Una ley que abrió las puertas a la felicidad y la esperanza
Más de 9000 nuevas familias en el país, más de 400 en la provincia de Tucumán. Datos numéricos que ayudan a dimensionar la importancia de una ley que hace cuatro años les cambio la vida a muchas más personas de las que esos números pueden graficar. La Ley de Matrimonio Igualitario hoy es una realidad que hace poco más de cuatro años se pensaba casi como una utopía. “Era un delirio”, dice Carolina Frangoullis cuando recuerda cómo empezaron a soñar con esta realidad.
Carolina se remonta a aquellos años en que su amigo Augusto Moeykens la invitó a participar del ‘foro por la diversidad’ que congregaba el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación la Xenofobia y el Racismo). “El foro empieza a juntarse para intentar hacer algo que para nosotros era como muy extraño que era visibilizarse”, cuenta y recuerda la mesa de aquel bar en calle Catamarca al 500. Augusto, por su parte, había venido trabajando un tiempo atrás desde una inquietud que le surgió mientras estudiaba Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán. “Al llegar a la facultad de Derecho y empezar a estudiar, me di con la situación que de esto tampoco se discutía en la Universidad, entonces en forma particular me puse a estudiar sobre legislación comparada, qué pasaba en otros países porque de alguna manera se tenía que explicar la realidad que vivíamos”, dice en este intento de recordar cómo empezó lo que él mismo llama un ‘largo camino’.
El encuentro con quien estaba a cargo del INADI en aquellos años, Graciela Cárdenas, dio pie a la conformación del Foro por la Diversidad. Un espacio donde podían compartir las experiencias, las necesidades, discutir sobre las situaciones que cada uno vivía. Pronto tuvieron que plantearse objetivos que aúnen un grupo mucho más heterogéneo pero con una realidad muy parecida. “Había gente de 60 años con HIV positivo y había jóvenes; yo me acuerdo el caso de una pareja de 17 o 18 años”, comenta Carolina, “entonces, había que tratar de juntarnos en un objetivo en común. Ese objetivo en común, además de la visibilización -que era para nosotros muy importante- empieza a ser trazado por una realidad que sucede en la capital federal, la posibilidad de la Ley de Unión Civil”, agrega.
Ya la Ley de Unión Civil parecía un planteo ambicioso para un colectivo que había vivido constantemente las privaciones de derechos. Pero el desafío se redobló y se empezó a hablar de matrimonio. “Después de largas discusiones se llegó a la conclusión de que si nosotros pedíamos Unión Civil en las provincias nos estamos poniendo como ciudadanos de segunda, ciudadanos que no somos, entonces juntos queríamos ir por el ejercicio de todos nuestros derechos”, recuerda Augusto. “Esto para nosotros era un delirio, pero nosotros ya nos habíamos hecho un grupo fuerte. Fuerte porque creíamos en lo que estábamos diciendo, porque creíamos en nosotros, porque creíamos en nuestra propia fuerza y porque creíamos, definitivamente, en que esa construcción que tanto nos había costado podía hacerlo. Algunos con más exposición otros con menos, pero todos le metimos para adelante”, dice Carolina que se emociona rememorando aquel grupo.
Los recuerdos de Augusto y de Carolina tienen mucho en común. Cada uno por su lado hablan sobre esos momentos que los acompañarán toda su vida. “Yo me acuerdo que acá en Tucumán, el día que el Congreso ha iniciado audiencias públicas en las distintas provincias, hemos sufrido muchos maltratos e insultos. Nos escupían en la puerta de la legislatura para ingresar”, comenta el abogado que hizo de su profesión una militancia. “El día que trataba de salir de la legislatura después de la audiencia, la gente me escupía y me tiraba botellas de agua y me sacaba la policía”, recuerda por su parte Carolina.
Pero, como sucede siempre, cada uno tiene sus propias instantáneas de aquellos años de dolor, esfuerzo y la felicidad de la madrugada de aquel 15 de julio del año 2010. “La puerta del Congreso todos abrazándonos y festejando. En Tucumán, la primera vez que pudimos salir a la plaza y manifestarnos y llevamos globos de colores inflados con helio. Mi mamá en la legislatura de Tucumán pidiendo por el derecho de sus hijos. El apoyo de tantas personas que se han involucrado aun cuando uno pensaba que esto no los tocaba de cerca, por ese prurito que uno tiene de los individualismos”, enumera Augusto Moeykens. “La primera foto en ese bar de ese grupo de gente que no se conocía y que quería hacer cosas y no sabía qué era y después logró ‘esto’. Una foto llena de colores: los globosel piso con cintas, la bandera, el picnic de la plaza Alberdi, el banderazo por la diversidad. La plaza del Congreso a las 4.30 de la mañana del 15 de julio. La foto de la avenida Callao, la foto de un montón de manos apretándose”, indica Carolina que no puede reducir tantos recuerdos en cuatro instantáneas como le había pedido esta cronista. “Cuando me levanté el 15 me fui caminando por la avenida Callao, sintiendo que yo podía triplicar el aire que tenía en mis pulmones. Era una sensación como muy increíble. Yo respiraba de otra manera. Tenía tanta libertad adentro. Creo que nunca llené mis pulmones con tanto aire. Era tan libre. Yo sentía que la avenida Callao era mía”, había contado antes Carolina y solo así uno entiende que ‘la foto de la avenida’ sea una de las imágenes imborrables.
Sin lugar a dudas las vidas de miles de personas cambiaron. Las que no cambiaron fueron las vidas de quienes no apoyaban aquella ley. Mucho menos las de quienes vaticinaban un futuro apocalíptico para las familias tradicionales, para la sociedad argentina, para la ‘estabilidad nacional’. “Mi vida ha cambiado, mi familia me mira de otra manera, mis enemigos también, el que tenía en la vereda del frente también. Yo me veo a mí y soy un igual, porque yo no era un igual. ¿Cómo voy a ser igual frente a alguien que tiene unos derechos y yo tengo otros? Mi vida es distinta” sostiene enérgicamente Carolina Frangoullis.
Los cambios sociales van mucho más allá. Augusto Moeykens habla del reconocimiento de la copaternidad o la comaternidad que, si bien existían ya fácticamente, no eran reconocidas jurídicamente; de la posibilidad de acompañar al cónyuge en la internación en áreas críticas de las instituciones de salud (como ser terapia intensiva), momentos en que la contención y la presencia de los afectos más cercanos son tan importantes. El acceso a los derechos a una pensión, a una obra social. “Poder decir es mi esposo, es mi esposa y hablarle a los otros desde la frontalidad, porque antes las relaciones tenían que ser ocultadas y decir el ‘amigo’ y esas presentaciones que realmente hacían sentir indignas a las personas”. La ley de matrimonio igualitario puso a una sociedad a discutir sobre un tema que se había considerado tabú. “Inmediatamente la Ley de Matrimonio Igualitario logró la discusión sobre la Ley de Identidad de Género. Si no se daba esta discusión sobre que hay hombres y mujeres y los hombres se comportan de tal manera y las mujeres de tal otra, si no se daban estas discusiones y no se decía esto no es tan así la ley de Identidad de Género hubiera sido improbable”, explica Moeykens.
¿Si falta camino por recorrer? Sin lugar a dudas. La reforma del código contravencional es uno de ellos. Lograr de este modo que la policía deje de perseguir a la colectividad transexual, o por lo menos quitarles las herramientas legales que usan con ese fin. Pero el camino ya está empezado. “Creo que una de las cosas más maravillosas que me deja esta ley es saber que formamos parte de la ‘alisada’ de terreno para los que vienen detrás nuestro: tus hijos, mis sobrinos, los nietos de Juan... que dejamos el alma toda y lo logramos y ¿sabes qué? Lo volvería a hacer”, sostiene Carolina y agrega: “No hay nada más hermoso que poder hacerle el mundo más fácil, en este caso, justo e igualitario a todos los otros”.