Megacausa Jefatura III: arrebatados de sus familias
Todos los días, cuando Hugo Coria salía de su trabajo en la fábrica de zapatillas Panam, Francisca del Carmen Almada lo esperaba en la vereda de su casa, junto a su hijo Víctor. Cuando la figura de su padre aparecía por las calles de Villa Mariano Moreno, el pequeño de dos años corría a su encuentro, agarraba su maletín y caminaban juntos hasta su hogar.
El 16 de diciembre de 1976, una cuadra y media antes de llegar a su casa, a Hugo lo subieron a un auto oscuro y lo llevaron secuestrado. Francisca y Víctor fueron testigos de aquello. Esa fue la última vez que lo vieron. “Fue tremendo para mí quedarme sola con mi hijo. Él se la pasaba llorando y pidiendo por su papá, sufrió mucho porque era muy apegado”, dijo Francisca en la pasada audiencia del juicio por la Megacausa Jefatura III. Al recordar aquel momento, las lágrimas de la mujer no tardaron en aparecer.
Francisca comenzó a buscarlo por todos lados. Incluso llegó a comunicarse con gente de la zona que le informaba sobre los cuerpos que llegaban al Cementerio del Norte. “Mi madre me dijo que dejó de buscarlo porque la policía le advirtió que corría riesgo su vida y la mía”, recordó Víctor, su hijo, en su declaración. Su único consuelo fue pensar que Hugo aparecería.
Los años siguientes fueron difíciles para ambos. La incertidumbre se convirtió en una compañera permanente de sus vidas. Francisca tuvo que buscar refugio en la casa de su madre y su padre. “Ellos me mantenían porque no querían que saliera a trabajar por miedo a que me pase algo”, contó. A pesar del miedo, ella decidió buscar un trabajo para criar a su hijo.
Desamparados
“Cuando a mi papá lo secuestraron, a mi mamá la dejaron cesante de su trabajo como preceptora”, contó Walter Fabián Poccioni, hizo un silencio para recuperarse y continuó. “Quedamos sin el sostén de mi papá y tuvimos que ir a vivir al fondo de la casa de mis abuelos”. A su papá, Mario Roberto Poccioni, lo secuestraron el 1 de agosto de 1976 y fue liberado cuatro años y diez meses después. Para ese entonces, Walter ya tenía ocho años y aunque los recuerdos son un poco borrosos, no los olvida. “Cuando fue liberado, estaba muy mal, tanto física como psicológicamente”.
Liliana Ruiz es otra testigo que se presentó en la sala de audiencias. Se sentó frente al Tribunal y colocó en su cuello la fotografía de su papá Fidelino Ruiz. El secuestro y desaparición de Fidelino también marcaron un antes y un después en su vida, la de su madre y sus cuatro hermanos. A dos meses del secuestro, el ingenio Concepción, lugar donde trabajaba su padre, les pidió desalojar su hogar. “Nos llevaron a La Milagrosa (Banda del Río Salí), donde no había nada. Todo era yuyales. De tener todo, pasamos a no tener nada”, dijo Liliana.
Durante el último golpe de Estado, así como Fidelino, Mario y Hugo, muchas personas fueron arrebatadas de sus hogares, dejando a familias completamente desamparadas. Buscando la manera de sobrevivir. A pesar de la tristeza y el dolor que conlleva revivir aquellos momentos, sus familiares tratan de reconstruir el horror sufrido. Sus presencias en el juicio por la Megacausa son un acto de resistencia y memoria, una búsqueda incansable de justicia y reparación.