Gatillo fácil: un disparo, un juicio y otra sentencia a un policía
Carnaval, fecha para celebrar y disfrutar de las noches de bailes, pintura y comparsa. Con esa intención salió Aníbal Álvarez el 11 de marzo de 2013, cuando fue a Ranchillos junto con sus amigos. Sin embargo, al regresar a su casa se cruzó con el sargento Carlos Alberto Reyna, su asesino. Un supuesto rayón en su camioneta llevó a que Reyna, vestido de civil y acompañado por su familia, interceptara el vehículo del amigo de Aníbal y le disparara. Aníbal bajó de la camioneta para intentar detener al oficial que le daba culatazos a su amigo Oscar. El hecho terminó con un disparo del arma reglamentaria de Reyna contra Álvarez. Un disparo en la cabeza que lo mató sin mediación, sin palabras.
El viernes 9 de febrero, primer día del carnaval y cinco años después del homicidio, se conoció la sentencia de esta causa, con una pena de 13 años de prisión para el sargento. La Sala III de los Tribunales Penales lo consideró un homicidio simple, a pesar de tratarse de un policía que asesinó con su arma reglamentaria. “Más que un caso de gatillo fácil hablamos de una persona que se ha salido de órbita injustificadamente, quitándole la vida a un hombre”, opinó el abogado Manuel Pedernera. “El policía alude que mi hijo le pegó un chirlo a la pistola y que se le escapó el tiro, pero todas las pruebas demuestran que Reyna disparó de lejos”, contó Beatriz Rivadeneira, madre de Aníbal. Respecto de la sentencia, Beatriz manifestó: “estoy conforme porque en esta provincia a los policías le dan cuatro o cinco años, así que 13 está bien. Espero que no le bajen la pena”.
Este caso se suma a la lista de causas de violencia institucional que en Tucumán se hacen bandera contra el gatillo fácil. Causas que ponen en evidencia la brutalidad policial que asesina a un chico cada 28 horas en Argentina, según las estadísticas del Correpi (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional). “Así como hay policías buenos, hay muchos más (policías) malos. En la misma fiscalía se dirigían hacia mí con mucha prepotencia y nos hacían sentir delincuentes, te hacen sentir mal. Ni qué decir de éste que mató a mi hijo. Es una persona desagradable y se lo ve muy malo, sin piedad”, expresó Rivadeneira. Relato similar al de otras causas de gatillo fácil, como la de Ismael Lucena, en la que las amenazas y el amedrentamiento policial aparecen como elementos complementarios a la odisea de elevar el caso a juicio.
El tribunal integrado por Pedro Roldán Vázquez, Juana Juárez y Alejandra Balcázar determinó la prisión preventiva a Carlos Reyna. Después de la sentencia, este fue llevado a la Dirección de Bomberos en espera del traslado definitivo al penal de Villa Urquiza. “Yo no creía poder llegar hasta este momento. Llegué a esta instancia gracias a que un día fui a la marcha de (Alberto) Lebbos y conocí a las chicas del Partido Obrero, que me ayudaron a exigir justicia. En el camino te encontrás con muchas cosas que no le pueden hacer a una madre, porque hay muchas madres que sufren por esto”.
Rivadeneira dejó en claro que su causa estuvo trabada por un tiempo y que hasta el secretario del ministro fiscal reconoció que había papeles estancados durante meses, pese a que deberían haber salido a los 10 días de ingresados. “Una debe pelear adentro de Tribunales y eso no es justo. La verdad es que en estas causas no hay que bajar los brazos, y pelear afuera al lado de los organismos, y adentro empujando los papeles”.
La familia de Aníbal está compuesta por sus padres y un hermano de 12 años con discapacidad. Beatriz recuerda cómo Aníbal la ayudaba a cuidar al niño y cómo trabajaba por todos: “Aníbal era amigo, era hijo y me ayudada con su hermano Benjamín. Me decía que nunca me iba a dejar sola y me contenía cuando me dolía la espalda por cuidar de mi hijo menor. Era un ángel, me sacaron la mitad de mi vida”.