Para salud, no hay plata. Para envenenarnos, sí.
Por Guadalupe Garlati
No hay plata, dicen.
Cierran el Instituto Nacional de Agricultura Familiar, Campesina e Indigena.
No hay plata, dicen.
Dan de baja el programa Pro Huerta.
No hay plata, dicen.
El ministro de Economía Luis “Totó” Caputo anuncia la “baja de aranceles de herbicidas” para “favorecer el agro”.
No hay plata, nos dicen. Al ajuste lo pagamos todos (menos ellos). Miles de personas perdiendo sus trabajos, familias sus fuentes de ingreso, atravesando un brote histórico de Dengue sufriendo el completo abandono y desprecio del estado.
Para entender cómo llegamos hasta aquí, conversamos con Guillermo Folguera, Licenciado en Filosofía (UBA), Licenciado en Ciencias Biológicas (UBA) y Doctor en Ciencias Biológicas (UBA). Además, es Investigador Independiente del CONICET con sede en el Instituto Alejandro Korn (FFyL-UBA) y profesor del área de Historia de la Ciencia y Filosofía de la Biología (FCEN-UBA).
En tres preguntas, Guillermo nos cuenta cómo y por qué en Argentina seguimos sin entender que lo que consideramos necesario para la salida de la crisis es en realidad lo que nos llevó a ella:
¿Cómo tomás como militante las declaraciones y las acciones del gobierno?
GF: las tomo en dos sentidos. Por un lado, lo que significa cada vez que un gobierno pondera las ganancias de algunos sectores por sobre la salud y la naturaleza. Por supuesto que no es el primer gobierno que lo ha hecho, desgraciadamente, ni a nivel nacional, ni a nivel provincial o municipal. La historia de Argentina, la historia de América Latina es una historia en extensa que ha multiplicado los extractivismos y el gobierno de Milei no ha hecho más que intensificar, en este caso, en la disminución de los aranceles de tres agrotóxicos conocidos como 24D, Atrazine y Glifosato, sino también un montón de medidas que acompañan. A través del DNU o la ley ómnibus, por ejemplo, un intento por utilizar los territorios después de los incendios para los agronegocios, el intento por sacar la ley de tierra y permitir el proceso de extranjerización. También la reforma de instituciones que ya fueron moldeadas a favor de los agronegocios. Yo creo que hay instituciones muy emblemáticas que han sumado aportes en ese sentido: Senasa e INTA son dos de las que se han dirigido principalmente a permitir la multiplicación de agentes químicos y de las semillas transgénicas que se aprobaban a mitad de la década. El gobierno de Milei profundiza de manera muy clara con saltos cualitativos, un desastre socioambiental.
Por otro lado, aclarar que el problema de contaminación química y de destrucción ambiental no empezó en diciembre. Fueron 500 años de degradación y lo que significaron las últimas décadas en Argentina, sino nos perdemos de comprender el último ciclo de los extractivismos en nuestro país.
El último ciclo de los extractivismos tiene una forma de depredación muy específica: transgénicos y paquetes tecnológicos, con semillas modificadas genéticamente que son resistentes a Roundup, que es la marca comercial del glifosato. También la megaminería: esa minería ya no de pequeñas bóvedas, sino de reventar montañas. Las plantaciones forestales, el fracking: estas inyecciones con arena y químicos para sacar hidrocarburos, o lo que significa más recientemente el Offshore.
Todo esto representa la genealogía de cómo se llega hasta diciembre y la profundización de las medidas de Milei ubica este ciclo de destrucción que estamos viendo y que de alguna manera se ha puesto como su máximo exponente, aunque no el primero que lo impuso.
¿Qué opinás sobre el posicionamiento de: “la única salida de la crisis es explotando la tierra”? y nosotros como habitantes de ella, ¿no?
GF: Claro, fijate que lo que hacen es invertir, hay acuerdos que funcionan exactamente al revés. No es que explotar la tierra lo que nos va a sacar de la crisis, sino que la crisis se genera en gran medida por la forma de explotación de la tierra. Por supuesto que hay muchos factores, ¿no? Habrá muchos factores que reconocer, que discutir: ¿qué pasó con nuestra existencia política?, ¿qué significan las corporaciones del primer mundo metidas en nuestro territorio?, ¿qué significan modelos de desigualdad social tan brutales? hay un montón. Pero una de las cosas que aprendimos con Beverly King, una economista con una enorme lucidez en torno a la deuda externa en nuestro país, es que la deuda externa es un mecanismo de presión para expandir los extractivismos en nuestros territorios.
Analizando este ciclo del que hablábamos antes, que yo creo que el último ciclo de los extractivismos se da desde la dictadura de la década del 70 hasta la actualidad (estamos hablando de 50 años), lo que podemos ver es que en 1975 la pobreza estaba en 5% y ahora la tenés rondando el 60%. A Argentina no le cayó un meteorito. Argentina tuvo un conjunto sistemático de políticas activas, en general en el marco de la fase neoliberal del capitalismo, que obviamente la dictadura de la década del 70 generó, expandió. El gobierno de Alfonsín no le puso freno, y después tenés la reestructuración de la década del 90, que permitió gran parte de lo que mencionamos antes, con los agronegocios, la megaminería, y después el fracking. Y después vinieron los gobiernos “progresistas” pero que en eso no se metieron, o que inclusive lo profundizaron. Por ejemplo, el gobierno de Alberto Fernández, tuvo la aprobación de dos cuestiones históricas: el offshore, que es la entrega a las corporaciones del mar Argentino, y el trigo HB4, el trigo transgénico, que Estados Unidos no se había animado a aprobar por lo que significa dentro del plato cotidiano de una familia. Estuvieron muy cerca también de aprobar la megafactoría de cerdos, y no lo hicieron simplemente por la presión social. Todo esto ha significado un ciclo sostenible de entrega, y esa fórmula que vos planteás, “vamos a profundizar los extractivismos para salir de la crisis” es mirar cómo llegamos hasta acá, llegamos profundizando los extractivismos.
¿Qué nos podés contar sobre los agrotóxicos? ¿Tenés alguna historia o alguna vivencia que te haya conmovido y nos la quieras compartir?
GF: Estuvimos hace un par de semanas en Jáchal, San Juan, en el marco del Tercer Festival Puentes de Agua, un festival que organizamos una vez al año, donde visitamos comunidades. El primero fue en Andalgalá, que lidia con la mega minería, el segundo fue en Exaltación de la Cruz, Provincia de Buenos Aires, que lidia con los agronegocios y el tercero fue en Jáchal, San Juan.
Jáchal era un gran productor agrícola de cebolla. Dejó de serlo a partir de que a finales de la década del noventa se expande la megaminería con políticas que fueron desarrollando, como las que mencionamos, que acogotaron a la provincia para que abrace esta doctrina del shock, para que abrace a la megaminería. San Juan fue perdiendo paulatinamente esa producción agrícola.
Durante el Festival Puentes de Agua, Sergio Arboleya, compañero de Télam (nota el pie, un abrazo enorme a los compañeros y compañeras de Télam que están lidiando con esto, con esta situación) le preguntaba a Ana Lara, y ella, con un conjunto de tiempos, un conjunto de minutos, repetía la misma frase que de alguna manera entraba hasta los huesos. La frase era: “le confieso que estoy triste, le confieso que tengo tristeza”, con una entereza brutal.
Ana Lara, hija de campesinos, productora agrícola, contaba que San Juan no tiene agua para cultivar, la tierra ya no le permite cultivar, el agua no le permite cultivar. Alternaba los relatos, se alternaba esta secuencia de palabras, se alternaban esas emociones tan sentidas con el: “créame que estoy triste”.
Yo creo que esa tristeza de una campesina, que a su vez es aguerrida, que se para, se sostiene frente a la cámara y frente a situaciones que se niega a aceptar, esa destrucción. Esta tristeza profunda es gran parte de lo que está pasando en nuestro país.
Es una tristeza que yo creo que tenemos todos y todas, hasta los huesos, que tenemos que ver la manera de convertirla en política, en política activa, tenemos que tratar de convertirla en acción, en lo que podamos: en una entrevista, en un caminar, en ayudar a alguien en la calle, en enfrentarnos a una máquina, en colaborar para comprarle a productores locales, en tratar de que no fumiguen, en tratar de que no avance la megaminería, en lo que creamos conveniente, pero en todo caso, movernos, Entonces, frente a esa pregunta, el: “créame que estoy triste, confieso que estoy triste”, me conmovió. Eso también creo que nos permite ubicarnos en: “bueno, y entonces, ¿qué hacemos?”
La invitación, y el desafío, es comenzar a pensar acciones concretas y de manera colectiva resistir al avance sobre nuestra tierra, nuestros recursos y, por sobre todo, resistir al avance sobre nuestra salud e integridad.