Megacausa Jefatura III: marcas de por vida
Un hombre de baja estatura con ojos verdes. Unos ojos verdes horrorosos. Una mirada lasciva y perversa. Son los recuerdos de la testigo, cuya identidad se preserva, antes de vivir el tormento que la perseguiría por toda su vida y que dejaría una marca imborrable en ella.
Un fin de semana de 1976, la mujer se dirigía con su pareja y su cuñada a Santiago del Estero, cuando la policía los detuvo. Le pidieron que abra su cartera. “Yo tenía un plano y una lista de invitados porque me iba a casar. Me preguntaron qué casa iba a sacar y a quiénes tenía pensado matar. A partir de ese momento, empecé a tener miedo porque en Tucumán se vivía un clima muy feo”, recordó la testigo protegida por el Protocolo de atención a testigos víctimas de delitos sexuales. Luego, los llevaron a la Escuela de Policía y abusaron sexualmente de ella.
La mujer tuvo que mantenerse fuerte, por ella y su cuñada, evitando cualquier expresión que denotara tristeza, porque eso causaría placer en aquellos hombres. Las encerraron en un galpón, junto a otras mujeres, con colchones en el suelo. Un día o dos estuvieron allí. No recibían ni comida ni agua, solo un sinfín de amenazas de muerte. Cuando las liberaron, un señor, que no tenía insignia alguna, hizo que firmaran un papel. La mujer lo firmó sin saber de qué se trataba porque el miedo era tan fuerte que no le permitía emitir ninguna pregunta. Lo único que pasaba por su mente era salir de aquel lugar, llegar a su casa y darse un baño para intentar olvidar aquello, para sacar las marcas de aquellas horas de tormento. “Ese olor a cárcel no lo olvido más. Un olor espantoso e indescriptible”, dijo la testigo.
Tiempo después, mientras ella y su compañero de vida caminaban, ese hombre de ojos verdes apareció de nuevo. Ese hombre a quien nunca pudo olvidar. “Fue tal el terror que desviamos el camino. Era espantoso volver a verlo. Después nos enteramos de que fue detenido”, contó la mujer. Al finalizar su declaración, pidió al Tribunal justicia para que estos hechos nunca vuelvan a repetirse.
De búsqueda y sufrimiento
En la sala de audiencias, se escuchó el relato de otra víctima de abuso sexual durante el terrorismo de Estado. La testigo se armó de valor, contó su historia y pidió hacerlo en presencia de cada imputado y de cada persona presente.
El 24 de marzo de 1976, policías ingresaron a su casa y se llevaron a su papá a una comisaría de Las Cejas. Al día siguiente, ella fue a aquel lugar y preguntó por él, pero nadie le dio respuestas. Entonces continuó insistiendo. En su espera, escuchó, claramente, a dos hombres decir que también debían hacerla desaparecer. “Me dijeron que deje de preguntar, que me quedara callada. Yo les dije que no les tenía miedo. Ahí me detuvieron todo un día”, recordó la mujer.
Ella fue testigo de cómo a su papá lo sacaron de aquella comisaría, lo subieron en una camioneta con una lona verde y se lo llevaron. A las dos horas, se la llevaron a ella también. Durante todo el camino, dos policías no paraban de repetirle que su papá no volvería más, que se callara, que por lástima no la mataban. La bajaron de la camioneta y allí abusaron sexualmente de ella y la golpearon. La llevaron a una comisaría de San Miguel de Tucumán donde le vendaron los ojos y la encerraron en un calabozo por una semana. “Yo escuchaba todo lo que hacían en ese lugar. Hombres y mujeres gritaban”, contó.
Cuando pudo regresar a su casa, juntó fuerzas y continuó buscando a su padre. Pero los días pasaban, y nadie sabía nada. Una noche, cuando las esperanzas comenzaban a desaparecer, apareció golpeado, sucio y desnudo. “Mi papá no quedó bien mentalmente. Cuando veía un policía o pasábamos por una comisaría, él sentía mucho miedo”, dijo la testigo y las emociones empezaron a aparecer al recordar aquel sufrimiento.
Los delitos sexuales, durante el terrorismo de Estado, se cometieron en hombres y mujeres. Delitos que buscaban denigrar, humillar, callar, dominar, impartir miedo y dejar una marca de por vida en cada víctima. Fueron cometidos sobre personas secuestradas, indefensas, y con ensañamiento, especialmente con las mujeres, por el hecho de ser mujeres, por buscar incansablemente a sus familiares, por militar o por romper con los parámetros establecidos en ese momento.
Luego de seis horas y alrededor de diez historias que pasaron por la sala, finalizó la audiencia del lunes 24. La próxima será el 1 de agosto a las 9.30.