Crisis de ansiedad: “la fragilidad es real”
“Cuando te dan una licencia porque estás sufriendo por ansiedad, a tus colegas o a la sociedad, puede parecerles una exageración. Es la idea de que ‘todes estamos en una’. Y subestiman el dolor”, expresa Belén Barral, de 35 años. Conocida también como “Bello Abril”, es una joven de la capital tucumana que sufre crisis de ansiedad y que en ocasiones utiliza sus redes sociales como medio para canalizar sus miedos y preocupaciones. “Después de la pandemia explotaron los casos de ansiedad. Y están vinculados con la incertidumbre, con vivir una situación nueva. Es normal que aparezca este tipo de problemáticas una vez que ha cambiado tanto la cotidianeidad de las personas”, señala Benjamín Azar, psicólogo y becario de Conicet, perteneciente al Centro de Estudios y Acciones en Salud Mental y Derechos Humanos (CEA).
Barral es licenciada en Ciencias de la Educación y docente de Filosofía. Tiene múltiples dedicaciones diarias: trabaja en cuatro escuelas secundarias de la provincia, también en plataformas de formación en dos universidades nacionales y se especializa en Educación Sexual Integral (ESI). Disfruta de sus tareas: “me encanta la educación, enseñar, maravillarme, aprender de les chiques”, sostiene. “Aunque también es una burocracia tremenda”, agrega.
Resuelta, con una dicción clara, llena de muecas y gesticulaciones, denota gran expresividad, la cual deja apreciar su vocación docente. Y cual pedagoga, es cuidadosa con los conceptos y representaciones que hace. Describe a sus crisis como situaciones límites: “llega un momento en que no podés más. Y te ves desde afuera… porque es muy difícil participar del mundo, hay que tener cierto grado de imaginación para seguir”.
Según los estudios académicos, la ansiedad es una respuesta emocional ante situaciones que se consideran amenazantes para la persona. Sin embargo, a veces se vuelven repetitivas y abrumadoras, por lo cual requieren de atención profesional. El psicólogo Azar explica que “es una manifestación de la angustia” y añade que está muy vinculada a los tiempos actuales. “Su dimensión es política; vivimos en un momento en el hay que hacer valer los tiempos, con mandatos de la productividad, vivir de manera acelerada y preocupada”.
Bocinas, ruidos de construcción, la burocracia de las escuelas, los tiempos apresurados, los mensajes como avalanchas, la demanda laboral a deshora: son una cotidianeidad para Barral. Y sostiene que su caso no es especial ni único: “esto es un síntoma del mal vivir”. Y no duda en remitir a los efectos de la pandemia en su vida: “el encierro me hizo muy mal. En mi forma de transitar, me llevó a situaciones de mucha bruma, con pensamientos que me impedían accionar. Y como docente era híper difícil; me llamaban a cualquier hora, de repente todo el mundo tenía mi número de celular y cada escuela se manejaba de una manera distinta en la virtualidad. Y toda esa información, sumada al encierro, al miedo a la enfermedad, también llevó al miedo a la muerte. Se hizo un combo que me llevó a pensamientos fatalistas, solo podía estar alerta permanentemente e incapacitada para responder a 10 millones de estímulos”, detalla.
Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hubo un 25,6% más de casos de ansiedad en el mundo solo en 2020. Con la exigencia de mayor eficiencia, con imposiciones que promueven el exitismo, una crisis mundial y las ideas de ser positivxs a pesar de las dificultades, muchas personas llegan a los estados de ataques de pánico, fobias y otras crisis de la ansiedad, que a veces culminan trágicamente.
Sin dejar de cebar el mate que trajo consigo, Barral se explaya como si estuviera ante una clase. No expone ideas de memoria: las problematiza. ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué mal vivimos? ¿Por qué yo vivo esto? ¿Por qué podrías vivirlo vos también? ¿Cuál es el transfondo político? No deja de cuestionarse y proponer formas amables, sanas, responsables, de incorporar estas preguntas y permitirse responderlas. “El mundo, en plena pandemia, simulaba que tenía que seguir como si nada: ¡eso es una locura! No que la gente haya estallado en crisis de ansiedad”, exclama.
La salud mental también es política y social
Según Azar, es importante diferenciar entre las enfermedades del cuerpo y las de la mente, ya que las primeras se encuentran atravesadas principalmente por cuestiones biológicas, mientras que las segundas están muy determinadas por los procesos sociales y políticos. “Hasta la década del 80 se pensaba que la homosexualidad era una enfermedad y gracias a los movimientos sociales eso cambió”, señala. Por otra parte, expresa: “antes se hablaba de ‘enfermedades de salud mental’, pero después se pensó que el concepto no era preciso y además era estigmatizante”. Así, se optó por la denominación “trastornos”. Sin embargo, el especialista explica que el término hoy también es cuestionado: “la palabra proviene de la psiquiatría biológica estadista, emparentada a los manuales diagnósticos DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, en castellano). Y la base económica e intelectual de estos manuales está vinculada a las grandes farmacéuticas. Es polémico porque cada vez hay más trastornos descriptos. Y no se trata de descubrimientos, sino que a determinados sectores les sirve que existan más diagnósticos, sobre todo a los que están vinculados a la creación de determinados medicamentos”, declara.
Es por eso que algunos profesionales prefieren hablar de crisis en lugar de enfermedades o trastornos. Los describen como estadíos, y estos no definen a la persona, se trata de vivencias angustiantes, pero también transitorias y modificables. Lo importante, dicen, es entender que la gente sufre.
Transitar ese dolor también es una cuestión de clase, según Barral. Su visión militante y académica no queda afuera a la hora de analizar la realidad: todo, según ella, está atravesado por una sociedad repleta de desigualdades: “eso hace que algunos vivan mal, otros mejor y otros excelente”, interpreta. “Hay precarización y una exacerbación de esa vida que trajo la pandemia: angustia, no llegar a fin de mes, la hiperinflación, tener trabajos horribles o estar pensando que te vas a quedar sin trabajo, ir al super y la vivienda que es difícil de acceder. Es un mal vivir estructural”, sostiene.
Según la OMS la pobreza y las presiones socioeconómicas generan riesgos en el bienestar mental de las personas. Por eso y otras razones, es importante una mirada integral sobre la salud de la mente y es responsabilidad del Estado garantizar su cuidado. En Argentina, la Ley Nacional 26.657 de Salud Mental, establece que todas las personas con padecimientos mentales tienen derecho a ser atendidas por un equipo interdisciplinario, y en ese sentido, los centros de salud y hospitales son los encargados de brindar esa atención. “Poder convivir con las crisis es tener recursos, terapia, contención de gente. Yo tengo la suerte de tener recursos y la posibilidad de pensar en el malestar, pero hay un resto de la sociedad que también lo necesita y no puede porque el turno se lo dan de acá a meses”.
Por otra parte, las personas con este tipo de padecimientos tienen derecho a no ser discriminadas, según la ley. Cuando el manejo de la información se realiza de manera sesgada y poco empática, las personas que padecen sufrimientos mentales, pueden sentirse muy afectadas e incomprendidas. Barral explica que, en su caso, a veces siente culpa. “A veces me da culpa de que me vean caminando en la calle. Si vos no estás rengueando, toda demacrada y despeinada, no te creen que estás mal”.
Para el psicólogo, a pesar de la desinformación reinante en torno a la salud mental, la ansiedad es la problemática de la que más se habla. “Lo importante es hablar de estos temas y dejar de avergonzarnos. Todes hemos tenido ansiedad y eso debería hacer que sea más fácil entenderla”.
No es fácil animarse a hablar ni mucho menos pedir ayuda. Existe una serie de estigmas que precisan ser derribados. Como a Barral las imposiciones sociales poco le importan, según dice, utiliza sus redes para visibilizar la vulnerabilidad y clarificar conceptos en torno al tema. “El malestar es la consigna que hay que pensar. Y hay que hacerlo sin caer en los discursos de la alegría, en la dictadura de la felicidad, como le llamo yo. ‘Abrazá el árbol, pensá en positivo, todo te va a llegar, pedíselo al universo’”, dice, repitiendo aquellos slogans que, asegura, no ayudan absolutamente en nada.
Es consciente de que su activismo aporta a la la construcción de una red que elige llamarle comunidad. De esa forma, algunas personas se animan a enviarle mensajes contándole que son usuarias de tratamientos de la salud mental y/o de psicofármacos, sabiéndose comprendidas. “Hacer comunidad es abrazador, poder nombrarnos sin sentirnos distintos es abrazador, como también poder hacer redes afectivas de contención e insistir en que la fragilidad es real. Y eso es lo que somos: más o menos frágiles”, finaliza.