La Pachamama taficeña
La gente salía a trabajar, los niños iban la escuela, todos querían aprovechar al máximo los días soleados. Sofía salió con su abuela Inés a comprar botones en La Chiquita, una vieja mercería de la ciudad. Sus antiguas instalaciones se vistían de altos estantes de madera vidriados, repletos de mercadería que ya no se produce pero que sirve para sacar de apuro a más de uno. Mientras bajaban por la avenida Leandro Alem de Tafí Viejo, tapadas por la sombra de los tarcos, iban saludando a los vecinos. “Buen día, señora”, le dijo una mujer a Inés. En el 2002 solía ser muy común que la gente se saludara por las calles, por más que ni se conocieran. “¿Quién es?”, preguntó Sofía. “Ella es la Nina Velardez, seguro bajó del cerró para hacer las compras del mes”, respondió su abuela. El rostro de Sofía se llenó de curiosidad y apuró el paso. Quería ver a esa misteriosa mujer de la que escuchó hablar desde pequeña. Mujer que creció en las yungas y echó raíces para cuidar los cerros.
Después de tantos años, Sofía por fin vio el rostro de La Nina y era como se lo imaginaba. Estaba repleto de pliegos profundos, moreno y quebradizo como tierra seca, nevado por un manto de cabello blanco. Petrona Lucinda Velárdez era su verdadero nombre, descubrió Sofía. Su abuela le contó que, desde los cinco años, vivió en la cumbre de los cerros de Tafí Viejo, a 250 metros de altura. Al igual que Sofía, son muchas las personas que oyeron hablar o conocieron a la Nina Velárdez. Hace algunas semanas, varios taficeños se juntaron a recordarla porque se cumplía un nuevo aniversario de su nacimiento. Pero ella ya no estaba; falleció el 28 de septiembre del 2013. Su abuelo, don Toribio Velárdez, cuidaba ganado y cuando se enfermó su familia se hizo cargo del cuidar el puesto. Fue así como Nina llegó a los cerros para cuidarlos y trasmitir su amor por ellos a todos los que la visitaran.
“La Nina para mi es mi segunda madre, yo la represento como la madre naturaleza”, cuenta Freddy Carbonel. Él la conoció cuando tenía 13 años, pero fue en los años 80 cuando llegó a conocer la profundidad de su persona. Por entonces comenzó a subir a la cumbre del cerro porque tenía un compromiso latente dentro de él, compromiso que Nina se encargó de sacar y convertirlo en un objetivo de vida: militar para proteger el medio ambiente. A través del arte de las cámaras, Freddy registró la belleza y la importancia de la flora y fauna del lugar para el planeta. Nunca se olvidará el día en que subió con el equipamiento de noche y lo sorprendió una tormenta. Llegó al Puesto Velárdez y la hospitalidad de Nina fue la de siempre. “Me dio ropa seca y mate cocido con alpamato”, recuerda con añoranza.
La casa de Nina era sencilla, rodeada de árboles, gallinas y vacas que pastaban en la montaña. Cuando un visitante llegaba, lo primero que hacía era ofrecerle unos ricos mates. Quienes los probaron aún no pueden descifrar qué hierbas perfumaban y saborizaban la infusión. Su cocina estaba refleta de ollitas viejas de aluminio, manchadas por el humo de la leña con la que cocinaba a diario. Allí nunca faltaba comida, Nina siempre tenía algo para los visitantes, que para nada eran esporádicos. Por el año 2002 era común entre los estudiantes secundarios emprender la aventura de subir al cerro para compartir el fin de semana con ella. Hasta había chicos que salían del colegio a las 19 y emprendían viaje de noche. Por entonces ya era una leyenda viva.
“Hubo muchos montañista o vecinos que iban y se aprovechaban del cariño de la Nina. Pero éramos muy pocos los que pensaban, por ejemplo, que necesitaba una vivienda digna”, explica Freddy. La vivienda de la Nina era sencilla, pero también precaria. No tenía luz, red de agua potable, gas natural, ni ningún servicio que le brindara una mejor calidad de vida.
Los años pasaban y eso se notaba en la salud de Nina, ya no era la niña que llegó al puesto cuando tenía 5 años. No se casó ni tuvo hijos y comenzó a quedarse sola. En el año 1995 decidió bajar el puesto a los 700 metros de altura. Con la ayuda de algunos taficeños logró trasladar lo que tenía 500 metros abajo. Entre ellos estuvo Freddy, que recuerda lo difícil que fue bajar las cosas y construir la nueva vivienda. El destierro se repitió en el 2007 cuando se enfermó y trasladaron su casa a la altura de la Hostería Municipal Atahualpa Yupanqui. “Iba con su botellita de agua cuesta arriba porque no tenía agua potable en su casa. Y nadie de nosotros se dio cuenta de hacerle la instalación del agua. Creo que es cuando ella sintió el abandono”, cuenta Freddy.
La Pachamama taficeña se desvanecía en medio del monte. Sola y olvidada por la sociedad que la que convirtió en leyenda. Solo unos pocos la acompañaron en su último tramo de vida. Sin embargo, los años la revivieron con el recuerdo del pueblo que lamentó su partida. Porque no hay taficeño que no sepa hoy quién es la Nina Velárdez. Porque, como dice Walter Flores, “uno extraña esas cositas llenas de humildad, llena de esos olores y gustos particulares. Pequeñas cosas que hacían a ella. Nina tenía un ser especial y mágico”.
La vida de la Nina se convirtió en parte de la cultura de Tafí Viejo. Músicos y poetas como el Yanqui Molina, Gastón Pourrieux, Martín Correa, Marcelino Sánchez y Luchín Jurado se encargaron de plasmar su recuerdo en obras que perdurarán por siempre. Porque su memoria seguirá viva acariciando a su pueblo.