De los escombros a la creación
Villa 9 de Julio. A unos 50 metros del llamado “fortín” de ese antiguo barrio de la ciudad de San Miguel de Tucumán, se levanta orgulloso un edificio rojo. “Casa de Teatro”, se lee en la puerta entrada. Durante la década del 30 del siglo pasado, en ese lugar funcionaba una fábrica de sodas. Hoy conserva el nombre de aquel emprendimiento, pero La Sodería ya no es una fábrica, sino un lugar donde el teatro tiene entidad propia. Un lugar donde los sueños se hacen carne y donde la resistencia es el eje que guía la lucha de un grupo de personas para quienes el arte, en todas sus manifestaciones, no se negocia.
Era el año 1994 y en Tucumán el genocida Bussi había sido electo gobernador por el voto popular. El terror de la dictadura aún se sentía en la provincia. El teatro, en particular, y el arte, en general, eran objeto de censura. “Se habían cerrado muchos espacios independientes. Para presentar una obra había que hacerlo en una sala oficial. Tenías que presentar el libreto para ver si ellos te lo censuraban o no”, recuerda Teresita Guardia, una de las fundadoras de La Sodería. Esta situación fue el puntapié para que un grupo de artistas se organizara y decidiera generar un espacio donde la libertad sea la condición necesaria para construir, donde las fronteras no existan. Así fue como recuperaron el edificio que pertenecía a la familia de uno de los integrantes del grupo. El edificio sufría las marcas del tiempo y pronto sería rematado por el estado de abandono en el que se encontraba. Las denuncias de los vecinos llovían porque la basura se iba comiendo el predio. Con el trabajo y la dedicación de un grupo de soñadores y luchadores, los escombros se convirtieron es ese “ser teatral que nos mantiene en permanente estado de creatividad”, como lo describe Yesika Migliori, otra de las gestoras de La Sodería.
En los primeros años la resistencia se encontraba no solo desde cúpulas oficiales de un gobierno hostil, sino también en el barrio. Los vecinos de Villa 9 de Julio denunciaban, ante el desconocimiento, que en ese lugar funcionaba una secta. “Los vecinos sentían gritos de los ensayos y pensaban que hacíamos sacrificios de niños”, cuenta con gracia Teresita, quien a modo de anécdota recuerda la vez que la presidenta de la comisión vecinal llegó acompañada de la policía y el cura de la zona para revisar ese lugar que resultaba tan extraño, en ese barrio donde poco y nada se conocía sobre la creación artística.
De a poco fue cediendo esta resistencia que, según Teresita, tenía que ver con el miedo que había sufrido la población durante la dictadura. Los vecinos, a pesar de no tener una participación concreta y sostenida en las actividades que se realizan, se han acostumbrado al espacio. Las propuestas que realizan desde la Casa de Teatro son recibidas con alegría. “A veces pasan carritos tirados por caballos y se paran a ver las funciones. Es muy emocionante”, cuenta Teresita respecto a las actividades que realizan en la ochava con el objetivo de sumar al barrio.
La construcción de un espacio independiente como La Sodería no es tarea fácil, más cuando son pocas las políticas públicas que se implementan para darle empuje a la tarea. El sostenimiento del emprendimiento es autosustentable. Si bien reciben el apoyo económico del Fondo Nacional de las Artes, las mayores entradas se producen a partir de la organización de eventos musicales y teatrales. Hace unos años, el grupo de gestión decidió renunciar al subsidio que por ley les corresponde desde Cultura de la provincia. La renuncia, tal como explican Tere y Yesika, significó un afianzamiento ideológico del grupo. La medida se tomó como reclamo por el nombramiento de Mauricio Guzmán al frente del Ente de Cultura de la Provincia. Funcionario que, según contaron, formó parte del gobierno de Bussi, genocida condenado por delitos de lesa humanidad.
Más allá de las peripecias por las que tuvieron que pasar a lo largo de los 20 años, La Sodería resiste y la construcción es permanente. Como una gran obra, las escenas se estructuran a partir de recuerdos, de sensaciones, de cuerpos, de nostalgias, de llantos y de alegría. Ingresar a La Sodería es entrar a un mundo donde lo abstracto adquiere entidad y donde lo concreto se respira en el ambiente. La Sodería son los escombros que resurgieron para dar vida al arte independiente en Tucumán. Un espacio mágico. Un espacio de sueños.