Claudia Piñeiro: “en las autoras jóvenes se nota mucho la preocupación por la no maternidad”
Usar la palabra para desmenuzar la palabra. Para rectificarla. Para desencasillarla. Con suerte, para reponerla.
Ese es el aporte más valioso que puede hacer un escritor en un debate público, dice Claudia Piñeiro. O, al menos, ese es el aporte que viene haciendo ella misma. En abril, se plantó frente a un grupo de diputados en los plenarios previos a la media sanción de la legalización del aborto y advirtió que los sectores en contra de la ley operaban sobre el lenguaje para robarnos la palabra “vida”. “Cada vez que alguien dice que está en contra de la ley porque está ‘con la vida’ nos excluye a todos. Nosotros también estamos a favor de la vida”, enunció Piñeiro, una de las caras más visibles y reconocidas entre los grupos a favor del aborto legal, seguro y gratuito.
Pocos días más tarde, esta vez en su discurso de apertura de la última edición de la Feria del Libro, alertó que el uso de la palabra “grieta” para describir la divergencia de opiniones en la sociedad argentina podría ser bastante peligroso y dañino: “si hay una grieta, hay dos territorios separados por un vacío. No hay puentes, no hay comunicación posible. Si uno quiere pasar de un lugar a otro para dialogar, se cae en una zanja. La democracia es pluralidad de voces viviendo en un mismo conjunto y espacio social. ¿Éramos una grieta o el lenguaje operó sobre nosotros y nuestras diferencias para que no haya diálogo posible?”.
“Cada oficio te permite hacer una tarea que a lo mejor otras personas no hacen tan bien como vos. Los escritores, también los periodistas, estamos todo el tiempo jugando con las palabras, eligiéndolas, analizándolas. Entonces, cuando hay un discurso que quiere manipular, lo vemos con mucha claridad porque ese es nuestro trabajo”, explica la escritora, que llega a la provincia como parte del programa del Festival Internacional de Literatura de Tucumán (FILT).
Pero a Piñeiro le pasa algo más que ver con claridad ciertas manipulaciones del lenguaje: le pasa que no puede, no quiere, sopesarlas en privado. “La sensación que tengo es que el escritor, en algunos temas que le interesen, en esos que se siente compelido, puede ayudar con esas herramientas que tienen que ver con su oficio. No quiere decir que todos los escritores lo tengan que hacer. Yo siento la necesidad de hacerlo: no me podría quedar callada ante determinados temas. También tiene que ver con qué escribimos cada uno. A mí me parece que lo que yo escribo tiene un compromiso directo con el aquí y ahora, que tiene una mirada sociológica”.
- ¿Cómo manejás las críticas y los ataques que esa exposición puede acarrearte?
- Hay temas que son muy controvertidos y seguramente hay gente que no le gusta lo que opino al respecto, por ejemplo el aborto. También me pasó cuando marché en contra del 2x1 en las penas a los militares condenados por haber participado en la dictadura. A algunas agresiones las tenía previstas; es decir, vos sabés que en redes alguien puede decirte una barbaridad. También estaba preparada para que me dijeran “no leo más tus libros”. Nadie puede obligar a nadie a leer nada. Pero lo que sí no me esperaba era que la gente se organizara para pedir que me saquen de un trabajo, porque eso no es sólo censura, sino también impedirme trabajar (N. de la R.: se refiere a los sectores en contra del aborto legal que intentaron boicotear un evento organizado por la Fundación OSDE en el que Piñeiro entrevistará al autor cubano Leonardo Padura, el 23 de agosto). En esa charla no voy a hablar del aborto, ni siquiera de mí. Yo tengo que entrevistar a un escritor que viene a presentar un libro. Entonces todos los llamados que pedían que no participara porque pienso distinto, lo que hacían era impedirme trabajar. En la Argentina sabemos de la importancia de tener un trabajo. Es un límite que han pasado determinadas personas, que esta democracia no debería permitirlo no conmigo, sino con nadie. No podemos permitir que en una democracia la gente pida que te echen de un trabajo porque no pensás como ellos. Es gravísimo.
- En el ámbito de las letras y lo editorial, ¿hay una desigualdad marcada entre escritoras y escritores?
- No en cuanto a la remuneración porque eso es un porcentaje sobre la venta de los libros. Sí la hay en los espacios de poder: hay conferencias en las que en las mesas que tratan sobre literatura en general, novela o cuento, son todos hombres. A las mujeres las reservan para las mesas sobre literatura femenina, sobre cuál es el lugar de la mujer en la literatura o sobre cómo es la lucha de la mujer en este siglo, pero no las mezclan con los hombres como pares. También pasa que en algunos concursos los que leen (a los candidatos) son hombres; como tienen que elegir entre lo que ellos leyeron, y no leen a mujeres, nunca salen mujeres premiadas. Eso ocurría con el premio Gijón: hubo un año en que no había ni una finalista mujer, y ahí se dieron cuenta de que a veces hay que operar sobre la sociedad para que se entienda que debemos tener igualdad con los hombres. Luego esa igualdad será natural, pero hasta entonces es necesario esto de los cupos o de obligar a mirar sobre la mujer. Por ejemplo, en Buenos Aires hay un NP (grupo Nosotras Proponemos) general de las artes, que ha hecho movidas en museos en los que un día se apagan las luces de todos los cuadros hechos por hombres y sólo quedan prendidas las de las mujeres. ¿Por qué? Para que hoy nos miren. Después mezclamos todo de nuevo, pero necesitamos que nos miren hasta que tengamos igualdad de oportunidades.
- ¿Qué relación encontrás entre la literatura escrita por mujeres contemporáneas y el avance de la causa feminista en nuestro país?
- Creo que se nota mucho en autoras jóvenes la preocupación por la no maternidad, más que otras cuestiones. Se trata de mostrar una mujer que no necesariamente quiere ser madre, de olvidarnos de ese rol impuesto socialmente. En ese sentido me parece que son claves “Distancia de rescate”, de Samantha Schweblin; “Matate, amor”, de Ariana Harwicz; “Contra los hijos”, de la chilena Lina Meruane, y “Pendiente”, de Mariana Dimópulos. Después también surgieron muchas historias de violencia de género, de abusos, pero lo que más me impacta es la cuestión de la no maternidad. Me parece muy interesante porque de ahí se destraban todas las otras cuestiones: una mujer que no tiene obligación de ser madre puede pensarse desde otro lugar, con otro plan de vida, y a veces la violencia de género y ciertos abusos están muy tomados de la mano de esta decisión de la mujer de no hacer lo que los demás quieren que haga. Cuando se rebela, aparece la violencia.
- ¿Quiénes son tus referentes femeninos de lucha en la literatura?
- Hay grandes autoras que me parecen importantes más allá de la lucha, pero que obviamente tienen una mirada muy crítica del rol de lo femenino como hecho dado, que tiene que ser de determinada manera. Dos que me gustan mucho son Clarice Lispector y Natalia Ginzburg. Después hay literatura más específica, como Virginia Woolf o Simone de Beauvoir, pero me parece que Lispector y Ginzburg, sin escribir específicamente del tema, están todo el tiempo escribiendo sobre eso.
- Cuando leés nuevxs autores, ¿te interesa saber cómo piensan respecto de ciertos temas políticos o sociales?
- No, cuando leo nuevos autores no sé cómo piensan, no pregunto cómo piensan. A veces en la literatura se nota y te puede generar cierta inquietud o no, pero por lo general en la ficción no tiene ninguna importancia cómo piensa el otro. Si tiene pensamientos que no acepto desde el punto de vista ético, me va a afectar, pero en cuanto a ideas políticas no tengo la menor idea de cómo piensan los escritores que estoy leyendo. No sé de qué partido político son. Simplemente leo su literatura y, si me gusta, sigo leyendo.
- ¿Estás en contacto con otras escritoras de Latinoamérica? ¿Sabes cómo repercute en ellas y en sus obras causas como el Ni una menos o el debate por la legalización del aborto?
- Sí, con muchas escritoras y lectoras latinoamericanas. Cuando voy a distintos países, siempre se acerca alguien para preguntarme por la lucha en Argentina, por el aborto legal, por el Ni una menos. Nos toman como modelo en un punto, porque parece que acá explotó antes, entonces en otros países se van animando. Es muy conmovedor ver cómo, de algún modo, se sienten representadas. Hay escritoras como Sandra Lorenzano, una “argen-mex” que vive en México, o la boliviana Magela Baudoin, que cuando pasa algo relacionado con el aborto, con que me quisieron censurar o lo que sea, salen a apoyarme en todos los medios o me mandan mensajes. Hace poco la nicaragüense Gioconda Belli pidió en Twitter a la vicepresidenta Gabriela Michetti que no se oponga más a la ley del aborto. Siento mucha sororidad entre las escritoras latinoamericanas que nos conocemos, que estamos en red. Sí, en todos los países encuentro mujeres mirando a la Argentina, al proceso que estamos haciendo. Es muy bueno sentirse acompañada.
- ¿Qué expectativas tenés para la sesión del 8 de agosto en el Senado?
- Espero que los senadores tomen conciencia de que esto es una cuestión de salud pública y que sean responsables; que no permitan que sigan muriendo mujeres en la clandestinidad. No está en sus manos que esas mujeres dejen de abortar: la mujer que lo decidió, lo hará. Lo que está en sus manos es que lo hagan en forma legal o ilegal. Hasta ahora, cuando no hablábamos del asunto, o cuando lo hacíamos en voz baja, no había responsabilidades tan claras. Ahora las habrá, porque los senadores tienen la posibilidad de que estas mujeres dejen de morir, dejen de hacerse abortos con agujas de tejer, con perchas. Ahora sabemos que hay abortos en la Argentina, ya lo pusimos sobre la mesa. Haremos todo lo posible para prevenirlos con educación sexual, con anticonceptivos, con todo lo que los mismos detractores de la ley antes reprobaban, aunque ahora se aferren a eso. Pero mientras tanto, y si falla algún método, los senadores tienen la posibilidad de darles a las mujeres una salida legal, dentro del marco de salud pública. Si no lo hacen, van a ser responsables de lo que suceda.
- ¿Qué importancia tienen festivales como el FILT? ¿Por qué te gusta participar?
- Me gusta mucho ir a distintas provincias porque podés llevar tus libros a otro tipo de lector; es decir a uno que vive en otro lugar, no es que haya diferencias de otro tipo, pero sí en la cotidianidad, en el día a día, a veces las preocupaciones tampoco son las mismas. Y, por otra parte, me gustan mucho los festivales independientes. Porque hay otra dinámica, otras formas de acercarse a la literatura, intervienen menos las empresas editoriales y más otros tipos de intereses, más académicos o más de estudiantes de Literatura. Siempre aprendo mucho.
- ¿Leés a autores del interior?
- (Lo hago) Cuando tengo la suerte de encontrarme con algún autor que me da su libro o cuando me lo recomiendan, porque no siempre llegan a Buenos Aires todos los autores. Por ejemplo, una autora que me gusta muchísimo es la cordobesa Eugenia Almeida. Me llamó la atención porque en Francia es hiperconocida, como también en Córdoba, y en Buenos Aires quizás no tanto. A veces cuesta que la literatura que se publica en las provincias llegue a Buenos Aires, y los porteños nos perdemos un montón de cosas. Es una pena que no haya una mayor difusión. Me parece que las editoriales independientes permitieron una mejor circulación porque antes dependíamos mucho de que las grandes empresas hicieran circular a ciertos autores. Ahora pasa que el dueño de una editorial independiente carga esos libros en una mochila, se va de festival en festival, y ese libro circula mucho más que si hubiera sido lanzado por una gran editorial.
Así como Almeida, otros autores que me gustan mucho son Orlando Van Bredam, de Formosa, y Juan Carrá, de Mar del Plata.
- ¿Leés medios alternativos?
- Me la paso leyendo Twitter y ahí hay muchas referencias a medios alternativos. Leo a muchos periodistas independientes en las redes y ellos me van llevando a distintos medios alternativos, pero no sigo a uno en particular.