Talco, serpentinas y baile: cómo tres personas ciegas vivieron el carnaval jujeño
A más de 3.000 metros sobre el nivel del mar y bajo un cielo despejado, una multitud de personas se arroja nieve y talco, como en una batalla amistosa. Algunos se colocan serpentinas como collares y hojas de albahaca como adornos justo detrás de sus orejas. Son las 19, el sol cae y la localidad de Humahuaca (Jujuy) está tomada. Nunca el pueblo recibe tanta gente como en esta celebración popular. Se escuchan risas, música, baile y cantos.
Sobre la montaña, al costado del imponente Monumento al Indio Americano, una multitud aguarda expectante el desentierro del diablo (o pujillay) organizado por la comparsa “La Diablada”, una de las tantas que se preparan todo el año para este momento. Entre la exaltación colectiva, dos mujeres y un hombre -los tres con bastones guía- se toman de los brazos para mantenerse firmes en el terrero irregular: los tres son ciegos.
Un pequeño muñeco de trapo es extraído del mojón (montículo de piedras) y el carnaval por fin comienza. Hombres y mujeres sienten el frenesí, ya no hay distinción entre el bien y el mal y los deseos antes reprimidos son liberados. Está permitido beber sin moderación y divertirse con desenfreno: los diablos andan sueltos.
Se escuchan los explosivos que anuncian el desentierro, el griterío de los diablos disfrazados que salen entusiastas a bailar y el carnavalito interpretado por tambores, erkenchos y anatas. La alegría es inmanejable: mucho tiene que ver el efecto del vino.
Luisa Flores está sosteniendo su bastón y pide que les tomen una foto junto al espectáculo del desentierro. “La quiero para mandarla a mi familia”. La acompañan su novio Félix Pareja y su amiga Soledad Torres. “Amo coleccionar fotos a pesar de no poder verlas, porque después se las muestro a todos mis conocidos”.
Baile, comparsa y tentación
A todo ritmo. O, como dice Luisa: ATR. Los tres recorren el pueblo junto con La Diablada; lo hacen un poco inclinados y pegando saltitos, como se baila el carnaval, y siempre sujetándose de los brazos. Hasta que, finalmente, llegan a “la invitación”, como suele decirse a los hogares que reciben a las comparsas y les ofrecen bebidas -chicha o saratoga- y música hasta el amanecer.
Para esta mujer salteña de 50 años nada es un obstáculo. Vive en Buenos Aires y cuenta que recorre las calles y trenes cantando y tocando la guitarra con la libertad de una “trotamundo”, como se denomina a sí misma. Lo mismo le sucede con el carnaval: “No necesitamos a nadie que vea. Venimos y compartimos. Es necesario que la gente acepte a personas con bastones”.
La mujer no duda, como puede confirmarlo su pareja de la capital jujeña, Félix: “yo estaba muy indeciso, que voy, que no voy, cualquier cosa me vuelvo, decía”. Luisa le reclamó: “No voy a viajar 2.000 kilómetros para perderme esto”. Ninguno de los dos conocía el carnaval jujeño.
La pareja llegó a Humahuaca el viernes 21 de febrero con la intención de volverse el 22. “Después postergamos un día, otro más... y todavía seguimos acá. No nos vamos a volver más -dice Luisa entre risas- ¡ahora queremos ver el entierro (del diablo)!”.
Quien incitó a Luisa a participar de la fiesta más grande del norte fue su amiga, la coplera humahuaqueña de nombre artístico Soledad Torres. La mujer de 60 años había dejado de concurrir al carnaval cuando murió su hermana, quien la ayudaba y guiaba. Cuando su amiga dio el sí, todo fue un camino de ida: “Nos pasamos todo el tiempo saliendo los tres, no desperdiciamos ni un día -comenta, sin disimular su alegría-. Yo le dije (a Luisa) quedate un día más, después un día más, un día más, y bueno, ahora se van después del entierro”.
Las mujeres y el hombre no han dejado de festejar. Dicen que cada mediodía se acercan a cualquier comparsa y la acompañan a las distintas invitaciones bailando al ritmo de la música; vuelven a dormir a la medianoche.
Se han unido no solo a la comparsa La Diablada, sino también con La Unión y La Juventud Alegre, y comentan que ahora van por Rosas y Claveles. “Vamos a disfrutar hasta el último día”, sostiene Soledad. Según Félix, maestro de braille y músico de 46 años, no poder ver no le impide realizar las cosas que le gustan. “Espero que se visibilicen a las personas con discapacidad y que haya más inclusión”.
El “domingo de tentación” es el día que se enterrará el diablo y con ello concluirá el carnaval. Esto será el 1 de marzo, y su nombre hace referencia a las últimas oportunidades para liberar los sentidos y hacer caso a los impulsos festivos.
El pueblo donde surgió la tradición de disfrazarse de diablos esperará hasta el año siguiente para compartir, nuevamente, esta festividad a cielo abierto. “En Humahuaca se dice que viven de fiesta, es un pueblo de mucha alegría. (A las personas ciegas) que no se animan a venir les diría que vengan, que se diviertan. Es lindo -describe Soledad-. No se van a olvidar nunca de esto”.