Juicio por Ismael: bajo la mirada imputada
Valor. Esa es la palabra que define a un testigo que cuenta su verdad. Pero adquiere más fuerza cuando esa verdad es dicha frente al acusado, cuando se tiene el coraje de señalar con el dedo a ese que antes era la autoridad. Ese que ya golpeó con violencia una, dos, tres veces. Ese que amenaza.
El segundo día de audiencia en el juicio por el homicidio de Ismael Lucena y las lesiones a Marcelo López continuó con la declaración de trece testigos. Los policías imputados por la causa fueron reconocidos y señalados por los testigos como responsables. Cada uno, de acuerdo a su acusación, tuvo un testigo que marcó su falla. Esa falla que terminó con la vida de Ismael y que se sigue cobrando muchos Ismaeles en las calles. Esa falla sistemática de lo que se entiende por seguridad. “La defensa marcó que ‘no estamos en Suiza’ y que pareciera que cometer estos graves delitos podrían llegar a aceptarse en un contexto de inseguridad. Consideramos que de ninguna manera eso representa una verdad válida para el caso”, explica la doctora Julia Albarracín, abogada de la querella y agrega que “si algo ha quedado constatado en las jornadas de ayer y hoy es que existe un gran nivel de ineficacia por parte de los agentes policiales. Algo que pareciera normal y que queda constatado cuando los imputados dicen ‘bueno no hicimos nada’, como si eso los desligara de su responsabilidad”. De acuerdo a las declaraciones expuestas por los imputados, las prácticas y los procedimientos policiales justifican la violencia, el amedrentamiento y el abuso de autoridad que genera víctimas de la portación de rostro. Al menos eso demostró el relato de Marcelo ‘Pipí’ López, víctima de las lesiones recibidas la noche en la que murió Ismael.
“Te voy a matar, chorito”
A las 19, Pipí buscó a Ismael para ir a la casa de Vanesa. Desde hacía aproximadamente un mes que ella se había mudado al barrio Virgen del Huerto, en la localidad de Las Talitas. Su casa era nueva y Pipí quería conocerla. Galletas, gaseosas y una cerveza fue lo que compartieron durante toda la tarde que, entre charla y charla, se convirtió en noche. Vanesa conoció a Ismael ese día y descubrió su timidez cuando vio que se sonrojaba después de las bromas que ella le hacía sobre una chica que le gustaba. Así estuvieron hasta la medianoche, cuando descubrieron que era tarde y debían volver. No antes sin comprometerse con Vanesa, como buenos caballeros, a regresar para cortar el pasto de su casa.
Con doce pesos en el bolsillo, los chicos esperaron el colectivo que los dejaba en su barrio. Pasaron dos. Ninguno les quiso parar. Empezaron a caminar por el barrio, desconocido para ellos y se cruzaron con una señora en bicicleta que llevaba a su hijo. Parecía tranquilo. Eso los llevó a cruzar un descampado, propio de un barrio nuevo. De la oscuridad salieron dos siluetas que, al acercarse, se hacía más nítidas. Eran dos hombres, uno con una remera rosa percudida y otro de beige. Llevaban un arma e iban con velocidad hacia ellos. Parecían que querían atacarlos. Ismael y Pipí corrieron asustados.
Un disparo. Un grito de “¡alto!”. Dos disparos más. Y mucha adrenalina. “Fuimos hasta la casa de la esquina y allí me encuentro con un hombre. Le pido ingresar a su casa porque pensaba que nos querían robar”, declaró Pipí. El hombre sacó un látigo y los obligó a retirarse, pero antes le tiró un dato: “al frente vive un policía”.
Un kiosco es todo lo que Pipí vio. Los atacantes estaban muy cerca y no había tiempo. En el kiosco había un chico y Pipí le contó la situación. El chico les pidió que esperen y se metió a la casa. En ese momento alguien gritó “¡quieto!” y Pipí distinguió una remera rosa. Entonces golpeó la ventana, pensando que querían robar el kiosco. “De repente sentí algo frío en la nuca y alguien que me dice ‘te voy a matar chorito’”, declaró Pipí al Tribunal.
Un golpe seco sobre la parte izquierda de la cabeza de Ismael. Un grito y el llanto de Lucena. Alguien abrió la puerta de la casa justo a tiempo para recibir el cuerpo de Ismael herido. “Cuando abrí la puerta vi a una persona con una escopeta y otra persona que se estaba cayendo. Lo abracé y lo reduje en el piso”, declaró Alejandro Álvarez, hijo del propietario de la casa del kiosco. A partir de ahí, todo fue violencia.
Alejandro Álvarez era policía en ejercicio y cuando vio la situación pensó que Lucena y López eran asaltantes. La primera reacción fue reducir a Lucena, inmovilizando la mano de Ismael por detrás y dándole la orden de no moverse. “El otro policía (Mondino) le pegaba a un chico que tenía un pañuelo (Pipí). El que estaba en el piso (Ismael) gritó que no le peguen a su amigo porque estaba operado y tenía platino en la cabeza. Cuando me entero de eso le grité al policía ‘¡ya basta!’”, declaró Alejandro Álvarez en el juicio. “Los golpes venían de todos lados. Estaba nervioso y no sabía dónde estaba mi amigo. Me sacaron el cinto y me ataron las manos. Quede sin fuerzas en el piso, por los golpes”, relató Pipí López. "Cuando salgo de mi casa veo a dos personas golpeando a dos chicos. Mi hijo me decía que llame a la policía", declaró Miguel Ángel Álvarez, ex policía y propietario de la casa en la que ingresaron Ismael Lucena y Marcelo López esa noche.
Hasta ese momento, en la galería de la casa de los Álvarez estaban Mondino Becero, Antonio Monserrat, Miguel Álvarez y Alejandro Álvarez. Además en el piso se encontraban Ismael, con sangre en su cabeza, y Pipí, golpeado. Miguel decidió salir hacia la comisaría que se encontraba a unas cuadras. Cuando llegó no encontró al oficial de turno y decidió regresar. En el camino se cruzó con su hijo Alejandro que le dijo que ya se habían llevado los chicos a la comisaría. Volvieron.
Pipí llegó a la comisaría en un auto bordo. Ismael llegó caminando y ensangrentado. “Lo vi a Ismael Lucena en la comisaría muy golpeado. Estaba amarillo y tiritaba”, contó Miguel Álvarez al tribunal y agregó que le recomendó a Ismael hacerse ver con un médico. “Pasen a la oficina de González”, fue la orden que recibieron Lucena y López. Francisco González era el oficial de turno. En el despacho, el oficial les dijo “quedan detenidos o hacen la denuncia y se van a la casa”. Ismael le dijo a Pipí, entre nervios, que solo quería irse a su casa. Pipí le pregunta a González: “Si son policías, ¿por qué nos pegan así?”. González no respondió, solo lo miró.
Los chicos firmaron un acta y se fueron. “Llegamos a las 3 am al Padilla. Ismael empezó a devolver. Lo quise abrazar y me sacó la mano. Se desvaneció”, así explicó Pipí el momento en el que Ismael perdió el conocimiento. Ese momento en el que la violencia llegaba a su punto de ebullición.
Risas y amenazas
La muerte de Ismael abrió un camino de incertidumbres, entredichos y lavadas de manos. Por eso, entre las acusaciones se encuentran las amenazas que Marcelo ‘Pipí’ López recibió de parte de Francisco González. “Tiempo después González fue a mi casa y me dijo ‘no te presentes al careo porque te va a pasar lo mismo que a Lucena’", declaró López ante el Tribunal. Ese fue el motivo por el cual se citó como testigo a Isabel de la Cruz, cuñada de Ismael y representante de la lucha que llevó el caso a la Justicia. “En ningún momento amenacé a López. ¿Para qué me quedaría media hora en la vereda si lo hubiese amenazado? Yo fui a la casa de López para averiguar la dirección de la señora (Isabel) que quería hablar conmigo”, declaró González.
Sin embargo Isabel aclaró que ella fue testigo de la presencia de González en casa de Pipí López y explicó que el hermano de González le dijo que quería pagar una "fianza" y por eso quería que hablara con él. “Le dije que no me interesaba”, explicó Isabel y agregó “el 14 de febrero de 2012 vi a una persona cruzar la plaza de mi barrio. Era González. Me reconoció”.
Pero ayer se descubrió que no fue esa la única amenaza en la causa. Durante las declaraciones de Soledad Martorell, vecina de Mondino Becero y Antonio Monserrat, la testigo contó que “antes de que yo venga a declarar, unos hombres bien vestidos me dijeron que si sabía algo, no diga nada”. Además agregó que tenía miedo por sus hijos, ya que conocía a Becero y lo consideraba una persona agresiva. Soledad relató que en una oportunidad encontró en la calle de su casa unos materiales de construcción y los guardó en su hogar. Tiempo después Mondino le reclamó violentamente los materiales, acusándola de ladrona.
Entre sus declaraciones, Soledad Martorell dijo que después del incidente en la casa de los Álvarez, Mondino regresó al barrio. Los vecinos le preguntaron qué había sucedido con los sospechosos denunciados. “Mondino se burlaba de lo que había pasado. Me mostró una billetera y dijo 'mirá tiene dos pesos'”, contó Martorell al Tribunal y recordó que notó una manchita de sangre en el pantalón del imputado.
Juego de armas
Entre los testimonios de ayer se encontró el de Augusto César Colombres, un distinguido médico forense contratado por el abogado Ricardo Blasco, defensor de Antonio Monserrat. Él realizó un informe en base a las constancias médico legales, aunque nunca trató con el cuerpo físico de Ismael ni con las armas. Además, el doctor Colombres afirmó haber recibido dinero por hacer su trabajo y la Presidente del Tribunal aclaro que está autorizado. “Yo hago mi trabajo. Si es blanco es blanco y si es negro es negro. Pese a quien le pese”, expresó Colombres.
El defensor de Mondino Becero, abogado Cergio Morfil, aprovechó la presencia del experto para precisar los detalles sobre el golpe que recibió Ismael. Para ello el defensor solicitó las armas e intentó manipularlas, lo que fue impedido por el Tribunal. Sumado a eso el Tribunal pidió la presencia de un agente policial para descargar la pistola. “Por favor doctor, no me apunte”, fueron las palabras de Colombres ante los intentos de Morfil por manipular el arma. Finalmente el especialista dio su hipótesis acerca de lo ocurrido y le mostró al abogado cómo podría haber sido el golpe. “mi conclusión es que el golpe se puede hacer con el caño del arma”, explicó el doctor Colombres dejando en claro que con esto no afirma que fue producido con esa arma. “Puede haber sido producido con esa arma, como también con un hierro”.