Padres
Hasta hace poco tiempo, los pañales, los llantos y las papillas eran exclusividad de madres, tías y abuelas, quienes por su condición femenina parecían ser las únicas capacitadas para hacerse cargo de la tarea de lidiar con un bebé. Hasta hace poco tiempo, el hombre definía su participación en el hogar en base al aporte monetario y un eventual en esta casa se hace lo que yo digo (y no lo que yo hago). En el mejor de los casos, ayudaba en las quehaceres del hogar como un buen samaritano que le hace un favor a un extraño.
Con cada paso que la sociedad da en el siglo veintiuno, los roles, las obligaciones y las expectativas han cambiado. Si bien existen sectores enquistados en un pensamiento machista y retrógrada en el cual la familia es una posesión sobre la que se decide y dispone a voluntad, muchos hombres han reconocido su capital emocional y se han embarcado en la paternidad de una forma distinta. Participativos, conscientes, responsables, aparecen en reuniones de padres, eligen la mejor leche en el supermercado e intentan construir un lazo con sus hijos distinto al que ellos tuvieron con sus propios padres.
Será que los hombres se dieron cuenta de que la familia tipo ha mutado a muchos tipos de familia, en los cuales la presencia o ausencia e incluso la duplicación de la figura paterna no garantiza ni condena. Ser padres es ahora mucho más que presidir la mesa o hacer un asado, ha dejado de ser ese puesto honorario que se llenaba solo con existir.
A esos padres que hoy se ponen en cuclillas para limpiar una lágrima o atar los cordones de una zapatilla; a los que siempre tienen lugar en el corazón para uno más, propio o ajeno; a ésos que, novatos, leen mil veces el prospecto de un medicamento infantil a las 2 de la mañana; a todos ellos, feliz día.