Amor y nada más que amor: relato de una mamá diversa
Poética tarde soleada de invierno, los árboles que se confunden de estación: un par desnudos, un par coposos. El sol calienta, contrastado con un viento frío que mece los nidos. Tafí Viejo tiene ese no sé qué. Entrando a Lomas de Tafí, una casa ladrillos a la vista con un pequeño arbolito decorado con semillas naranjas da la bienvenida a un momento que se transforma sutil y cálidamente en un ritual.
Abre la puerta María Silvia Maidata que recién termina de comer junto a Karen Gordillo, su esposa. La “cucú” abre las puertas de su casa, un hogar acogedor. Entre risas nerviosas, anécdotas y presentaciones muestra su altar: una mesa con trofeos de Karen “juega muy bien al Hockey, la negra”, dice. Arriba, un espacio de fotos, nostalgias, rostros de personas amadas y momentos felices que quedaron seleccionados, como una manera de prohibirse olvidarlos.
Una mesa afuera, abajo del arbolito y los rayos de sol que se cuelan entre las hojas y la bandera del orgullo. No puede faltar un encendedor en la mano, con la función de ser el objeto “quita nervios”, y los puchos a mano izquierda. María Silvia, “la marisi” comienza su relato.
Cuenta que tiene 47 años, que es mamá de Joaquín de 27, Valentina de 26, Santiago de 24 años y abuela de Bianca. Está casada hace ya casi dos años con Karen, el gran amor de su vida. Karen, que de forma amable y hospitalaria recibe a las visitas, camina de aquí para allá, con un poco de nervios y de emoción.
La primera pregunta, luego de su presentación, es sobre cómo vivió y vive su maternidad, siendo mamá de una manera que los libros de cuentos no muestran. La maternidad para ella es el 60% de su corazón, de su vida, de su día a día, de su responsabilidad y sus pensamientos. Bianca, su nieta, ocupa 20% del porcentaje: “por suerte todavía no sabe que me puede pedir lo que quiera, porque en ese momento voy a estar en problemas”, dice mientras se ríe, cómplice. Cucú afirma que sus hijes y su nieta para ella son “motorcitos”, pero también se sabe a sí misma y se siente el gran motor que a elles todavía les empuja en la vida.
La cucú no es una mamá tradicional. Los mandatos no fueron cuestiones que definieron su vida ni sus elecciones. Ella cree que como madre cumplió con todos los “roles” de manera natural. “He sido mamá proveedora, de poner límites, de lavar ropa, hacer deberes”. Sus hijes no tienen una figura heterosexual, clásica o estereotipada de mamá. Por otro lado, cree que el ejemplo de su mamá, que ha sido una madre “clasiquísima”, que trabajaba a destajo, llegaba a casa y lavaba ropa a mano, y planchaba, no la encasilló en ese modelo de madre ni en esa forma de maternar.
Su vida ha sido siempre libre, sus elecciones de pareja y su sexualidad también. “Nunca hubo secreto ni misterio, a los 32 años me enamoré de una mujer”, relata. No entendía por qué, nunca lo había pensado y le resultaba rarísimo, de hecho confiesa que ella creció pensando que homosexuales solo podían ser varones, hasta que a sus 16 años se dio cuenta de que no era así. Asume que esto pasó por una cuestión familiar, de no hablar de eso y desconocer lo que implicaba ser homosexual.
Luego de hablar con amigas sobre el tema, comenzó terapia con un muy buen profesional del cual aún recuerda palabras textuales: “lo que pasa es que vos no te enamoras del género, vos te enamoras de la persona. Y eso está muy bien que suceda”. Esa frase le fue de gran alivio, liberándola de toda culpa, duda o estigma. Fue inmediato el hacerse cargo, asumiendo su enamoramiento sin importar el género. “Nunca estuve dentro del closet”, asegura. Inmediatamente después de esa revelación en terapia, lo contó a su familia, a sus primas y amigas como algo anecdótico y hasta gracioso. Nunca se sintió discriminada, maltratada, insultada por parte de sus vínculos, y según ella, eso es una fortuna.
Sus hijos fueron un pequeño capítulo aparte. La manera de vivirlo con elles fue naturalizando sus relaciones. Cucú en ese momento convivía con su pareja de ese entonces y sus hijes. Así transcurrieron un par de años esperando a que elles tuvieran la duda y le preguntaran, o quizá no. Después de varios años, su hijo más chico, Santiago, con 12 años, la “encaró” diciéndole: “mamá, ¿qué pasa? ¿qué son?”. Ahí es cuando supo que había llegado el momento de reunirles en una charla a corazón abierto. Les dijo que ella estaba de novia con su pareja, que se amaban y que eso no tenía nada que ver con el morbo, que no era una mala palabra, que era simplemente amor. También les aclaró que eso no la definía ni como mamá, ni como hija, ni como hermana, ni como empleada, su elección de pareja no la definía de ninguna manera. Le pareció importante aclararles que la relación entre elles era la misma, que ella les ama y que es su mamá.
Les tres escucharon muy atentamente y tuvieron distintas reacciones, todas muy lindas y positivas: Valentina le dijo: “ya lo sabía mamá”. Joaquín, el más emotivo de les tres, afirmó que sentía mucho orgullo por ella: “si alguien te molesta, por favor avisame”, le pidió. Y Santiaguito le dijo: “bueno, mamá, ¿por qué no me lo has contado antes?”. Cucú cuenta que conversó con Santiago, le explicó su intención de naturalizar algo que debiera ser normal para todes, pero que estaba segura de que si elles tenían alguna duda, ahí estaría para despejarlas y contenerles, como siempre.
Uno de los obstáculos que ella pensó que tendría con respecto a su elección de pareja, era el vínculo con su mamá. Resultó todo lo contrario: “mi mamá lo ha vivido con mucho respeto, mucho amor, mucho cariño. Eso también me ha fortalecido para que yo pueda vivirlo a pleno”.
Con respecto a su hija Valentina y las cuestiones relacionadas con la maternidad, reflexiona que ella como hija y como mamá ya está fuera de cualquier estereotipo. “Tenerme a mí como mamá le ha pegado un patadón fuera de todo estereotipo por un montón de cosas que soy. Ella está fuera de cualquier mandato”. Hay dos cosas en las que Marisi es reiterativa: el amor y la felicidad. No puede ser crítica de ningún modelo de maternar siempre y cuando esa sea la manera que conduzca a la persona que materna a la felicidad. “No critico a ninguna mujer, lo que nos haga feliz, eso es”, insiste.
“No se habla de religión” se escucha en los asados y reuniones para evitar conflictos. Sin embargo, Marisi le pone el pecho y se sincera. Nacida y criada en una familia muy religiosa, su primaria transcurrió en un colegio católico y tradicional de la provincia. Después “por suerte”, acota, la cambiaron al colegio San Carlos, de donde aún hoy (30 años después) conserva un entrañable grupo de amigos y amigas. A pesar del cambio de colegio, en su adolescencia la iglesia católica ha estado muy presente por cuestiones familiares. “Voy a hablar de mi relación con Dios, más que de cómo lo vive mi familia al respecto”. Cucú cuenta que ella cree en Dios como una energía superior. Está segura de que Dios existe, que la ama y que se enojaría si alguien la discriminara. “A los libros los escribieron hombres, ahí es cuando definitivamente dejó de ser objetivo. No fue Dios el que escribió la Biblia. Me lo imagino riendo y preguntándose: ‘¿quién ha dicho que yo estaba en contra de esto?’, porque habla del amor en todo su potencial.”
Luego de reflexionar sobre religión, también sienta posición al hablar sobre la importancia de la Educación Sexual Integral en las escuelas y en los hogares para intentar hacer frente a problemáticas lamentablemente frecuentes en estos ámbitos como los abusos, embarazos precoces, o las enfermedades de transmisión sexual. “Siempre he sido una mamá muy libre, necesitaba que mis hijes sepan que hablar de sexo no es un pecado”.
Por otro lado, María Silvia cree que es decepcionante que en su país gane un gobierno de ultraderecha, que elimina políticas públicas importantísimas y que costaron tanto conseguir. Lamenta que se pongan en tela de juicio conquistas del feminismo, como el derecho a acceder al aborto legal, seguro y gratuito. “Me duele pensar que el 60% de la población crea que este tipo de gobierno es lo mejor, pero eso me pone en la posición de seguir luchando, educando y resistiendo”, afirma.
Para terminar, imagina un país mejor para su nieta: “Me gustaría mucho que cuando Bianca sea grande, pueda enamorarse de cualquier persona y caminar la vida de la mano de esa persona sin ninguna mirada, ojalá que no se cruce con ningún machirulo”.
Amor y nada más que amor, libre de violencias, es lo que, como mantra, repite insistentemente. Una mujer que disfruta en comunidad, que abraza a sus amores y con nostalgia, mira fotografías de una historia pintada de muchos colores, sin etiquetas, sin casilleros y sobre todo, libre de cualquier closet.