Megacausa Jefatura III: Memoria para no olvidar
Eran días antes del seis de septiembre de 1977. Nélida del Valle Rojas volvía de visitar a su hermano, cuando vio su casa abierta de par en par. La ropa estaba desparramada, las fotos de su familia habían desaparecido. El cuadro de su casamiento con Francisco César González ya no estaba más. “Una sola foto nos dejaron sobre la cama”, recordó Nélida ante el juez del Tribunal. El miedo comenzó a apoderarse de aquel hogar. Esa fue la primera vez que buscaron a Francisco para secuestrarlo.
Nélida y César vivían en Banda del Río Salí, junto a sus dos hijos. Por cuatro años, César trabajó en el Ingenio Concepción y formó parte del sindicato del mismo.
“No se preocupe señora, no la buscamos ni a usted ni a su hijo”, le dijeron a Nélida las personas que secuestraron a César, en la madrugada del seis de septiembre de 1977. Aquella noche, la manzana de su barrio se encontraba rodeada de vehículos. Cuatro personas entraron a su casa, le dijeron a César que se vista y salga. Con un arma apuntando a su cuello, lo metieron en un auto y se fueron. Aquella fue la última vez que Nélida vio a su compañero. “Cuando se lo llevaron, yo me quedé sin nada. No tenía ni para comprar medio kilo de pan”, dijo la mujer que 47 años después continúa buscando respuestas.
A solo un par de kilómetros, en Colonia 9 de Luisiana, Cruz Alta, ese accionar clandestino se repetiría en la casa de Guillermo Benito Rodríguez. Militares entraron a su hogar y lo obligaron a vestirse. Les dijeron a sus hijxs que no miraran y cerraran la puerta. “Llorábamos todos del miedo porque estaban con armas”, contó su hija Juana Rodríguez, la mayor de seis hermanxs, en su declaración. A Guillermo lo metieron en una camioneta y su familia nunca más supo de él.
“Guillo”, como lo llamaban sus conocidos, era delegado del sindicato del Ingenio Concepción. Se encargaba de solucionar los problemas de las personas que trabajaban allí.
Juana, con sus 18 años, lo buscó por La Florida, Tafí Viejo, La Cocha. Nadie le daba respuestas. También presentó diferentes hábeas corpus y cada mes, a pesar del miedo que sentía, se dirigía en busca de novedades. Junto a su madre Ramona Manuela Rodríguez se hicieron cargo de la casa, vendieron sus muebles y realizaron rifas para que no les faltara nada.
“Todos hemos sufrido y seguimos sufriendo porque no sabemos nada de él. Nos han destruído la vida”, dijo Juana. De Guillermo solo le quedaron recuerdos de cuando salían a pelar cañas, porque la madrugada del secuestro se llevaron todas sus fotos.
César González y Guillermo Rodríguez continúan desaparecidos. A sus familias les arrebataron todo, pero los recuerdos en sus casas y en sus memorias aún persisten.
Militante de la UEST
Elizabeth Susana Rodríguez aún no nacía cuando su tío Domingo Valentín Palavecino fue secuestrado. Su historia la fue reconstuyendo a partir de sus abuelos a quienes vio buscar incansablemente a su hijo y sufrir ante cada respuesta negativa.
Domingo era estudiante de medicina en la Universidad Nacional de Tucumán. Durante su adolescencia asistió al colegio San Cayetano donde fue militante de la Unión de Estudiantes Secundarios de Tucumán (UEST) junto a sus compañeros. A media mañana del 11 de marzo de 1976, le dijo a su madre Aurelia Ruiz que debía ir a la facultad a sacar turno para rendir. Nunca más regresó.
“Mi abuelo Segundo Palavecino se entrevistó con diferentes personas del Poder Ejecutivo. El ‘Tuerto’ Albornoz le dijo que a mi tío se lo habían llevado del rectorado de la universidad, con un grupo de compañeros”, contó Elizabeth. La búsqueda continuó hasta 2015, cuando les informaron que los restos óseos de Domingo fueron encontrados y recuperados del Pozo de Vargas. “Nos destruyeron la familia. La dictadura nos hizo mucho daño”.
Los relatos de las personas secuestradas y desaparecidas en Tucumán, durante la última dictadura cívico-militar, continúan reconstruyendo nuestra historia. Este lunes ocho, en la sala de audiencias se escucharán las declaraciones de más testigos.