El Uruguayo
Por Marcos Escobar
Arrancamos al mediodía caminando para El Remate. Vimos al grupito de rosarinas que habían armado la carpa al lado de la nuestra esperando el bondi para cruzar Los Zazos hasta la cascada. El Colmena y yo éramos los únicos dos tucumanos del camping, así que se nos acercaron a preguntarnos si sabíamos cuánto tardaba el colectivo en llegar, si cobraban entrada, si se podía comer. Les proponemos ir caminando para disfrutar del paisaje y la tarde, y después volvernos juntos.
Mi amigo les cuenta la historia del pueblo, de Tucumán, les recomienda lugares para conocer más al norte, les recomienda también bares para salir a comer a la noche y después habla de El Remate, que la mejor hora para meterse era al mediodía porque la cascada estaba metida dentro de la montaña y justo a esa hora el sol entraba derecho y calentaba el agua, que si no, era helada. El Colmena no para de hablar, les propone comprar fiambre y panes para comer unos sánguches. Una de las changas le dice que es vegetariana y mi compañero baja un par de cambios la intensidad.
Caminamos medio kilómetro pasando la curva donde empieza la ruta para llegar al Remate. Las wachas caminan a paso militar porque tiene planeado ir a conocer la cascada y volver al pueblo a la tarde para poder ir al museo y nosotros avanzamos como podemos con tres resacas encima. A la altura del taller mecánico nos cruzamos con un uruguayo y un cordobés que vienen caminando con toda la paja del mundo. Los dos están vestidos iguales, camiseta y short de fútbol, la gorra para atrás y anteojos de sol, el uruguayo con camiseta de Peñarol y el cordobés una camiseta de Belgrano con la cara de Rodrigo estampada al frente. Mientras caminan, el uruguayo ceba mates sin frenarse, hace un solo movimiento con el termo que lleva enredado debajo del brazo izquierdo, tira el hombro hacia adelante y el agua sale del Lumilagro derecho al porongo que tiene en la mano del mismo brazo. La derecha le queda libre y la usa para gesticular la sartenada de huevadas que habla sin parar. Cuando pasamos al lado le ofrece un mate justo a la vegetariana del grupo, no se lo acepta, pero las changas se ríen tanto de la escena que terminamos caminando en grupo.
Para el Colmena y para mí, que somos los aventureros de Villa Luján porque nos gusta viajar a Amaicha cada tanto, Uruguay es lo mismo que Narnia. El uruguayo nos cuenta que su papá tiene un termo al lado de la cama porque si se levanta para ir al baño aprovecha y se toma un mate antes de volverse a dormir, y que él puede andar en bici cebando con un solo brazo.
La vegetariana y su amiga estudian producción audiovisual, viajaron al norte para hacer un corto sobre una historia que les contó un salteño que estudia con ellas sobre una llama que se enamora de un Cóndor y que lo persigue por todos los cerros, corriendo cada vez más alto, perdiendo el pelo y quedando cada vez más flaca hasta que se convierte en una vicuña. Su idea era filmar un par de tomas con una llama, después buscar una esquilada y al último hacer una transición a una vicuña. Lo del cóndor les parecía medio complicado, porque no tenían presupuesto para un dron.
Presentaron un proyecto en su facultad, consiguieron una productora para que les bancara los pasajes, le pidieron plata a sus viejos y cuando llegaron a Tafí del Valle se dieron cuenta de que no tenían idea de cómo hacer lo que habían ido a hacer. Así que se fueron del hostel que la facultad les pagaba y se escondieron en un camping. Le dijeron a la familia que la filmación estaba siendo mucho laburo, que seguramente se tenían que quedar un mes más y que necesitaban plata. Todo esto me lo cuenta la amiga de la vegetariana, que tiene un globo de cumpleaños tatuado en el brazo, en lo que tardó en fumarse cuatro cigarrillos caminando por la ruta.
Cuando se les terminó el mes de gracia, decidieron llamar a otra amiga para que se sume al viaje. Era la vecina de la vegetariana y tenía llave del departamento. La vegetariana le encargó que entre, saque una cámara de fotos que tenía guardada para venderla, y que viaje hasta Tucumán con la plata. La vecina vendió la cámara, cambió unos dólares y a los cuatro días ya estaba instalada en la carpa de Tafí del Valle con la vegetariana y la chica del globo.
Como las otras dos ya tenían una cuenta pesada con el camping y la plata de la cámara no era tanta como habían calculado, desarmaron la carpa de noche y se tomaron el bondi que pasa a las 3 de la mañana por Tafí hasta Amaicha.
Habían ido a parar al mismo camping que nosotros porque se acordaban que el dueño del lugar donde estaban les hablaba pestes del chango que manejaba el negocio, así que era imposible que lo llame para preguntarle si estaba hospedando a tres rosarinas garcas.
La vecina se había quedado separada del grupo junto con el cordobés. Venían charlando como tres cuadras detrás nuestro. Escuchamos un grito y nos damos vuelta justo para verlo al chango caerse encima de la rosarina. Volvemos corriendo, le tiramos vientito y el uruguayo le alcanza un mate para tratar de levantarle la presión, pero el cordobés lo saca cagando. Logramos hacerlo caminar hasta la entrada a la cancha de San Ramón y lo sentamos en la puerta de un kiosko para que se tome una coca. La changa del globo tatuado aprovecha para comprar cigarrillos, la vegetariana se compra una tortilla porque no había desayunado —no tengo el corazón para decirle que la hacen con grasa—. Todo el quilombo dura media hora hasta que el chango se compone y podemos seguir viaje.
Logramos llegar a la entrada del Remate, bajamos a la quebradita, el Colmena y yo aprovechamos y nos mojamos el pelo con el agua de la acequia y pasamos el mediodía metidos en el río, tratando de trepar a la tercera cascada y tirándonos desde las piedras hasta donde el agua hace un pozo.
El Colmena está enloquecido con la vegetariana, le cuenta chistes y no para de ofrecerle agua de la botella. El uruguayo y la rosarina con el tatuaje del globo también se tiran onda, la otra, la vecina, está enamorada del cordobés. Lo tiene acostado con la cabeza en sus piernas, le pregunta si no se siente mal de nuevo, y le prepara sanguchitos de queso.
Me voy quedando medio al costado, unido al grupo solamente por los mates que el uruguayo me alcanza compulsivamente. Siento que vamos tomando tres termos aunque en ningún momento lo vi cambiar la yerba. Le pido la mochila para usarla de almohada solamente para poder revisar si no la tiene llena de termos con agua caliente.
Empieza a bajar el sol, el lugar se pone helado y el cordobés tira la idea de hacer un asado en el camping donde estamos parando las rosarinas, el Colmena y yo. La vuelta la hacemos siguiendo la acequia para no caminar la misma ruta de nuevo. Saltamos alambrados y vamos cruzando por el monte hasta que salimos de nuevo a un camino cerca de los piletones desde donde distribuyen el agua.
Bajamos hasta la plaza de Amaicha, la vegetariana se queda cuidando las cosas, el cordobés se va hasta la carnicería con la vecina, el Colmena y yo compramos carbón, verduras y huevo para cocinarle a la vegetariana unos pimientos rellenos. Nos encontramos de nuevo con las chicas y a los diez minutos aparece el uruguayo con un fardo de cajas de Animaná blanco.
Cerca de las 11 ya estábamos con el asado liquidado y con un pedo que se consigue solamente después de insolarse durante varias horas. El Colmena saca la guitarra y toca un par canciones haciéndole ojitos a la vegetariana. El uruguayo parece que alguna cagada se mandó, porque la changa del globo ni lo mira y trata de conversar con la vecina, pero su amiga habla solamente con el cordobés, y el cordobés charla conmigo mientras me pide que le prepare Animaná con Secco limón intenso en una caja cortada.
El uruguayo ya no sabe qué hacer para que la rosarina del globo le hable de nuevo y propone que hagamos un fogón al lado del río. Nos agita y casi que nos hace upa para levantarnos de la mesa de cemento llena de sobras de asado donde estamos sentades. El cordobés se solidariza con su compañero y levanta todo rápido para que podamos irnos.
Caminamos por el medio del monte hasta que llegamos a la orilla. El uruguayo está sacado, corre en la oscuridad juntando ramas, salta por las piedras y arma el fogón en menos de diez minutos. Prende el fuego, empuja unos troncos para usarlos de banquitos y nos sienta alrededor del fuego. La escenografía termina de darle el último empujón al Colmena que empieza a chapar con la vegetariana.
En la misma ronda el Colmena está sentado al lado mío, trenzado a la vegetariana, al lado, la del tatuaje del globo que prefiere escuchar a su amiga chapando que sentarse con el uruguayo, después el cordobés y la vecina. Nos miramos las caras anaranjadas, sin poder interrumpir el sonido del río, las ramas quemándose y los besos de mi compañero. El uruguayo, parado al costado del círculo, con la guitarra del Colmena en brazos, canta un tema de Viejas Locas que le sale horrible.
Cuando uno se emborracha lo suficiente cree que puede medir el tiempo por la posición de las estrellas, o por la cantidad de ramas quemadas en un fogón, cree que es capaz de tocar canciones que no conoce con una guitarra prestada y caminar sobre el fuego, todo con tal de chapar con alguien.
El uruguayo mira el cielo y calcula que son las cuatro y media de la mañana, intenta tocar un tema de Los Redondos que deja a la mitad y al final se sacó las zapatillas, dice que en un viaje a India le habían enseñado la posta para caminar sobre carbones. Cierra los ojos, se pone en estado de trance y salta justo al medio de las brasas.