Domingos de merienda y juegos
El Hogar Eva Perón es una dependencia de la provincia que alberga niños varones de entre 6 y 12 años. Domingo de por medio son visitados por un grupo de gente para jugar y merendar con ellos. Esas cosas que hacen los niños, cualquier niño, los domingos, cualquier domingo. Ése es el objetivo de este grupo de gente: Los chicos de Dibujando Sonrisas, un voluntariado integrado por 12 personas comprometidas a cuidar de ese espacio que se han ido forjando con los años. No se trata del brazo de una organización política o barrial, tampoco religiosa. Se creó pura y exclusivamente para visitar el hogar. Tampoco existen jerarquías dentro del equipo, la organización es horizontal y se hace entre todos.
Hace más de cinco años que se agruparon por primera vez, allá por el 2007, aunque el nombre y la regularidad de las visitas llegaron un tiempo después. El caldo de cultivo en donde todo se gestó fue La Casa Cuna. Ahí se conocieron los primeros miembros del grupo, entre quienes se encontraban Agustina Veliz y Melina Yácumo. “Nosotros queríamos ir a visitar a esos niños que ya habían egresado de la Casa Cuna. Entonces se armó un grupo, y ahí varios de los que fuimos nos dimos cuenta de que había otro lugar que no era la casa cuna, con otras necesidades”, cuenta Agustina.
Melina explica que todo empezó con visitas esporádicas en ocasiones especiales, como Pascua o el día del niño. Con el tiempo, los domingos quedaron instaurados como días de visita. Elegir un nombre terminó de darle forma al proyecto y una identidad frente a los chicos y frente a la institución, un reconocimiento necesario. “Cuando la directora nos dio un espacio físico adentro de la institución donde dejar nuestras cosas, fue para nosotros como una batalla ganada, el tener un lugar adentro. Y después cuando los chicos empezaban a reconocernos, a saber quién de nosotros iba y cuándo, es como que uno caía en lo que estábamos construyendo ahí”, agrega Agustina.
La idea de merendar y jugar con los chicos surgió de un modo natural, como una manera de revalorizar aquellas actividades propias de cualquier niño, cuentan ambas. “Empezamos a ver que los chicos quizá durante la semana no jugaban y nos parecía curioso que siendo niños de 6 a 12 años el juego no esté en el primer lugar”. Hoy el juego ya está instalado, con ludoteca y todo.
Para fechas especiales se realizan actividades, también, especiales: en navidad, por ejemplo, ya se hizo costumbre soltar globos de helio con deseos de los chicos y de los voluntarios. Otros detalles que forman parte de esta fiesta, como comer y brindar juntos o armar el arbolito, se llevan a cabo en este Hogar. En la medida de lo posible, la idea es devolverles la cotidianidad de lo que se vive afuera.
Todas las propuestas a realizar con los chicos son debatidas y pensadas por el grupo. “Tratamos de que las cosas tengan un por qué, un significado, todas las actividades tienen un sentido. No queremos caer en que somos gente que va a dar algo y listo, se va. El voluntariado se plantea desde una cuestión vincular que tiene que ver con el cariño, con la amistad, con compartir con ellos. Para nosotros compartir es clave: la merienda, los juegos. En un mismo nivel, como iguales”, asegura Melina, quien recalca que no se intenta inculcar valores como si fueran lecciones, sino transmitírselos desde las actividades y la acción.
Todo el trabajo del grupo es difundido desde su Perfil de Facebook con el cuidado de no exponer a los chicos y preservar su intimidad. “No hay nada que mostrar que no sea lo que mostramos, que son los momentos que pasamos con ellos. Creemos que visibilizar la situación de los chicos no es sacarles fotos si no escuchar sus necesidades. No devolverles la voz, porque no la han perdido, pero sí elevarla, hacer que otros puedan escucharlos. No hace falta el golpe bajo para que la gente se mueva a la acción”, afirman convencidas.
Un lugar olvidado
No es fácil el voluntariado en un lugar como el Eva Perón. Poder ‘llegar a la gente’, como dicen ellas, y lograr una ayuda ‘que no venga desde lugares políticos sino que sea de verdad desinteresada, un gesto solidario’, no es tarea sencilla. Las chicas consideran que esto se debe quizá a que poco se sabe del resto de los hogares que albergan niños en Tucumán, excepto por la Casa Cuna. Son ‘lugares olvidados’. Por otro lado, dicen, existe una cierta estigmatización de los chicos. “’El caso perdido’, esa idea está muy instalada entre la gente: eso de que ya son grandes y no hay nada que hacer para cambiar las cosas, prefieren accionar en el inicio, cuando son muy pequeños, después ya no. Debería ser todo lo contrario”, opina Melina. Su compañera asiente: “Los chicos más grandes no generan lo mismo que los más pequeños. Mucha gente tiene esta idea de asociar a los chicos del Eva con un tema de delincuencia, que son maleducados, agresivos y una serie de conceptos negativos, y en la realidad no es así. Hay una especie de demonización de éstos y de victimización de los más pequeños. Como si sólo hasta los 5 podés ser un niño desprotegido y después ya no”.
Tampoco están de acuerdo con la postura opuesta, en que se victimiza al otro, y defienden la solidaridad frente a la caridad: “No queremos poner a los chicos en ese lugar, el de víctimas. Es muy difícil que la gente pueda separar la caridad de la solidaridad. La solidaridad es algo más de pares” dice Agustina, quien reconoce que, más allá de la mirada de la gente, no es nada fácil mantener un grupo constante de gente con el tiempo y el espíritu para llevar adelante este tipo de actividades: “Uno va conociendo las historias de los chicos, viendo por lo que van pasando, ve chicos que se van y después están de nuevo en la calle, en una situación de abandono, y se desanima y se cuestiona para qué seguir si todo sigue igual”
“Son niños que están viviendo un montón de cosas muy complicadas para cualquier niño y que obviamente van elaborando como pueden y a veces les sale la bronca”. Esto, lejos de amedrentarlas las anima a seguir, “yo sé que quizá un día me tratan mal, pero saben que voy a volver el domingo y que van a poder darme un abrazo y que esté todo bien de nuevo, ésa es la diferencia que tiene que hacer uno”, asegura Melina con tranquilidad.
Construir recuerdos
Ante tantas dificultades, se hace inevitable la pregunta del por qué: qué los motiva a seguir reuniéndose y organizando actividades, qué los hace volver, persistentes, los domingos.
“Uno gana en cariño. Nadie me eligió para ocupar ese lugar, yo lo elegí porque creo en ese lugar, en los chicos, y en lo que uno, como grupo, hace y deja. No me imagino mi vida sin esto. Mucha gente no lo puede soportar y se termina yendo. Y otros nos quedamos, también porque los domingos son de rescate también para nosotros”, dice Agustina.
Por su parte, Melina reafirma el valor social del voluntariado: “Estoy convencida de que podemos transformar la realidad, que no hay que esperar que el mundo cambie, que uno puede tomar la decisión de volverse sujetos transformadores, accionar para el cambio. Los domingos son esa forma de cambiar las cosas, el poder devolverles ese día su lugar de niños”.
Saben que se trata de un proceso lento cuyos resultados quizá no lleguen a ver. Probablemente no podrán ‘salvarles la vida’, dicen, pero tal vez sí puedan cambiarles los días. Que sientan que alguien quiere verlos, que hay quienes se preocupan por ellos, que puedan sentirse queridos.
“Cuando sean grandes yo creo que se van a acordar de que un grupo de chicos iba a hacerlos jugar. O capaz que no, pero en algún lugar del cuerpo eso queda. Y es muy fuerte”, opina Agustina, y Melina la respalda diciendo que “esas cosas quedan, que te has reído, que te han abrazado, que has jugado. Lo que hacemos con ellos es construir recuerdos”.
“Dibujando sonrisas” alude a la sonrisa como algo fundamental en la vida de un niño y a la acción mutua de niño a voluntario y de voluntario a niño, de generarla, de hacerla salir.
Para este grupo de voluntarios el camino a la sonrisa es dar, no lo que les sobra o no les sirve, si no dar siempre lo mejor.