La casona de Tucumán resiste
Hay huellas del pasado que hablan de un modo ser, de una identidad, de errores y de aciertos. Esas huellas se encuentran a través de lecturas por parte de la arquitectura u otras formas de arte. Se encuentran a través de piezas que no pensaban ser un puente de acceso cuando fueron construidas. Piezas que se revaloran con el tiempo, no solo por su belleza estética, sino por lo que dicen con el paso de los años. De eso se trata la preservación del patrimonio de un lugar y sobran las razones para explicar por qué es importante para una sociedad determinada cuidar esas huellas del pasado.
La Casa Sucar, ubicada en la avenida Salta 532 de San Miguel de Tucumán, forma parte del patrimonio histórico de la provincia y representa esa huella. En la actualidad la casa conserva la arquitectura de principios del siglo XX y mantiene el diseño arquitectónico de la época en el que participaron el granadino Luis Lucena y dos artesanos italianos, de apellido Perinotti y Colotti. Sin embargo, la empresa Viluco S.A, actual propietaria de la casona, quiere demoler el inmueble y desde el año 2012 solicita los permisos correspondientes a la municipalidad de San Miguel de Tucumán para que autoricen el derribo.
Esta casa se construyó en 1923 y perteneció a la familia Barbieri hasta 1939, cuando fue adquirida por Musa Salim Melhem. Luego perteneció a la heredera Hortencia Melhem de Sucar, de allí que recibe su nombre como Casa Sucar. En 2003, la propiedad fue adquirida por Vicente Lucci, quien restauró la casa y la destinó a la fundación Lucci. El valor cultural que tiene esta mansión llevó a la municipalidad a proponer el intercambio de la casa por otro edificio del mismo valor y a la presentación de un proyecto de ley por parte de legisladores de la Unión Cívica Radical para expropiar la casa. Por otro lado, la Sala 3 de la Cámara en lo Contencioso Administrativo solicitó al municipio la expedición ante el pedido de autorización para demoler la casa que realizó la empresa propietaria.
Las columnas, los ventanales, las escalinatas y el verde terreno de 24 metros de ancho por 75 metros de largo hacen particular a esta obra arquitectónica. Desde un punto de vista tipológico, la forma en la que está organizada la vivienda es distinta al resto de las casas de Tucumán por mantener un estilo de villa suburbana sobre un terreno urbano. Cuando la vivienda fue construida, su fachada apuntaba al boulevard Salta, un espacio de doble circulación con mucha presencia de verde en la platabanda central y la vereda. A su vez el estilo de la casa sigue la línea del modernismo catalán y se despega de las tradicionales viviendas francesas que poseían las familias de alto poder adquisitivo de la época. Esto hace que la ornamentación se sustente en una estética de estilo vegetal, propio de la versión española del modernismo. Además, la forma en la que esta casa se ensambla con otras viviendas de la zona constituyen un sector urbano de cualidades paisajísticas orientales extraordinarias, al mantener la relación con el verde y el carácter de villa suburbana.
A esto se suma la identificación de la sociedad con esta casa. Se podría decir que la casona de los Sucar se ganó el cariño de los tucumanos y eso llevó a que organizaciones no gubernamentales, artistas, intelectuales y personas particulares se manifiesten en contra de la demolición. Desde que se conoció en 2012 la orden para derrumbar la casa, diferentes grupos de la sociedad civil se movilizaron para impedirlo. “Con un grupo de compañeros nos reunimos y dijimos ‘tenemos que hacer algo público para que se vea y se empiece a hablar de esta temática’”, dice Aída Navajas, arquitecta que forma parte del grupo Tucumanos a favor de la Casa Sucar. Este grupo lucha por la expropiación de la casa y la instalación de un centro cultural en el edificio histórico. “No es solo patrimonio, es identidad y educación ciudadana”, rescata Aída. Y es justamente eso lo que hace que la casa sea el emblema de la lucha por la defensa del patrimonio. El desarraigo al que se obliga al ciudadano y el avance de las grandes empresas que no tienen en cuenta lo que puede representar un espacio, un territorio, una casa. “La Casa Sucar más que un símbolo es la excusa para empezar a hablar de, para empezar a pensar en. Para que abramos los ojos sobre el avance constructivo desmedido. No estamos en contra de las empresas privadas, pero necesitamos que un código ordene y planee la ciudad coherentemente”, define la arquitecta.
El grupo se organiza en plenarios y en comisiones para que todos los martes se realicen movidas culturales en la puerta de la casa que visibilicen la causa. “Cada vez se necesitan más espacios y cada vez hay más demolición”, dice Aída y hace referencia a la situación que se vive en El bolsón donde el gobierno nacional le cedió a una empresa extranjera territorios de un sitio nacional protegido para la construcción de viviendas. “En Tucumán no son cedidas pero esta todo entonado, lo político con lo empresarial. No hay una ordenanza, una regulación o un código de edificación que evite que se lleven a cabo este tipo de avances que destruyen sitios con valor. Por supuesto que hay edificios no tienen valor, pero hay que empezar a instruir sobre los sitios que sí tienen valor ambiental, identitario y cultural”, explica Navajas. El objetivo es que la población conozca la casa, la historia y la importancia, por eso la protesta, el ruido y la intervención. Para esto convocan a artistas tucumanos, que se familiaricen con la causa, a participar de esta movida cultural todos los martes a las 20 horas. Solo tienen que mandar un mensaje a la página de Facebook Tucumanxs a Favor.
Mientras la empresa Viluco grupo Lucci piensa en incrementar sus negocios, la Casa Sucar resiste a las embestidas con el clamor popular y continúa en pie. Con aguante. Con el sentido de pertenencia de cientos de tucumanos que dicen no al derrumbe de la historia, del patrimonio, de la educación, de la cultura y de la identidad de esta sociedad.