Un mito tucumano
En la provincia de Tucumán no solo abundan los lapachos. Un surtido catálogo de mitos y leyendas circula de boca en boca, agrandándose en el imaginario colectivo. Desde el alma mula hasta uno que otro duende travieso, hay tantas historias como escuchas dispuestos a creer que existe un punto donde se rozan lo fantástico y lo cotidiano. Codeándose con canes de apetito voraz acechando en cañaverales y pálidas damiselas camineras, se encuentra un ser misterioso y esquivo: el cinturón de seguridad de un taxi tucumano. Esta criatura mítica tiende a escurrirse sigiloso detrás del asiento trasero del vehículo en cuestión, tal vez para alimentarse del tubo de gas alojado en el baúl. Cuando un pasajero avispado pregunta por él, el conductor suele ponerse nervioso y balbucear una respuesta incoherente que oscila entre la sorpresa y el enfado. Es preferible hablar de política o fútbol para evitar la discordia.
Existe, sin embargo, un puñado de valientes. Taxistas que han logrado domar a la bestia. Así, el cinturón reposa mansamente sobre el asiento de unos pocos taxis, esperando que un pasajero lo cruce sobre su pecho. De vez en cuando, muerde al descuido el dedo de algún incauto, arruga esa camisa antes impecable o, en el peor de los casos, se resiste a liberar a su víctima al final del viaje.
Estos avistamientos son poco frecuentes. En la mayoría de los taxis tucumanos el cinturón permanece lejos del alcance de quienes pretenden tener un viaje seguro.
Cecilia Morán
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