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Bembé Guiné: resistencia con arte y pies descalzos

En la avenida Sáenz Peña al 300 hay un frente lleno de colores. “Yo amo este lugar”, dice Selva Varela mientras muestra el espacio desde afuera. Su porte de bailarina delata la formación en danzas clásicas. En los aros grandes puede leerse África, ese continente que la enamoró a través de la música al punto que fundó en 2012 la primera escuela de danzas afrolatinas en Tucumán: Bembé Guiné. A partir de esos talleres surgió el ballet que hoy, además de regalar arte, milita desde la danza. Por eso no es extraño encontrarlo en las marchas pidiendo justicia o en diversos eventos apoyando causas que consideran justas.

En ese frente de colores de la avenida Sáenz Peña, Selva muestra orgullosa lo que construyó a lo largo de estos años. De a poco van llegando chicas que se acercan a saludarla. Todas le dan un beso y un abrazo. Todas exhiben sonrisas a punto de desbordar la cara. Los abrazos, sin excepción, son largos y apretados. “Este espacio es también un espacio de contención, que excede esa idea de ‘hago una danza exótica, gasto un poquito de calorías y vuelvo a mi casa’. Hay una especie de transformación que pasa por otros lugares y que tiene que ver con la resistencia”, describirá luego, cuando hable de Bembé Guiné, de los talleres, de la danza africana y de esta experiencia autogestiva e independiente.

“Bembé Guiné es mi casa -dice Selva casi sin pensar-. Es un espacio que tiene amor, música, búsqueda, desencuentros, encuentros y mucha grupalidad. Lo defino como arte hecho con mucho amor, desde el suelo, con los pies descalzos”. Varela es antropóloga. Llegó a Tucumán en 2009 como parte del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAFF) a trabajar en las primeras excavaciones que se hicieron en la provincia, en el cementerio del Norte -donde las denuncias hablaban de inhumaciones clandestinas y el registro de una gran cantidad de NN ingresados entre 1975 y 1983-. De la mano de los derechos humanos en su trabajo, en su vida cotidiana y en el arte que todo lo unifica, no es casual que la primera marcha en la que Bembé Guiné participó como agrupación haya sido la de un 24 de marzo.

“Llovía a cántaros y estábamos todas vestidas de blanco y al principio no sabíamos si podríamos, porque si llueve los instrumentos se mojan, los cueros se dañan. No sabíamos si íbamos a resistir desde plaza Urquiza hasta plaza Independencia. No sabíamos si ponernos zapatillas. Pero nada nos importó, agarramos instrumentos de murga y lo hicimos”.

A la emoción de aquella primera marcha, en 2013, la atesora con la nitidez de los recuerdos imborrables. Hoy el ballet es parte infaltable de las columnas en las manifestaciones. “Ya en el primer año del taller sentimos que nuestra forma de decir muchas cosas y de resistir era la danza. Ese es nuestro lenguaje para apoyar determinadas demandas políticas, sociales. Tiene que ver con poner el cuerpo y desde ese lugar nos fuimos sumando a las marchas, a las propuestas independientes y a diferentes causas, y así fuimos invadiendo las calles”.

Para Selva el arte sirve para reparar, sanar, luchar y nutrirse de fuerzas para seguir. La danza africana, como se lo enseñaron sus maestros, es la prolongación de la vida cotidiana. “Con la danza hemos trabajado en barrios vulnerables, llegamos a la cárcel de mujeres y vimos lo liberadora que es en esos contextos tan adversos. Nuestra danza siempre estuvo vinculada con las calles, con las demandas. Nunca estuvimos disociados de nuestro contexto social y político, y esa fue nuestra forma de decirlo”, remarca y recuerda que en las movilizaciones en las que se pedía justicia por Paulina Lebbos, Alberto -el padre de la joven- se acercaba a agradecerles por el baile. Porque a su hija le gustaba mucho bailar y esa era otra manera de tenerla presente en el dolor.

Si bien la mayoría de las personas que asisten al taller son mujeres, los hombres se van animando de a poco. Varela aclara que el hecho de que la danza esté asociada a lo femenino tiene que ver más con la cultura occidental que, además, asocia la percusión con los varones. “No en todas las sociedades pasa esto”, dice ella y en ese punto coincide con Luis Abrach, luthier y percusionista que acompaña al ballet. “Esto invita a participar a todos, no es excluyente, y genera un efecto de alegría inmediato”, señala Abrach.

Luis es neuquino y llegó a Tucumán en 2006 porque es la tierra donde nació su padre. “Buscando mis raíces”, dice el luthier, que al principio estudió Fotografía y Artes Visuales. En la percusión africana encontró un espacio donde conviven todos sus intereses y sus pasiones: trabajar la madera, fabricar sus propios instrumentos y hacer música africana, esa que se hace desde lo colectivo. “Es una música con un sentido comunitario. Cada instrumento aporta algo diferente y necesario, y se logra un ensamble perfecto de donde nace algo muy rico, grande y hasta mágico -dice Luis, que acompaña con el ritmo las clases de Selva-. La danza y la percusión se hacen una sola cosa”.

Además de estar en las marchas, en las clases y en todas las presentaciones de Bembé Guiné, Abrach tiene su propio proyecto: Zona Afro. Desde 2014 viene sosteniendo este espacio autogestivo donde se enseña y se aprende a ejecutar instrumentos de percusión y música africana y de raíces africanas.

Las fotos que quedan

Cuando Selva intenta sintetizar Bembé Guiné en cinco instantáneas no le sale. “Me vienen a la cabeza fotos en la vía pública”, arranca, y tratando de alcanzar la memoria con las palabras suelta: “las marchas del 8M, del 24M, la (calle) Muñecas, la plaza San Martín, en la plaza Belgrano, aquí transpirados con maestros que vinieron a compartir sus saberes, con las chicas de la cárcel, con las nenas del hogar Santa Rita. En la vereda bailando bajo la lluvia. Fotos en Cuba, bailando en la calle en Trinidad, descalzos con la gente muy receptiva. La foto con mi hija”.

La foto con la pequeña en su pecho mientras ella bailaba en una marcha con la consigna ‘Aborto legal, seguro y gratuito’ da cuenta de la convicción de que esta lucha es por maternidades deseadas. “Ella y la danza son lo que más amo. Y este baile es una herramienta tan potente que se la quiero regalar a todos, sobre todo a mi hija. Así que me pareció orgánico que ella lo sintiera así, que sintiera una danza que tiene que ver con la vida y la vida tiene que ver con demandas, con luchas. Me pareció orgánico bailarlo con ella y que sintiera el corazón y los tambores. Es que a mí la danza me dio un beso en la cara. Ojalá que les bese la cara a todos porque es una maestra, te enseña mucho y te hace reflexionar desde lo sensorial”, dice.

La danza en general es un arte y la danza africana en particular es, para Selva, muy liberadora. Ella que tuvo una formación clásica y academicista se enamoró de esta otra forma de bailar y construir. Abrach la acompaña y comparte con ella esta mirada de un arte inclusivo y transformador. “Genera un efecto de alegría inmediato y los tambores son, además de todo, un medio de comunicación”, dice Luis mientras recuerda su aprendizaje en África. “La danza moviliza muchas relaciones con uno mismo y con el entorno. Te fortalece, te empodera. La gente viene muy cargada entonces tratamos de generar un espacio donde nos sintamos bien, pero no una cosa snob, sentirse bien negando todo. Sino nos sintamos bien como resistencia también, esto de defender la alegría como una trinchera”.

Y quizás por esto de ‘defender la alegría como una trinchera’ es que la presencia de las Bembé Guiné y los tambores por las calles tucumanas, en las marchas, en las actividades que apoyan causas populares se hace necesaria.

Producción: La Palta - Comunicación Popular