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Juicio por apropiación: De restitución, amor y verdad

Foto: Mariela De Haro | La Palta

Es tres de diciembre del 2015. Mario Daniel vive en Santa Fe, Argentina. “Vení que llegó tu mamá”, le dice Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. A sus 38 años conoce en persona a su madre biológica, cuya identidad se preserva, en la filial de la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, en Buenos Aires. La mujer, después de 38 años de espera, conoce a aquel hijo que le fue arrebatado  durante su cautiverio en el penal de Villa Urquiza. “Te prometo que nunca más nos van a separar”, le dice ella. 

Es tres de diciembre del 2024. El rostro de Mario aparece en un monitor en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal en Tucumán. Es el día del inicio del juicio por su apropiación durante el terrorismo de Estado, el primero por este delito en todo el NOA. Mario está en España junto a su familia y ahora tiene 48 años. Desde el otro lado del continente, presta declaración por videollamada.

“En ese momento estaba rapado y siempre dije que era mi mamá con peluca porque éramos muy parecidos. Ella siempre decía que pedía a Dios que seamos parecidos”, recuerda Mario. Durante su espera, ingresaba constantemente a la página web de Abuelas para buscar un parecido con alguien, para encontrar algún indicio que le revele su identidad biológica. 

Durante su infancia, adolescencia y parte de su adultez, la verdad estuvo oculta para Mario, pero algo en su historia de vida le hacía ruido. Ese algo fue despertando las dudas. “Yo me había propuesto no interrogar a mi madre (de crianza) sobre mi origen verdadero porque sabía que no tenía todos los elementos para darme la verdad, y yo quería una verdad profunda”, dice. 

En ese proceso de dudas y búsqueda sobre su identidad, María Soledad Romero, su compañera de vida, fue su apoyo. Era ella quien volcaba las dudas de Mario en Cecilia Raggiardo, a quien él llama su madre de crianza. Las respuestas eran siempre las mismas: que su madre biológica carecía de recursos para su crianza, que no estaba en sus cabales, que él era producto de una relación extramatrimonial. Otra vez el daño de no obtener respuestas aparecía, un daño transgeneracional por el que ni Mario ni su familia podían acceder a su verdadera historia. 

“Una persona apropiada es una persona desaparecida con vida, por lo tanto es un delito que se perpetúa”, sostiene Fabiana Rousseaux, psicóloga y parte del Centro de Asistencia a víctimas de violaciones de Derechos Humanos Dr. Fernando Ulloa. “El impacto de una apropiación no es solo sobre esa persona que fue apropiada, sino también sobre las generaciones venideras”.

El día en el que Mario restituyó su identidad y se reencontró con su madre sintió un amor que se expandía en su cuerpo. “Es un amor que no es para vos solo. Te dan ganas de expresar y contagiar a los más de 300 que faltan, ayudar en algo. Es algo único”, cuenta Mario. 

Revivir el horror 

foto: mariela de haro | la palta

En la sala de audiencias, la voz de la madre de Mario suena a través de un audio. Su voz, atravesada por las emociones, transporta a les presentes al juicio CCD Villa Urquiza realizado en 2014,  juicio en el que la mujer contó su historia. “Lo único que tengo en mi mente es el llanto”, se escucha en el recinto. 

Entre mayo y junio de 1976, la mujer tuvo a Mario en un cuarto, sobre un colchón y vendada. En esas condiciones y sin recibir asistencia médica antes, durante ni después del parto. Tampoco le permitieron sostener ni ver a su hijo. “Los casos de apropiación implican un riesgo de vida y psíquico determinante, por todo ese contexto de crecimiento donde la madre ha sido sometida al terror y no se dan las condiciones para que se pueda desarrollar un embarazo”, explicó Rousseaux. Y agregó que “todo lo que viene de allí en adelante son formas que perpetúan la tortura sobre la madre y sobre el recién nacido”.  

Reparar el dolor

“No hay una posibilidad de restituir íntegramente lo dañado, porque es dañado profundamente”, dice Rousseaux. Y explica que lo que se puede hacer es tomar medidas de reparación. Entre ellas, señala el reconocimiento de estos crímenes por parte del Estado, ya que es una forma de aliviar algo de ese dolor con el que las víctimas cargaron por tantos años. Otras de las medidas son aquellas vinculadas a la atención médica y sobre todo a la salud mental. 

En esta sentencia, el Tribunal dejó claro que la apropiación de niños y niñas constituye un delito de lesa humanidad y garantizó la continuidad del tratamiento psicológico de las víctimas y sus familiares. 

“El derecho a una identidad es un derecho mucho más amplio que recae sobre el sujeto cuya identidad es falseada, sobre la familia y la sociedad. Entonces es un derecho no solamente individual, sino también colectivo”, dice Rousseaux. 

La sentencia

foto: mariela de haro | la palta

Santo González era guardiacárcel del penal de Villa Urquiza y formó parte de lo que se conocía como “la patota”. En 2014 fue condenado por asociación ilícita en el juicio CCD Villa Urquiza. Este delito permitió sostener las condiciones de cautiverio, torturas, abuso sexual, sustracción y retención de niños y niñas dentro del penal. Además, fue condenado por tormentos agravados cometidos a 12 víctimas, entre las que se encontraba la madre de Mario. 

En esta ocasión, luego de tres audiencias, el Tribunal condenó a González a la pena de siete años por ser partícipe secundario del delito de sustracción, retención y ocultamiento en perjuicio de Mario. Previo a ello, la fiscalía y la querella habían solicitado penas de 12 y 13 años. 

“Santo González garantizó la sustracción, el arrebato, la quita de la esfera de cuidado del bebé Mario Daniel. También garantizó la retención”, sostuvo la auxiliar fiscal Valentina García Salemi

A pesar de que la condena no coincide con los pedidos realizados por la parte acusatoria, la historia de Mario trasciende, dejando un precedente en la provincia por la lucha de la verdad y la justicia. Así, la última jornada de audiencias finaliza, los presentes se retiran y la sala queda en silencio a la espera de un nuevo juicio.