Sin freno
Euforia y velocidad. Imprudencia y descontrol. Las avenidas tucumanas se han transformado en una pista donde el reloj corre hacia atrás, la cuenta regresiva de la imprudencia y de la muerte. Todos lo saben, todos escuchan el zumbido de los motores desafiando la coherencia durante las madrugadas.
Los nombres de los protagonistas de cada caso van y vienen por las páginas de los diarios, las redes sociales y los noticieros de la televisión tucumana. Durante una semana o dos se repiten hasta el cansancio, acompañados de partes médicos y términos policiales. Después se extinguen, hasta el próximo accidente de tránsito.
Que los casos más llamativos de los últimos tiempos involucren a jóvenes que apenas pasan los veinte años traslada el debate a varias plataformas de análisis. El dolor se mezcla con la culpa y las acusaciones. ¿Quién es el responsable? ¿El chico que decide pisar el acelerador más allá de lo razonable? ¿Los controles ausentes en las zonas más problemáticas? ¿Los padres que prestan sus autos sin querer saber qué hace su hijo cuando se pone detrás del volante? Y ahí no termina la historia. Muchas veces, las fallas en lo previsible, en lo evitable, quedan opacadas por lo que viene después. La ceguera descarada de la justicia, los peritajes cuestionables, los testimonios contradictorios y la negación absoluta de las leyes de la física contribuyen a la sensación de impunidad que se goza o se sufre según el lado desde el que se mira la tragedia.
Han pasado seis años desde que Silvia Jantzon de Marchese y su hijo Domingo perdieron la vida en la infame Avenida Perón tras ser chocados por Gustavo Jiménez. Mucho se ha dicho y poco se ha corregido. Mientras tanto, cada fin de semana, cientos de chicos tucumanos se entregan a una nueva ronda de la ruleta rusa.
Cecilia Morán
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