Arte desde el barrio
La Casa del barrio es un programa dentro de la modalidad de Educación en Contextos de Encierro del Ministerio de Educación de la Nación. La idea es posibilitar el acceso a la educación en barrios en los que este es limitado, utilizando como espacio la casa que algún vecino del mismo barrio preste para tales fines. Además de talleres de alfabetización y apoyo escolar, La Casa del Barrio ofrece talleres recreativos de danza, educación física y arte.
Los talleres estaban pensados para el verano de 2014 pero a raíz de la importante convocatoria obtenida y el buen recibimiento por parte de los vecinos se decidió continuarlos durante el resto del año. Fue entonces cuando se sumó Fernanda Flores, artista y educadora. Actualmente, en su segundo año consecutivo dentro este proyecto, además de tallerista, es coordinadora de talleristas, nexo entre sus compañeros y el equipo técnico de psicólogos que coordina el programa.
Fernanda cuenta que cada uno de los tres talleres recreativos se dicta una vez por semana, en cada uno de los barrios: Costanera, “Ciudad de dios” o “128 viviendas”, y Smata. En cada uno de estos, un grupo de entre 30 y 50 chicos, de distintas edades, asisten a los talleres. La tarea casi imposible de organizar y coordinar grupos tan numerosos se vio facilitada con la incorporación de gente nueva. “Durante el año pasado me tuve que organizar por edades, dividir el espacio en dos y se trabaja por separado. Puse niños y adolescentes en un lugar, y las mamás en otro espacio porque hacían otra actividad, como pintura en tela y cosas así. Por suerte hoy hay otra tallerista y nos dividimos el trabajo con mi compañera, lo cual es un alivio porque la verdad es que van muchos chicos y te re desbordás, es muy difícil”, cuenta Fernanda, refiriéndose a Guadalupe Zapatiel Locascio quien se sumó a partir de este año.
En cuanto a los contenidos del taller, el programa es flexible y permite a los talleristas proponer las temáticas a trabajar. En este sentido, Fernanda hace hincapié en lo ‘recreativo’, la idea de un espacio que no se limite a impartir conocimiento, sino que promueva la expresión de otras cosas: “Con mi compañera tenemos la misma línea y coincidimos: no queremos que aprendan técnica, o historia del arte. Nos interesa que sea realmente recreativa, entonces tratamos de que abarquen distintas cosas: hacemos un día collage, al otro día técnicas mixtas… Hacemos muchos trabajos grupales, en eso también hemos coincidido las dos, en que está bueno esta cosa de que el conocimiento pueda ser compartido, así si uno sabe dibujar mejor el que no se ve como más apoyado en él.” explica.
A pesar de la libertad para trabajar y la buena respuesta de los chicos a las actividades propuestas, el trabajo en los barrios dista de ser una tarea sencilla. Los problemas infraestructurales, como la falta de agua, luz o de un espacio adecuado para los talleres, sumado a otros factores, como la droga y la violencia, complican aún más el panorama.
“En Costanera Norte, por ejemplo, es una zona complicada. El espacio físico en el que hacemos los talleres no es la casa sino el ex centro vecinal que está destruido. Realmente remarla en ese ambiente es lo más feo de todo: llegás y no te dan ganas de estar en ese lugar, pero te mentalizás en que lo mismo se pueden hacer cosas y le das para adelante”, dice Flores y explica que a pesar de estas dificultades existen también grandes satisfacciones: “Hay gente que me dice que deje de hacerlo porque te consume, y es verdad: mi trabajo no termina ahí cuando me voy sino que muchas veces llego a mi casa y estoy de cama. Es muy agotador pero también es muy lindo. La relación con los chicos es buenísima, de mucho afecto: vas una vez a la semana y llegás y se te cuelgan, te abrazan, te cuentan sus cosas”.
La realidad a menudo desafía lo aprendido y se hace necesario plantear otras estrategias. Según Fernanda, se trata de “un aprendizaje que es una praxis: lo aprendés cuando lo hacés.” Y agrega: “Una llega con todo un bagaje de cosas y de teorías que después, cuando estás ahí, te das cuenta de que es muy difícil trabajar. Pasan cosas terribles pero eso se va trabajando. Yo por ahí tengo algunos ejercicios que son disparadores porque trato de no quedarme en la técnica del arte y que aprendan un color o a dibujar, sino también ir sacando otras cosas. Para mí el arte es una herramienta más.”
Aunque artista, la voluntad de Fernanda de seguir como tallerista de La Casa del barrio, no parece tener nada que ver con un mero ‘amor al arte’: “Desde que empecé a enseñar, que fue en otro barrio, me di cuenta de que era como una vocación, además soy militante, entonces sentía que era una herramienta buenísima para generar cosas en el barrio, para subvertir discursos”. Esa vocación y la convicción de que a través del arte es posible crear un espacio de expresión y de transformación, es la que lleva adelante este proyecto. Estos talleres, sin verticalismos ni jerarquías, se plantean como ámbitos de construcción del conocimiento en que los talleristas comparten algo de lo que conocen y aprenden otro tanto de los chicos asistentes.