Sobrevivir al sistema educativo para cambiarlo desde adentro
“Soy la primera docente trans de la provincia y la segunda del país”, dice Delfina Brizuela y en su mirada se trasluce algo que se parece al orgullo, la alegría, la tristeza y la nostalgia. Hace diez años que vive en Santa Cruz pero cada verano vuelve a Tucumán a visitar a sus familiares y amistades. “El amor puede más que el calor tucumano”, dice entre risas y se avienta con las manos al tiempo que toma algo fresco. En Río Gallegos tuvo la oportunidad de ejercer como docente cuando las puertas de las escuelas tucumanas se le cerraban y las posibilidades laborales se reducían a la prostitución. Ahora, además, es una de las referentes de la Dirección de Diversidad Sexual y Género que depende de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Santa Cruz y es la coordinadora provincial de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgénero Argentina (ATTTA).
Ese orgullo que tiene su mirada cuando habla no tiene tanto que ver con haber conseguido terminar los estudios superiores, sino con ser quien es. “Yo soy una mujer trans, me gusta ser una mujer trans y para nada es que quiera ser una ‘mujer’”, afirma mientras reflexiona sin entender lo que sucede con algunas mujeres que quieren dejar fuera del movimiento feminista a las trans y travestis. La alegría sí tiene que ver con su título obtenido. Con haber pasado por el sistema educativo y haberle ganado la pulseada a la exclusión. La tristeza y la nostalgia se desprenden de ese exilio forzado por las pocas posibilidades de ejercer su profesión y porque entiende que el acceso a los derechos es un logro colectivo que en Tucumán aún está lejos de alcanzarse.
“Me fui porque fui muy discriminada aquí en Tucumán, sin la ley de identidad de género, la posibilidad de tener un trabajo formal era mucho más difícil que hoy. Yo me recibí y me inscribí en los padrones. Hice todo lo que tenía que hacer y por tres años solo se me cerraban las puertas. Al momento de tomar un cargo siempre había un ‘pero’ y en las instituciones privadas las respuestas eran: ‘ya te vamos a llamar’. Sabía que al quedarme en Tucumán el único camino era la prostitución, que es el camino que les queda a las compañeras ante la falta de políticas públicas que existen para las personas del colectivo LGBT”.
Una sobreviviente del sistema educativo
Delfina es maestra y profesora de Matemáticas. Obtener ese título significó cambiar de institución por el hostigamiento y la discriminación de los mismos docentes. “Una profesora decía que las personas LGBT no estaban preparadas para estar frente a alumnos. Era una profesora de biología y siempre tenía un pero para obstaculizar que regularice su materia. Igual una profesora de psicología decía que las personas LGBT éramos personas con algún tipo de trastornos”, enumera Delfina al recordar algunas de sus experiencias durante su formación docente. “Yo me les enfrentaba porque estaba orgullosa de quien soy y sé que no tenía ni tengo ningún trastorno por ser trans”, dice con firmeza y reconoce que se hizo fuerte con el tiempo pero que también hubo mucho de carácter y de la presencia de una familia que pudo y quiso acompañarla siempre. Sabe también que esas son condiciones poco comunes y que no deberían ser las que determinen que una persona trans logre terminar sus estudios.
Pero el camino de la discriminación, la exclusión y la expulsión empezó desde la primera vez que puso un pie en una institución educativa. Uno de los primeros recuerdos es justamente en el jardín de infantes. “Con el guardapolvo acuadrillé celeste y todo bien demarcadito. El rincón de los varones y el rincón de las nenas. Yo quería jugar con las escobitas en el rincón de las nenas y la maestra me volvía a ‘mi lugar’ porque yo ahí no podía estar”.
Las diferenciaciones entre las niñas y los niños sigue siendo uno de los puntos más internalizados en las escuelas. “La fila de varones y de mujeres siempre me hicieron sentir incómoda. O los actos haciendo de personajes que no quería porque los que yo quería eran de nena. ¡Nunca una dama antigua!”, dice Delfina y suelta una carcajada como quien descomprime anticipando que los recuerdos se ponen más dolorosos. “La clase de educación física. Los varones jugaban a la pelota y las mujeres saltaban a la piola. Y para jugar a la pelota se elegían los compañeros del equipo, imagínate yo. Nadie quería tener al puto en el equipo así que quedaba al último. Y cuando ibas al equipo que no le quedaba otra que recibirte y perdían era culpa tuya porque el marica no sabe nada de fútbol”.
No va a ser con esta anécdota la primera vez que Delfina piense y hable de su familia, de la tristeza y el dolor que atravesaron por respetar su identidad. “A mi mamá la llamaban para decirle que yo no me integraba en el grupo y ella se angustiaba mucho. Pero nadie pensaba que una no podía sentirse parte de un grupo que todo el tiempo te hacía vivir la discriminación en carne propia y donde los docentes no tenían una mirada inclusiva para hacerte participar”, recuerda y ya no se ríe ni cuenta las anécdotas con picardía. “Yo fui a una escuela técnica y la burla ahí era peor. Allí encontré una persona con la que podía charlar y me hice amiga, era también LGBT y de alguna manera nos acompañábamos ante tanta burla y tanta agresión. Pero no soportó el hostigamiento y terminó dejando. En la secundaria tenés que hacer oídos sordos para sobrevivir pero no todes podemos. Una pierde hasta su nombre ahí. Una era ‘el puto tal’ y punto”.
Delfina cuenta su historia y repite que se fue haciendo fuerte, que en algunas cosas ‘tuvo suerte’, que es una excepción. Se siente una privilegiada pero sabe que no son privilegios sino derechos. Derecho a vivir y no ser una sobreviviente por haber superado los 35 años. “Volvía de la escuela y lloraba sola y me decía que me la iba a aguantar, pero te parte el alma cuando escuchas llorar a tu mamá y a tu papá y a tu hermana. Porque la burla y la discriminación la pasas vos y toda tu familia”. La madre y las hermanas de Delfina también son docentes. Junto a su papá jubilado le dieron el respeto y el apoyo para seguir adelante y no le permitieron abandonar los estudios. “¿Pero cuantas de nosotras no tenemos ese apoyo contante y no tenemos familias que puedan acompañarnos, que estén preparadas para hacerlo y te corren de la casa y terminás sin tener más opción que prostituirte?”.
Con sus títulos en la mano y tres años de búsqueda laboral Delfina vio una pequeña chance en el sur del país. Allí se fue y en poco tiempo empezó a trabajar. Es funcionaria pública y trabaja para que sus compañeras trans y travestis tengan las mismas posibilidades que ella. Y a pesar de la diferencia que observa con Tucumán y de haberse hecho fuerte y haber obtenido reconocimiento, sabe que sus actos siguen siendo observados por una sociedad que discrimina y prejuzga. “A pesar de lo incluida que hoy me pueda sentir hay cosas que yo tengo que tener más cuidado. No acompañar a ningún niñe al baño, que es muy común que las maestras les acompañe; no acariciar o abrazar a un niño y guardarte la expresión de sentimientos que cualquier otra docente lo manifiesta libremente, pero al ser una docente trans no podés porque estás muy observada, muy juzgada, todo el tiempo. Te tenés que cuidar mucho porque por ser trans, ante la duda, somos culpables”.
“Tengo 40 y me considero una sobreviviente del colectivo”, dice Delfina que ya tiene 10 años de docencia en su recorrido. Vuelve a Tucumán cada verano y sigue pensando que a la provincia le falta voluntad política para abordar las problemáticas de diversidad. “Ni siquiera se implementa ESI (Educación Sexual Integral) como corresponde”, afirma. “La prostitución como única posibilidad es grave, las compañeras no tienen la libertad de elegir porque hay un Estado totalmente ausente. No nos tiene que parecer normal y tenemos que cambiar esto”, dice y valora el trabajo de la Biblioteca Ayelén y del CeTrans. Sabe que su historia es una excepción a lo que le toca vivir a las personas trans y por eso insiste en que es una sobreviviente. Pero sabe también que esa es una manera de asumir que el derecho a la vida termina siendo un privilegio para la comunidad LGBT.