Treinta y cuatro de septiembre
Por Marcos Escobar
2023
Junio (principios): Hackean la red de la tarjeta del bondi, la ciudad entra en caos y la empresa libera los viajes hasta que lo puedan solucionar. Piloteo una semana yendo a trabajar en la bici y pidiendo Uber para un par de momentos al límite. Finalmente solucionan el quilombo y Mercado Pago me deja cargar la tarjeta. Le pongo $300 antes de ir a acostarme. Al día siguiente nos subimos al colectivo con el crío y me rechaza la tarjeta porque está en -$230. Asumo que la carga no se acreditó por lo que estaba en negativo, nunca había tenido ese problema. Nos vamos en taxi y desde el mismo auto le cargo otros $200 que tampoco se van a acreditar. 48 hs. después mandó un mail enojadísimo al correo que figura en la aplicación para reportar demoras en las cargas. Pasan las horas, supongo que me va a responder un bot automático diciendo que van a tramitar mi reclamo y me va a dar un número de seguimiento que seguro va a morir en las profundidades de un Excel. Se hace la tarde y siguen sin responder, tengo un exceso de esperanza y creo que quizás, los reclamos los responde una persona y por eso se demora tanto. La realidad de la tecnología tucumana es peor que la maquina impersonal de las grandes empresas, no hay respuesta, ni automática, ni un mail indicando que la dirección no existe, lo único que queda es un silencio virtual descolocante.
Junio (15/06): El Uber desde mi casa hasta el lugar donde hacen las ecografías me sale $500. El estudio me lo cubre la obra social, pero el doctor me puso “Marcos Juárez” en la orden y la chica de la recepción no me la recibe. Me dice que la haga corregir rápido porque “el único doctor que le puede hacer el estudio en esa zona se va a las cuatro”. Me voy puteando, trato de parar un taxi mientras lo llamo a mi hermano. El viaje hasta el Centro de Salud me sale $440, camino rengueando hasta la guardia, pregunto por el doctor López, me dicen que pase y lo espere. Me quedo parado en la entrada a la sala de internación media hora hasta que mi hermano me contesta: “andá al consultorio 3, ahí te hace la receta mi compañera”.
En el cuartito con el tres en la puerta encuentro a dos chicas con ambos fucsia y morado. Una tiene mi edad, está sentada con las piernas cruzadas arriba de la camilla para pacientes. La otra está en una silla atrás del escritorio, se las escuchaba cagarse de risa desde el pasillo y me demoro medio minuto hasta que agarro el coraje para tocar la puerta y entrar rengueando. “Ahí está mi cuñadito”, dice la que está sentada en la silla, “pero vos no sos hermano de mi compañero”. Me cuesta un montón estar parado y no tengo fuerzas para explicarle el injerto con tres cítricos diferentes que es el árbol de la familia. Me rio solamente, le digo mis datos y rengueo trotando hasta la calle. El taxi para volver me sale $500. Me bajo los pantalones y me siento en la camilla, el líquido transparente de la ecografía está helado.
Taxi de nuevo hasta Storni, al frente de la Casa Histórica ($400). No desayuné en toda la mañana, me siento con Marea, Alba y el Nata a comer. El crío me pide que le haga unos dibujos en la servilleta para que los pinte, este changuito ve dibujitos cada vez más turbios. Gasto $1600 en mi comida y la mitad de la del Nata, camino despacio las dos cuadras hasta el médico laboral para que me justifique la licencia del call center.
—Buenas joven, ¿qué le anda pasando?
—Ayer vine, me dijo que para darme más días le tenía que traer una ecografía.
—Pero a esto le falta el informe.
—Me la acaban de hacer, no sé cuándo ira a cargar el informe el médico.
—Pero acá en el celular no se ve nada, cómo voy a saber yo si lo que usted dice es cierto.
—Mire, el médico es usted. Ayer me pidió una ecografía, le traje la ecografía.
—A ver, bájese el pantalón por favor.
Salgo con la licencia firmada. Camino dos cuadras más hasta casa, me acuesto con las piernas levantadas. A la hora tengo que ir a otro médico. Otro taxi ($600), el doctor me cobra una orden más $3000. Me piden que me baje los pantalones, me manosean por tercera vez en el día y me dan un certificado de reposo por siete días.
Camino por la Salta, paso por el frente de Madre Selva. Toco el timbre y veo que aparece la María. Entro con la intención de llevarme los diarios de Rosario Bléfari, pero cada uno sale $4900. Me quedo con el Diario del dinero, me despido y me subo al último taxi del día hasta casa, que me sale $400.
2015
17/12
Día jueves. Me levanto con una resaca moderada, aceptable para un casi fin de semana. Los miércoles de Bigotes son cada vez más violentos. Anoche me volví con un vaso. Cuando nos corrieron, agarré mi cerveza y salí caminando como si estuviera yendo de la cocina al living de mi casa.
La resaca es por el gin tonic, y la mezcla con birra. El gin sale 50 pesos, lo mismo que un porrón entero. Tengo la sospecha de que en Bigotes lo hacen con ginebra y los disfrazan con unas rodajas enormes de limón que parecen una mitad cada una. Igual en Santos la hacen con Sprite, en comparación está bastante bien. En el departamento de la Corrientes y San Miguel no tengo dónde poner la bici, la acomodo al lado de la puerta que da al pasillo, entra justo debajo de los dos estantes donde están los libros. La tengo que ubicar con cuidado cada vez que entro para no manchar la pared, lo mismo para sacarla. El apuro y la lentitud de sinapsis me hacen raspar la rueda de adelante con la pintura rosa del departamento. Mi hermano ya está cruzado con el tema de la bici, pero aumentaron el bondi, sale casi cinco pesos el viaje.
Llego a Filo cerca de las 11. Dejo la bicicleta colgada detrás de la puerta que da al kiosko que está sobre el pasillo central. La Polo ya me está esperando, tenemos una última reunión con la profe de Medieval para finalizar el cursado. Hacen más de treinta grados, la reunión es en un merendero, la doña, la Polo, yo y dos compañeras más. La profesora fuma Marlboro Gold uno después de otro.
El parcial termina casi a las dos de la tarde. Trepamos por las paredes del hambre. Habilitaron el comedor hace un par de semanas, el menú sale 18 pesos, pero la cocina ya está cerrada, y además ya no hacen menúes porque a esta altura del año casi no queda gente circulando. Ni nos acercamos, la comida de la carta es carísima.
Caminamos hasta el bosque del fondo. Yo saco media tarta que me dieron en el bar y la Polo una taper lleno de frutas. Terminamos el almuerzo, saco del bolsillo mi cajita de cigarrillos y se la muestro con orgullo a mi amiga: Richmond 20. Salen 10 pesos. Son marrones porque vienen envueltos en una hoja de tabaco. Salen 15 pesos menos que una Marlboro box, son hasta más baratos que comprar tabaco suelto y son un poco menos tóxicos que los Rodeo. Mi amiga me dice que voy a morir a los treinta si sigo fumando esa cagada.
La Poli me dice que vayamos hasta su casa así tomamos unos mates hasta que tenga que entrar a trabajar. Nos vamos pedaleando, cruzamos el parque en diagonal y llegamos en veinte minutos. Hablamos boludeces tres horas hasta que me tengo que ir.
La noche en el bar es tranquila. Hay una sola mesa grande, un cumpleaños y dos reuniones de fin de año. Los jueves pagan $250, a eso le sumo $20 de propina, que por suerte las mozas reparten con la cocina. Durante la jornada me entero que Macri levantó el cepo. Casi nunca empiezo el día sin ver las noticias, justo hoy no entré a Twitter en ningún momento. Llego a mi casa a las tres de la mañana, abro el cajón de un tirón y saco un sobre lleno de plata. Tengo $12 mil pesos en billetes de 100, algunos de 50, todo amontonados. Ayer me faltaban $1500 para comprar un pasaje a Europa, ahora ya no tengo fuerzas ni para hacer el cálculo en el celular. Me siento a llorar sobre la cama, todavía tengo los $270 del bar arrugados en el bolsillo. Mi hermano se sienta en la cama asustado, lo veo desde el otro lado de la pieza.
2023
Septiembre (miércoles)
El Negro me putea por teléfono. En realidad está puteando al aire y yo me la estoy morfando de arriba. Hace dieciséis días que trabaja todos los días y con horas extras encima. Mañana tiene el primer franco en tres semanas. Me dice a los gritos que por favor compre la cerveza en mi barrio, que cerca de su casa le quisieron cobrar $700 una lata de Imperial. Hace un mes que el pelotudo se mudó de Alderetes a Barrio Norte. Ahora manda audios haciéndose el porteño y dice que en Barrio Sur todo es más barato porque es barrio de pobres. Le digo que me parece carísimo, que seguro de pasada consigo un lugar donde nos me arranquen la cabeza.
Camino con mi hermana hasta el almacén de la esquina. Tengo una relación compleja con el negocio, la verdura y la fruta es estúpidamente barata (los pomelos salen $50 cada uno), pero el resto es un asalto a mano armada. Me fijo en la heladera de la cerveza, la lata más barata cuesta $600. Salgo indignado. Caminamos por la Entre Ríos hasta que se convierte en Monteagudo. Paramos en un kiosko a mano izquierda con todas las pegatinas de Mercado Pago repartidas en la puerta. La Norte cuesta $600. Le pido que me alcance un paquete de seis y una coca. Me dice que todo es $4500, pero el tipo no acepta transferencias. Nos vemos caminando enojadísimas con la Gorda, pasamos la Mendoza y nos metemos en otro kiosko. El flaco con el flequillo platinado y los costados rapados que atiende se fija la hora, veintidós cuarenta y cinco, nos dice que está todo bien, que podemos llevar. La Norte cuesta $700. Tampoco acepta transferencias.
Mi hermana logra sacar efectivo con su tarjeta —la mía anda cuando quiere— en el cajero que está al frente. A las once y cinco estamos en un taxi cruzando el centro de San Miguel en diagonal. El tablero del auto tiene huecos por todos lados y el techo está lleno de arañazos, como si lo hubieran usado para transportar muebles. El tachero nos cuenta historias de su pueblo, de cuando era chico, de sus primeras cervezas, de cómo antes a esa hora ya se estaban volviendo a la casa y ahora la gente recién se está arreglando para salir.
Mientras hacemos el tour por el depto, mi hermana me pide seis veces que por favor pida empandas de La Pizzada. Me figuran en promoción por la aplicación, compro una docena pensando en que el hermano del Negro viene a comer también. Nos sentamos en el comedor a tomar las birras, hablamos de plata, del trabajo, de las elecciones. Lucas nos cuenta sus historias del laburo en el comedor de una fábrica, yo le cuento historias del call center. Le cuento que me tengo que mudar entre enero y marzo, que seguramente me voy a terminar mudando a Ciudadela o Barrio El Bosque, porque en Barrio Sur están cobrando 80 lucas un alquiler de una habitación.
Pasa una hora sin que lleguen las empanadas, en el mapa veo que el local queda a la vuelta. Estoy a punto de mandarle un mensaje al cadete para avisarle que yo voy a ir buscar la comida cuando veo que se empieza a mover. Bajo corriendo las escaleras porque el portero del edificio no funciona. El chango del delivery está re caliente. Me dice que no es mi culpa, que el local puso las empanadas a $250 y que los reventaron a pedidos. “Hermano, casi te llamo para pedirte que cancelés la comida. Una hora me tuvieron ahí esperando, les he dicho de todo. Estos qué se piensan que cobramos por hora nosotros. Nosotros cobramos por pedido amigo, no nos pueden tener así de demorados, es plata que se pierde” me dice en lo que va sacando las empanadas de la mochila. “Disculpá hermanito, no es con vos. Vos no tenés nada que ver, pero es que me han hecho empingar”.
La Gorda trabaja en el call también, su horario es de cinco horas así que cobra menos y encima tiene solamente ese laburo. Le digo que yo pago la gaseosa y las empanadas, que ella pague el taxi de vuelta solamente. Pide un Uber, la aplicación marca $750, no llegué a anotar cuánto había salido el taxi de ida, el precio era más o menos el mismo, pero el viaje era más corto desde donde salimos. El chango que maneja está cagado de miedo, el gobernador anunció a la mañana que la aplicación pasaba de a ser ilegal en Tucumán, había multas de hasta dos palos.