Violencia, una lucha que siempre está empezando
“La violencia es aprendida socialmente, no es innata a la biología o genética del varón”. Esa afirmación se encuentra en el libro “La violencia contra las mujeres. Prevención y detección” escrito por Consuelo Ruiz-Jarabo Quemada y Pilar Blanco Prieto. De esta manera, las autoras echan por tierra aquellos supuestos que señalan que la violencia pueda responder a una cuestión genética y hereditaria. “Es una forma de ejercer poder mediante el empleo de la fuerza física, psíquica, económica o política. Necesariamente implica que existan dos pueblos o dos personas. Uno se encuentra en una posición superior a la otra”, agregan las autoras a esta definición que de alguna manera reivindica el accionar preventivo, las campañas de concientización y las políticas públicas y privadas cuyo objetivo es la lucha contra la violencia hacia la mujer. Si la violencia respondiera a factores genéticos, poco y nada podría hacerse para evitarla. Poco y nada desde estos ámbitos y el violento sería alguien cuya voluntad se ve superada por una enfermedad médicamente tratable.
Tener claro que la violencia no es un componente natural en algunas personas sino un acto elegido y naturalizado, pone de cara a los desafíos de qué hacer para educar y, sobre todo, para prevenir. Quizás uno de los primeros pasos sea ponerse de acuerdo en cómo se dice: violencia de género, violencia doméstica o violencia hacia las mujeres. Aunque, ante cifras tan alarmantes como las difundidas por La Casa del Encuentro hasta el año 2013* que habla de 1.531 femicidios en Argentina desde el 2008, el cómo se dice parece perder importancia. “No me preocupa mucho el nombre que se le quiera dar, me preocupa lo que se haga con eso”, dice Adriana Guerrero. Guerrero es una de las referentes en Tucumán del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), una red feminista que lleva 30 años trabajando por la igualdad de derechos de las mujeres latinoamericanas.
No obstante esta advertencia de lo que realmente le preocupa, Adriana problematiza sobre algunas nominaciones con las que no concuerda. “Todavía yo me opongo a estas respuestas que desde el Estado se ha dado a esta situación con la creación de las oficinas judiciales que se han llamado ‘Oficina de Violencia Doméstica’”, dice aunque rescata el trabajo que allí se hace. “Entonces yo me pregunto qué es lo que pasa con todo lo que se considera ‘doméstico’. Por un lado alude a lo que está dentro de los vínculos intrafamiliares y por otro lado es como que le quita importancia”, reflexiona y agrega “lo doméstico está relacionado a lo menor, a lo cotidiano ‘no vamos a andar con cuestiones ‘domésticas’, dice uno cuando se refiere a esas cuestiones menores”.
Otra de las formas de referirse a esta problemática ha sido denominarla como ‘violencia de género’. En este punto la discusión pasa por si la violencia así nombrada incluye o no a la que es ejercida por una mujer hacia un hombre. ¿Sería esta última situación también violencia de género? “Probablemente sí”, responde Adriana que inmediatamente después plantea una característica importante que hace la diferencia entre un caso y el otro: “La construcción del género no dice que las mujeres estemos autorizadas, en esa construcción, a pegarle a los varones. No es una conducta esperada desde el género”. Y en este punto la diferencia se puede marcar desde un hecho aparentemente inocente de la vida cotidiana. “Si la nena le pega al nene es ‘machona’ pero si el nene le pega a la nena a lo sumo es malo o, lo que es peor, le está presumiendo”, ejemplifica y parafrasea una respuesta que se repite casi mecánicamente: “Vos sabés cómo son los chicos, así presumen”.
Después de estas expresiones que parecen generar algunas controversias, se ha empezado a hablar más uniformemente de ‘violencia hacia las mujeres’. Claro está que es aquella ejercida contra ellas por su condición de mujer y en un marco de relaciones desiguales de poder. Una violencia que, como se puede observar en el ejemplo anterior, se justifica y se naturaliza desde la más temprana infancia. “La reproducción de la violencia viene desde cuestiones mucho más cotidianas y naturalizadas. Entender que tu papá o tu mamá te daban un cintarazo porque te querían, nos pone en un lugar complicado”, dice la referente de CLADEM - Tucumán. Y en este punto agrega: “No podemos seguir reproduciendo la cultura de la violencia y pensar que mágicamente la gente va a dejar de ser violenta. Si vos seguís entendiendo que tu papá y tu mamá te daban un cintarazo porque te querían cómo no vas a aceptar que tu pareja te dé un chirlo porque te quiere”.
La violencia en la adolescencia
Esto de tener claro que la violencia es aprendida socialmente, que empieza desde mucho antes del primer golpe, y que es naturalizada, ayuda a que se pueda identificar cuáles son esas conductas que, en principio, parecen menores y terminan por ser justificadas.
“El amor te hace bien, sino es otra cosa”, consigna el eslogan de una campaña de comunicación y sensibilización lanzada por la Organización de Naciones Unidas – Argentina (ONU). La campaña que arrancó la primera quincena de enero se difunde en las redes sociales y está pensada para la prevención de situaciones de maltrato en el noviazgo. Entre los fundamentos de esta campaña está el entender que la violencia, que se hace cada vez más evidente en la edad adulta, ha tenido sus primeras manifestaciones en la adolescencia, en el noviazgo, con las naturalizadas escenas de celos y el control dentro de las parejas jóvenes. Esas situaciones, por lo general, no son identificadas como violencia. De este modo “#QuéOnda” (nombre oficial de la campaña) está integrada por una serie de piezas gráficas y audiovisuales, centradas en abordar cinco temas principales: celos y control, descalificación, humillación, indiferencia y presión sexual.
En forma de hashtag, los mensajes invitan a reflexionar. ¿Qué onda con los celos? ¿Qué onda con el control? ¿Qué onda con el maltrato? ¿Te revisa el ‘face’? La primera pregunta que uno se tienta hacer es: ¿alcanza? La respuesta seguramente será que no, pero aporta. Aporta desde lugares de concientización, de reflexión, de ‘darse cuenta’. Pero ante los hechos consumados, ante la falta de respuestas a las situaciones de violencia que ya han escalado niveles que parecen ser de ‘no retorno’, falta mucho por hacer todavía. “Y seguimos teniendo el monumento a Monzón en Santa Fe, preso por matar a la mujer con la que convivía en ese momento”, dice Adriana Guerrero. Y ese ejemplo es una muestra de que todavía falta. Falta hacer y saber qué hacer en una lucha que se da desde lo simbólico, desde lo discursivo pero sobre todo que se debe dar desde lo concreto y lo cotidiano.
*Cabe mencionar que esta organización todavía no publicó la cantidad de mujeres muertas por femicidios durante el año 2014.