Francisco fueron identificados y recuperados del Pozo de Vargas.

“Hoy soy más grande que mi padre, tengo más canas y más arrugas que él. Si pudiera elegir, me gustaría una nueva infancia como en mis sueños donde te espero, papá con mi tapadito verde y mis zapatitos blancos”, dicen las últimas líneas de aquella carta que Karina escribió, convirtiendo el pasado en un recuerdo vivo. La sala de audiencias se llena de abrazos y lágrimas cuando ella termina de declarar, y en un grito fuerte y esperanzador se escucha: Francisco Toloza: ¡presente, ahora y siempre!

Foto de Elena Nicolay | La Palta

Las familias también son víctimas

“Un comandante de apellido Llama, me hizo pasar a su oficina y me dijo que iba a ayudarme a encontrar a mi marido”, cuenta la testigo cuya identidad se preserva. En aquel lugar, la mujer sufrió reiteradas violaciones durante seis meses, bajo la amenaza de que iba a ser secuestrada y desaparecida junto a su hija. Ese tormento la acompañó toda su vida y, después de tantos años, pudo contarlo por primera vez.

Como este relato hay muchos más. En ellos queda reflejada la persecución que sembró el miedo en cada uno de los familiares luego de los secuestros. Persecuciones cargadas de constantes amenazas que llevaron a algunas personas a enfrentar situaciones de violencia sexual. La incertidumbre y desesperación ante la falta de respuestas también es algo que se repite constantemente en cada relato. De algo no queda duda: las familias y allegades de las personas secuestradas y desaparecidas durante la última dictadura cívico-militar en nuestro país, también son víctimas.