A debatir la cultura
“Hijo mío, vigilia azul/ no lo quiero de campaña/ que la caña me lo traga/ igual que a mí, igual que a mí”, dice un poema de Ariel Petrocelli dando cuenta del sufrimiento del zafrero tucumano. Fabiola Orquera, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), sostiene que en la base de las producciones culturales hay una historia profunda de las culturas de Argentina que tiene que ver, incluso, con la producción económica. “En Tucumán eso está claro. La cultura del Siglo XX está atravesada por la cultura azucarera. Si vas a Santiago vas a encontrar la cultura del quebracho, en Jujuy todo lo que tiene que ver con el minero”, cuenta y con ello deja sentado que detrás de cada producto cultural hay una historia que debe contarse, conocerse. Cada producto “habla de lo que nos pasa a nosotros como argentinos”.
Argentina es un país extenso. Atraviesa varias latitudes, zonas climáticas, tipos de producción y, por ende, varios tipos de cultura. Por este motivo, dice Orquera, es necesario un concepto de geo-cultura. De lo que se trata es de precisar la importancia de hablar de culturas en plural, no ya de un concepto tomado como algo homogéneo. En cada barrio, en cada localidad, desde la montaña a la ciudad, la cultura es el cimiento que da vida a los sentires de cada comunidad. Y aquí se habla de culturas no como aquel fenómeno de consumo masivo, sino como el resultado de las formas de vivir e interpretar el mundo, las maneras de significar las prácticas de los pueblos.
A nivel nacional se está debatiendo el anteproyecto que tiene por objetivo crear una Ley Federal de Culturas. Esta iniciativa pretende ser un instrumento de redistribución de la riqueza de los bienes culturales materiales y simbólicos. Una deuda de las políticas de Estado implementadas hasta el momento en materia cultural. El problema radica en que existe una centralidad que, como en tantos otros ámbitos, está dada por Buenos Aires. “La producción de cultura y arte en nuestra provincia es muy rica. Escuelas de arte y música hay muchas, pero hay una fuga de talentos hacia Buenos Aires que es tremenda”, reflexiona Sergio Guerrero, músico tucumano. En el imaginario, pero también en la práctica concreta, Buenos Aires se convierte en el horizonte donde están las oportunidades. Artistas y productores culturales migran a esa ciudad buscándolas. Y muchas veces, esas oportunidades no se traducen en la ocasión para construir un capital cultural que sea inclusivo de todas las regiones y la multiculturalidad que ello implica.
“La cultura tiene que ser multicentral”, asegura Orquera. Esta multicentralidad de la que habla la investigadora está íntimamente relacionada con la necesidad de rescatar y poner en valor cientos de expresiones culturales que por no cumplir con los cánones académicos o los mandatos de Buenos Aires, no son reconocidas, no son puestas en valor. Basta pensar en cuántas coplas se han perdido, o que habiéndose recuperado, las pocas (o nulas) editoriales que están dispuestas a publicar un libro sobre ellas porque no constituyen productos “vendibles”. Atahualpa Yupanqui, al pensar en Argentina, decía que hay tres paisajes sobre los que se construye la cultura del país: la selva, la pampa y el ande. Pero, tal como señala Fabiola, pareciera que aún está presente ese estigma de que “lo se hacía acá era bárbaro o que había que hacer como Buenos Aires para no ser bárbaro y cumplir con el mandato sarmientino”. El mayor obstáculo, lejos de ser la producción, es romper con la idea sembrada por Sarmiento donde civilización es todo aquello que se acerca a lo europeo mientras que barbarie está relacionado con lo popular, siempre cargado de una simbología indígena.
“El principal punto a discutir es el económico”, señala Orquera. Descentralizar y propiciar una mejor distribución, no solo de lo económico sino también del flujo de productos desde diversos puntos del país se convierte en el eje central a trabajar. El Estado, en este sentido, deberá tomar en sus manos una tarea que hasta el momento no ha realizado. “Lo que hay que hacer es empujar para que sea más equitativo, sobre todo para cambiar el imaginario”, dice respecto a la predominancia de ciertas líneas teóricas y gustos que vienen impuestas desde afuera y se arraigan en los pueblos desde la educación más básica.
El debate está en curso. Los sectores populares deberán dar la batalla para que este proyecto no solo sea un texto ideal. La inclusión, como en la mayoría de los casos, deberá ser peleada en la calle. Porque allí es donde la cultura se hace. Allí es donde los derechos se ganan.