La Palta

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Causa Ledo: “Espero que este tribunal me dé por fin las respuestas que he buscado sin descanso”

Fotografia de Ignacio Lopez Isasmendi

Jueves 9.40, empieza la primera audiencia de un juicio postergado en reiteradas oportunidades. En la primera fila de la sala de audiencias está Marcela Brizuela. Con el pañuelo blanco en la cabeza, sus dos manos sobre el bastón y la mirada al frente, espera que empiece el juicio por la desaparición de su hijo Alberto Ledo. La mujer de 89 años lleva casi media vida sin saber qué fue de él. Su hija, Graciela Ledo, la acompaña como lo viene haciendo los últimos 43 años. A su lado, sigue cada paso de este juicio que por fin empieza. Cuando mencionan a Alberto, Marcela y Graciela se toman de la mano, quizás como una manera de seguir sosteniéndose, dándose fuerzas. 

El debido proceso tiene previsto que los imputados hablen en su defensa. No prestan juramento de decir verdad, porque, como imputados, la ley no los obliga. Ya es la tarde del jueves y el primero en declarar es Esteban Sanguinetti. Se lo juzga como partícipe en el secuestro y homicidio  del soldado conscripto Alberto Agapito Ledo. El hombre de cabeza blanca se dirige al centro del recinto y habla de su inocencia:

“Es la primera vez que voy a ser escuchado por un juez”.

“Aún no entiendo ni sé qué hice mal. Qué hice o qué dejé de hacer”.

“Lamento el dolor que sufrió y sufre la familia Ledo”.

“Es admirable la constancia y sacrificio que hizo la señora Marcela de LEdo para obtener la verdad y supongo que después de tanto dolor hoy es un día de júbilo”.

“Hoy hay alguien que va a festejar más, es el verdadero responsable de la desaparición del oficial Ledo porque con este juicio ese alguien queda impune”.

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César Milani está sentado al lado de su abogado defensor. Su oportunidad de ejercer lo que se conoce como ‘defensa material’ es esta. Se acomoda en la silla prevista para que los jueces lo escuchen, de espaldas al público. A él se le imputa la comisión del delito de encubrimiento y falsedad ideológica. Una copia del acta de deserción de Ledo, en la que se encuentra la firma del imputado, es una de las pruebas. Tanto Milani como su defensor dicen que al ser una copia no se puede confiar en la veracidad del documento. Insiste con que todo es una campaña mediática en su contra por haber sido nombrado en 2013 Jefe del Ejército Argentino. Se escuda en que al momento de los hechos era apenas un subteniente. Su declaración dura varias horas:


“Desde 1983 hasta el 2013 no fui llamado, ni citado, ni nombrado en ningún expediente".

"Yo no recuerdo cuándo me habré enterado de la falta del soldado Ledo. No era de mi sección ni de mi batallón".

"Nunca jamás cometí un acto que sea una violación de los derechos humanos".

"Soy profundamente creyente y sé que no tengo ningún cargo de conciencia porque soy inocente".

"Nunca cumplí órdenes ilegales. Nunca secuestré, ni torturé, ni conocí un centro clandestino de detención".

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Es viernes y esta vez en la sala de audiencias no están ni Marcela ni Graciela. Esta vez les toca declarar a las dos mujeres así que esperan afuera, en la antesala. El tribunal se acomoda y el secretario da la orden de que ingrese la primera testigo. Despacio se acerca la mujer acompañada por uno de los psicólogos integrantes del equipo interinstitucional de testigos víctimas del terrorismo de Estado. Saca un papel que usa de soporte para su declaración. Pausado y constante le dice a los jueces: “Espero que este tribunal me dé por fin las respuestas que he buscado sin descanso”. 

Ella es una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo en la Rioja. En el pañuelo blanco que lleva en su cabeza tiene bordado el nombre de su hijo. “Era un estudiante Historia”, cuenta la mujer y recuerda al joven de 20 años que estudió en Tucumán hasta que fue llamado a cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. En mayo de 1976 fue trasladado a la compañía Vial en Monteros, al sur de Tucumán. “Vine a visitarlo porque había sido su cumpleaños”, dice Marcela que tiene grabado aquel 4 de julio de 1976. Le dijeron que desde el 17 de junio su hijo ya no estaba en el campamento. Que el capitán Sanguinetti le ordenó salir con él en una recorrida de rutina. Que volvieron dos veces juntos y nuevamente salieron. Que la tercera vez regresó solo el capitán . Desde entonces no paró de buscarlo: “Todos los días de mi vida espero que mi hijo me golpee la puerta”, dice Marcela y su voz retumba en el silencio de la sala de audiencias. 

Marcela responde cada una de las preguntas de los abogados. La defensora de Sanguinetti, Vanessa Lucero, le pregunta qué hizo cuando en la puerta del campamento de Monteros le informaron que su hijo no estaba, a dónde fue. “No sabía qué hacer. ¿Se imagina si le dicen que su hijo desapareció? Me crucé como pude, caminé apenas y me metí a una iglesia”. La abogada no le pregunta nada más. El presidente del tribunal, Gabriel Casas, le pregunta si quiere decir algo más. "Si el señor Milani no tiene nada que ver, que diga quiénes sí tienen que ver", responde la mujer que al terminar se levanta con movimientos pausados. "Madres de la plaza, el pueblo las abraza”, le grita el público. Se sienta en la primera fila y, ahora, espera a que declare su hija que se convirtió, además, en su compañera de lucha. 

No es un desertor, fue un militante solidario y comprometido

Fotografia de Ignacio Lopez Isasmendi

Graciela tenía unos años más que Alberto al momento de su desaparición. Vivía en Buenos Aires y fue allí donde recibió el llamado de su mamá informando lo ocurrido. En esta audiencia, la hermana mayor cuenta cómo era compartir con su hermano ideales y sueños. Desde la fe y con la guía de Monseñor Angelleli, entendieron que no había que resignarse a la desigualdad. Creyeron en la Iglesia que optaba por los pobres, que discutía el sistema, que no miraba para otro lado.

Ahí, sentada en la sala de audiencias abre un sobre de papel madera. Adentro, varios sobres amarillentos prolijamente guardados contienen unas hojitas que alguna vez fueron blancas. Elige la última carta que recibió de Alberto y lee: "Por aquí no hay muchas novedades, ya no nos queda más que convertirnos en soldados. Espero ansioso el 20 de Junio que juraremos la bandera". La misiva está fechada el 14 de junio, tres días antes de su desaparición. “No tenía intención de irse, de desertar. Él quería hacer el juramento a la bandera”, le explica a los letrados y continúa hablando de otros detalles que, para ella, demuestran que su hermano no abandonó el campamento por propia decisión. 

“Estos son los anteojos que usaba él de forma permanente”, dice Graciela y saca el armazón negro con lentes con aumento que guarda hace más de 40 años. Los jueces se lo pasan uno a otro, lo observan de uno y otro lado. Para Graciela es claro que Alberto tuvo que salir apurado porque, según le dijeron sus compañeros cuando le entregaron los objetos del soldado, ya se había ido a dormir cuando Sanguinetti lo llamó para que lo acompañe. “Si él hubiera pensado escaparse no los hubiese dejado porque los necesitaba para ver todo el tiempo".

A lo largo de la extensa declaración, Graciela Ledo nombra a los compañeros de militancia de Alberto. La mayoría de ellos fueron secuestrados en 1976 y muchos permanecen desaparecidos. “Los llevaban por marxistas”, dice la mujer que llegó a Tucumán esperando que de una buena vez alguien pueda decir qué pasó con su hermanito, su confidente, su amigo.

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