Megacausa Jefatura III: Entre audios y cartas
El mediodía del 21 de junio de 1977, Elisa cocinaba papas fritas. Sus tres hijos, Rodrigo, Mariana y Fernando, jugaban en la casa de la avenida Juan B. Justo, aquella casa donde la luz del sol iluminaba cada rincón. Entre el jugueteo y la complicidad, su compañero de vida Luis “Lucho” Sosa, con su camisa celeste y su pantalón azul, le sacó una papa y le dijo: “Taticita, voy y vuelvo”. Fueron las últimas palabras que ella escuchó de él. Ese 21 de junio, según sus vecinos, Lucho subió a su Ford Falcon gris. Junto a él subieron otras personas.
47 años después, Elisa Magdalena Solís entró a la sala de audiencias por primera vez. Lo hizo con una imagen del rostro de Lucho y la última foto que se tomó junto a su familia, el día antes de su secuestro mientras festejaba el día del padre. A esa foto le dio un beso y se sentó frente a la jueza del Tribunal para comenzar a declarar.
“Antes del secuestro, tuve una advertencia de una compañera de trabajo. Dijo que Lucho estaba en una lista de los rojos y rosados”, recuerda Elisa. Cuando Lucho se lo comentó, le pidió que si algo le pasaba no se preocupara porque él jamás había tocado un arma.
Para aquel entonces, Luis era sociólogo y Elisa, trabajadora social. Durante un tiempo militó en la Democracia Cristiana. Días antes de ser secuestrado, decidió renunciar a su trabajo en la Universidad Nacional de Tucumán y abocarse al emprendimiento familiar de ropa deportiva que tenía junto a su compañera de vida.
La búsqueda de Lucho se caracterizó por llamadas telefónicas a diferentes comisarías y hospitales, habeas corpus presentados y un “ir y venir” constantes. La respuesta siempre fue negativa. En 1978, cuando las esperanzas de encontrarlo con vida seguían intactas, Elisa recibió el llamado telefónico de un coronel. Era para entregarle las llaves del auto de su compañero. “Fue un shock, era como que te entregaran la ropa sucia”, cuenta la mujer. Pero aquel auto ya no era el mismo, su color era ahora turquesa, la patente era otra, el número del motor se había borrado. Lo único que se conservó fue el llavero de Lucho.
En el 2013, mientras se desarrollaba el juicio Jefatura II Arsenales, el testigo sobreviviente, René Núñez, declaró haber escuchado a Luis en la Jefatura de Policía. Ambos se conocían desde la infancia, por lo que pudo reconocer su voz clamando por sus hijos. Lucho también aparece en la lista de Clemente, junto a las siglas DF (Disposición Final).
Antes de finalizar su declaración, Elisa pidió reproducir dos audios de su vida antes y después del secuestro de Luis. En el primer audio, su voz y la de sus tres hijos resuenan por toda la sala de audiencias. Se escuchan risas, aplausos y el canto de los cuatro. “La escena era una cama grande y los niños jugando, era lo normal, nuestra vida”, recuerda Elisa mientras una sonrisa nostálgica se dibuja en su rostro. En el segundo audio, las risas se apagan, en los primeros segundos solo se escucha la voz de Elisa contando a una amiga sobre el secuestro. Al avanzar, la voz de un niño pequeño dice: “A mi papá lo secuestraron, no sabemos dónde está ni que le ha pasado”. Al oír aquello, Elisa esconde su rostro entre sus manos, suspira y llora.
“Le ha salvado la vida a sus hijos hablándoles de lo que les pasó”, le dijo a la jueza Noel Costa, cuando los audios finalizaron.
Mariana, hija de desaparecido
“Éramos cinco y nos quitaron a nuestro papá Lucho”, dice Mariana Sosa, la hija menor de Luis y Elisa, al momento de declarar. De su padre tiene pocos y borrosos recuerdos porque solo tenía dos años cuando se lo arrebataron.
A lo largo de sus años, el dónde está y qué pasó estuvieron siempre presentes en sus pensamientos. Pudo reconstruir su historia a partir del relato de terceros y de los libros que Lucho había leído. Todo ello la llevó a descubrir distintas facetas de su padre. “Lucho negro, era para mi abuela Julia, el hijo mayor que se puso al hombro la casa familiar. Lucho hermano, Lucho excelente amigo. Lucho estudiante de abogacía, Lucho estudiante de ciencias económicas, Lucho trabajador no docente de la Universidad Nacional de Tucumán, Lucho becado. Lucho padre. Mariana, hija de desaparecido”, dice mientras lee las palabras volcadas en una carta que escribió para describir su vida.
Los días, los meses y los años pasaron y Lucho Sosa aún sigue desaparecido. En la sala de audiencias, las tres generaciones, su compañera de vida, sus hijos y sus nietos, esperan justicia y buscan respuestas. Tanto Mariana como Elisa, mantienen presente a Luis entre audios y cartas para no olvidar.
“No se trata, solo, de haber podido contarles lo poco que pude armar, sino de dejar un legado de Nunca Más para mis hijos y para todos”, dice Mariana. Para ella febrero es felicidad. Felicidad por haber restituido la identidad Sosa a toda la familia.