La escuela es para los normales
Tecnologías al servicio de la producción de un niño normal
Si tuviésemos la oportunidad de fabricar un cuerpo, ¿cómo sería? ¿qué sexo le pondríamos? ¿qué esperaríamos de él a partir de ese sexo asignado? Estas son algunas de las preguntas que Lucas Stambole Dasilva y Griselda Arué Ocampo formularon al público asistente a la presentación del libro El niño homosexual en la escuela primaria. Tecnologías misotrans del cuerpo escolarizado, escrito por Luisa Lucía Paz y Jorge López. La pareja de jóvenes estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras propusieron una dinámica original para “romper el hielo” e introducir unas primeras reflexiones al debate que se desarrollaría después. La consigna consistió en pedirle al anfiteatro que le asigne un sexo a un androide ficticio, fabricado artificialmente en un laboratorio, que tendría aproximadamente unos ocho años. Una vez que la mayoría eligió por votación la categoría “niña”, los presentadores pidieron a la audiencia que se dividiera en dos grupos, para realizar cada uno una actividad distinta. Fueron entregados post-its de colores a todos los presentes, en los cuales los presentadores pidieron al primer grupo que escribieran, recurriendo a sus recuerdos infantiles, insultos que las niñas reciben usualmente en la escuela. Simultáneamente, el otro sector del anfiteatro tenía que ponerse en el rol de un “comité psicopedagógico” que escribiera consejos y recomendara en relación a aquellas actitudes, roles y expectativas que esta nena, creada artificialmente, debería cumplir para pasar desapercibida en la escuela, es decir: para ser “normal”.
Los papelitos multicolores se llenaron de palabras como “trola”, “puta”, “marimacho”, o “gorda”, junto a otro grupo de expresiones como “ser femenina”, “ser sensible”, “no levantar la voz”, “no andar sola de noche”. La conclusión fue clara: existe una serie de discursos (tecnologías sofisticadas, les llamará Paul B. Preciado) que son naturalizados y reproducidos por la sociedad y que nos dicen cómo ser y actuar de acuerdo al sexo/género que nos fue asignado al nacer. Algunos de ellos son aparentemente bondadosos, pedagógicos y por el bien del niño o la niña en cuestión —como las recomendaciones para que la niña se adapte y pase desapercibida—, pero que no hacen otra cosa que delimitar maneras de habitar un cuerpo. Otros, en cambio, explícitamente violentos y con un efecto doble: por un lado, de ofender y humillar a la persona que lo recibe; por otro, de imponer encubiertamente cómo debe ser su cuerpo, su género y su sexualidad, a veces incluso sus genitales.
¿Cómo llevar al aula estos temas? ¿Cuáles son las verdades sobre sexos y géneros que circulan en los pasillos de las escuelas? ¿Cuáles son las formas legítimas de habitar un cuerpo? La charla, que se llevó a cabo el jueves pasado en el anfiteatro 1 de la Facultad de Filosofía y Letras, se centró en estos interrogantes y puso la mirada en la institución educativa y en su capacidad de “fabricar” cuerpos-niño y cuerpos-niña.
La pedagogía invisible
Luisa Lucía Paz fue clara en su planteo: afirmó que, a diferencia de buena parte de la sociedad, “la comunidad trans de la Argentina considera que la democracia llegó con la Ley de Identidad de Género”. La referente de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA) en el NOA relató al público que, en la década del ochenta y mientras la población argentina festejaba la restitución de la democracia, para el colectivo trans empezó el calvario: la discriminación permanente en cualquier ámbito social, la extrema violencia sufrida a manos la Policía, entre otros hechos, hicieron estragos en el colectivo trans y dejaron secuelas personales imposibles de borrar, e incluso de relatar. “Pasé situaciones muy feas en esa década que no quiero contar porque después las sueño y me despierto llorando”.
En palabras de la autora, esa violencia —que aún persiste y duele— no sólo impacta en lo físico, sino que también atraviesa la piel y afecta la subjetividad. La violencia hacia la población trans anida en los prejuicios más sombríos de la sociedad. “Todo el mundo tiene la idea de que una chica trans nace adulta en la esquina de una calle oscura, vistiendo una minifalda, esperando al próximo cliente” sentenció Luisa. “Nadie habla de la criatura trans que, desde muy temprana edad, empieza a percibirse distinta”. Mucho menos se habla de que en las escuelas, ámbito donde se enseña con palabras y signos lo que le corresponde a un varón y a una mujer, la experiencia de una niña o niño trans puede ser muy traumática. “Yo me descubrí distinta a los once años”, dijo, “a esa edad no sabemos definirnos, no sabemos qué es lo que nos pasa… sólo somos”.
El niño homosexual en la escuela primaria… es el resultado de una serie de etnografías realizadas en dos escuelas primarias de la vecina provincia de Santiago del Estero. El libro se propone relatar la situación de un alumno y un docente que no logran encajar en los parámetros heteronormados de la institución educativa. El relato se alimenta de testimonios del personal docente y no docente de ambas escuelas que, ante la imposibilidad de nombrar y reconocer la diversidad sexual y afectiva de ambos sujetos, recurren a epítetos como el “rarito”, el “putito” o “el niño homosexual”, etiqueta esta última que surge de la directora de la escuela para referirse a la niña trans en cuestión y que le da el título al libro.
Los autores del libro —quienes en esta ocasión compartieron una mesa-panel con Carolina Abdala y Fabián Vera, docentes e investigadores de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT— coinciden en que la discriminación ejerce su poder en las aulas y en los recreos a través de palabras y acciones concretas (como los retos y los insultos). No obstante, según Luisa, existe otro tipo de discriminación menos visible pero igual de eficaz y doloroso: el de los gestos, ademanes y silencios. “Se enseña con palabras, pero también con silencios”, afirmó, “ese entramado invisible hace que la mayoría de las personas trans —sobre todo las mujeres— abandonen sus estudios. A mí nadie me echó de la escuela, pero me hicieron entender perfectamente que yo no pertenecía a ese lugar”. Es que este entramado silencioso al que Luisa hizo referencia tiene, entre sus consecuencias más lógicas y previsibles, la expulsión encubierta del colectivo trans del sistema educativo. Según los datos expuestos por los conferencistas, al menos en Santiago del Estero, la deserción de la población trans de las escuelas alcanza un 82%. “Hay una necesidad imperiosa del colectivo de poder transitar estos ámbitos, una urgencia de poder adquirir conocimientos. Me atrevo a decir que antes que la salud necesitamos la educación”.
La violencia de las verdades
Para los panelistas, una de las tareas neurálgicas a concretar es la “desnaturalización” de ciertos prejuicios sobre el colectivo que, en la sociedad y en las escuelas, se asumen como verdades inobjetables: “dejan la escuela porque quieren”, “no quieren educarse”, “prefieren pararse en una esquina”. Los autores comentaron que es fundamental la generación de espacios de debate que pongan en tela de juicio estas “verdades”. Ambos reafirmaron la necesidad de que futuros formadores y docentes asuman el desafío de llevar estos temas al ámbito educativo. Una sociedad que busca ser inclusiva, democrática y libre de discriminación, debe encontrar la forma de reconocer, legitimar y validar aquellos cuerpos que se perciben distintos desde la escuela primaria y que poseen los mismos derechos que el resto.
“Estas verdades que se nos han instalado forman parte de una pedagogía y de un sistema educativo que nos quiere normalizar, y que nos hace daño a todos”, afirmó Fabián Vera del Barco. “Esas verdades ejercen violencia y uno de los ejes para cambiar eso es el acceso a la educación”, sentenció. Al respecto, comentó que en Tucumán se está concretando la apertura de un Centro Educativo Trans de puertas abiertas, que tiene como objetivo la finalización de estudios de personas trans, pero sin ser excluyente. El proyecto, que también busca visibilizar la desigualdad en el acceso y permanencia del colectivo trans en el sistema educativo, está articulado con el Ministerio de Educación para garantizar la terminalidad de la escuela primaria y secundaria de sus estudiantes. “Es un proyecto que venimos imaginando y soñando con un grupo de compañeros activistas”, agregó Vera del Barco.
Es fundamental que las organizaciones educativas se aparten de las viejas estructuras heterosexistas que, histórica y sistemáticamente, han anulado e invisibilizado a la diversidad sexual. La clase de intolerancia que busca disciplinar aquellas mentalidades concebidas como “perversas” o normalizar aquellos cuerpos considerados como “abyectos”, es la que posteriormente se manifiesta en violencia verbal, psicológica y física en las aulas y en otros ámbitos de la sociedad. Como sostuvieron los autores, la generación de espacios de debate y reflexión entre formadores es clave para suprimir aquellas actitudes y prácticas discriminatorias que, consciente o inconscientemente, se reproducen en las escuelas. Además, poner estos temas en las agendas del sistema educativo implica fortalecer la idea de que la educación es un derecho que el Estado debe proteger y garantizar a todos y a todas por igual: un derecho humano reconocido que, en palabras de Luisa, “es la única herramienta que nos puede dar la posibilidad de ser libres de verdad”.