Cuento: Piramidal
Por Marcos Escobar
Caigo al cumpleaños del hijo de mi amigo medio cohibido. Lo adoro al Turco, amo a sus dos críos y a su mujer, pero el resto de su familia me aterra un toque. En algún momento tuvimos una etapa de convivencia intensa y el Turco tiene seis hermanxs, cada cual con su respectiva descendencia. Una lista interminable de sobrinos y sobrinas, de todas las formas y colores. He tenido algunas borracheras graciosas con ellos, algunos carnavales en Amaicha, algo cercano a la intimidad, pero siempre me han dejado en claro que yo no era parte de ese clan. El Juli es hijo de uno de los hermanos más grandes del turco, tiene dos años más que yo, y uno de los pocos que son tranquilos en esa familia. Claramente no tiene la calle de sus primos, ni tampoco le veo maldad. Un tipo bien, que disfruta un fernecito tranquilo escuchando folklore y acostarse a las tres de la mañana como mucho.
Busco refugio en medio del quilombo de cumpleañitos aferrándome al bastión masculino de pararme al lado del asador. Lo veo llegar tarde al Juli, vestido de traje y camisa. Lo saludo, le pregunto si viene de un velorio o por qué anda de traje un sábado a la tarde. No se ríe, anda con los ojos perdidos, se queda viendo el carbón prenderse y apagarse con nosotros tomando birra y cagándonos de risa al lado. El Turco se va a mear y quedamos solos con el Juli, que sigue mirando las brasas como si él acabara de descubrir el fuego. Le pregunto si está bien. Logro que gire la cabeza, parece que recién se da cuenta dónde está parado.
―Che Marcos, ¿a vos te gusta la plata?
―Sí, obvio que sí.
Se le ilumina la cara. Me dice que tiene un trabajo para ofrecerme, que podemos hacer un montón de guita y que el laburo es mínimo. Me dice que me va a hablar para que tengamos una entrevista. Al martes siguiente me manda un mensaje: “Marquitos querido. Nos juntamos con el equipo de trabajo el viernes en Buenos Aires y General Paz, 4 30. Te espero?”.
Somos seis personas esperando en la puerta de un salón de fiestas cerrado. Un chango con la gorra dada vuelta y su novia, una changuita con pinta de dieciocho años recién cumplidos, un otaku, un chango que vino de camisa y pantalón de vestir y yo. El Juli llega saltando más que caminando, nos da un abrazo a cada unx. Sigue con el mismo traje del sábado pasado, pero lo llevó a la tintorería. Ya no tiene la mirada perdida en ningún lado, sonríe con todos los dientes, está eufórico. Golpea la puerta de servicio y le abren desde adentro.
Nos hace pasar hasta un livincito en medio del salón que armaron con unos sillones. Ahí nos sienta, nos sonríe con todos los dientes y nos pregunta:
―Bueno, ¿a quién de acá le gusta la plata?
Nos comienza a explicar cuáles son las tres formas de ganar plata: trabajando para otro, teniendo un negocio propio o haciendo que otros trabajen para nosotros.
―Obviamente lo que todos queremos es que otros trabajen para nosotros, así podemos disfrutar del tiempo de ocio.
Abre su mochila y empieza a sacar una pila de libros. Padre rico, padre pobre, uno de Donald Trump, y tres más sobre finanzas que nos va mostrando. Una especie de clase sobre la plusvalía marxista pero? explicada desde el lado oscuro. En el medio de la clase aparece un chango con la camisa arremangada y metida adentro del pantalón, los pectorales y los brazos enormes, el culo perfecto sobresaliéndole del el pantalón de vestir achupinado y unos zapatos marrón clarito relucientes. Lo abraza al Juli, nos dice que el pibe es un crack. Le da una revolvida de pelo y se las toma. El Juli no cuenta que ese es el Gonza, que ya es project manager y tiene cerca de veinte equipos trabajando para él. Nos dice que la inversión para entrar es mínima, comparada con lo que cuesta poner un negocio, que cualquiera la puede pagar y hacer laburar la guita.
―Che ―logro preguntarle después de marearme con una clase de economía maxista invertida durante media hora―, no entiendo qué es lo que vamos a vender.
―Vos no tenés que vender nada, vos tenés que lograr que otros laburen para vos.
―Y bueno, pero ellos qué van a vender para traerme la guita a mí.
―Y es que no hace falta vender nada, vos lo que tenés que hacer es ponerlos a laburar, ellos invierten en el negocio, y vos les das las herramientas para que ellos también consigan hacer entrar gente al negocio.
Me voy empingado de haber perdido dos horas de mi vida, pensando quién puede ser tan boludo de caer en semejante verso.
A los pocos meses me encuentro con el Turco, nos tomamos una birra en la parte alta de su terreno en Amaicha viendo los rayitos de sol sobre el cerro. Le pregunto qué onda con Julito. Me cuenta que está hecho un boludo, que la enganchó a la tía ―la otra hermana del Turco― y al boludo de su primo en una movida rarísima de guita, les hizo poner una torta de plata, les devolvió una parte y después se borró. Lo fueron a buscar a la casa y tuvo que salir el padre ―el hermano del Turco y de la tía, y el tío del otro primo― a decirles que Julito estaba muy mal, y se terminó haciendo cargo. Me dice que después Julito cayó al cumpleaños de la abuela a los tres meses como si nada.
Era 2015. Vivíamos con mi hermano más grande en un departamento de una habitación en la Corrientes y San Miguel. Mi viejo pagaba los cinco mil pesos del alquiler y me tiraba cinco mil para bancarme la facultad. Yo además trabajaba de cocinero en dos bares, así que hambre no pasábamos.
Llegamos a diciembre de 2023, hace cinco años que trabajo en un call center y estoy enloqueciendo. Tengo pocas horas, pero el tiempo que no estoy trabajando me la paso en automático. Mi mente no aguanta un día más. Estoy sentado al lado de mi hermano más grande, el médico, en un cumpleaños. He tratado de generar guita por todos los medios. Me he visto la mitad de reels que existen sobre inversiones, CEDEAR’s, Bitcoin, Solana, Dodge Coin. Estoy metido en Binance, Nexo, Exo, Fiwind, Bull Market. Entre mis horarios del call creo que llego a las 14 horas trabajando por día, y en los segundos libres que tengo trato de ganarle algo de diferencia a la plata. En todos los videos te dicen que no inviertás lo que no estás dispuesto a perder, ¿y qué hago si no tengo ni para perder? Hay algo extraño en el trabajo, hay algo que falta. Mis viejos son asalariados, y mis abuelos han sido asalariados toda su vida. Con sueldos polentas o con sueldos de hambre, siempre había algo a principio de mes. Se llegaba con lo último, obvio, pero se llegaba, y se pagaba una casa del IPV aunque sea, y un autito usado para llevar a los chicos.
El sueldo contemplaba algo más que la supervivencia, en mi memoria. Mi viejo se quejaba de que faltaba guita mientras levantaba una casa, ladrillo por ladrillo, junto con su esposa. Mi vieja igual, pero un banco le dio un crédito una vez y se compró una casa de dos pisos en la que sigue viviendo.
Acá pasa algo. Trabajo seis horas, cinco días a la semana en una empresa multinacional y no estoy pudiendo ni pagar un alquiler para el crío y para mí. El call está lleno de abogados corriendo para atender casos en los horarios que le quedan libres, nutricionistas vendiendo Natura, profesores armando viandas, ingenieros dando clases particulares, licenciados en administración ofreciendo cajas de sorrentinos y un montón de gente sigue trabajando ahí solamente porque prestan muchísima guita adentro. No aguanto más el fordismo del contacto humano, la mecánica de la atención al cliente automatizada, alienada, y sobre todo, sin otro propósito que dar excusas, cumplir con la ley que dice que alguien te tiene que atender, registrar tu reclamo, y que se registre para que después la empresa mande a eliminar los archivos automáticamente cada treinta días.
Pruebo ahorrando en plazo fijo, me tiemblan las manos todos los meses, pero logro no gastar esa plata, hasta que la inflación se comienza a ir a la chota. El plazo fijo ya ni siquiera le pelea. Encuentro una nota en Infobae, dice que los bancos le piden al gobierno nuevo que elimine los plazos fijos en UVA. Pienso que si los bancos quieren darlos de baja, es por ahí. Pongo el mínimo de noventa días y me entrego. A la semana veo que el BCRA autoriza elevar el mínimo a 180 días. Así voy, esquivando devaluaciones una a la vez. Pasan los tres meses y el plazo fijo me paga un 50%, paso de 200 a 300 k, me siento el rey de las inversiones por una semana hasta que sale la corrida y mi plata vale la mitad de nuevo.
Le estoy explicando esta secuencia a mi viejo en la mesa de un domingo comiendo empanadas cuando me doy vuelta a mirarlo a mi hermano más grande porque ya le pedí tres veces que me alcance las sfijas y el chango no responde. Lo agarro viendo una aplicación en el celular, alcanzo a ver “USDT”.
—¿Qué es eso? ¿Unos de esos fondos comunes de inversión? —flayo que hasta mi hermano el médico está tratando de rebuscarse algo como sea.
—Ya te voy a contar bien —me deja la promesa picando.
Aparece a las dos semanas a tomar unos mates. En el departamento de dos habitaciones vivimos mi hermana más chica, mi otro hermano, el crío y yo. De a poco van apareciendo después de la siesta. Ahí arranca el médico, nos muestra la aplicación, la plata que tiene puesta y cuánto le da por día. Hago cálculos mentales:
—Cabezón, eso está largando casi 30% mensual. No tiene sentido.
—Sí, ya sé. Esto no es para siempre. Pero si vas metiendo gente con tu código, te suman a vos también y te da más porcentaje encima. Mi compañero tiene metida una banda de gente, le saca como cien dólares por día.
—Sí,todo bien con que te aparezca el número ahí, ¿pero te la deja sacar de nuevo después?
—Y esto se va a caer en algún momento, hay que aprovecharlo.
Al mes siguiente paso toda la plata a dólares y entro con todo. Mi hermano me agrega a un grupo de Telegram donde me tengo que presentar, y de ahí me agregan a otro grupo donde tengo que ir subiendo capturas de cómo suben las ganancias.
—¿Para qué es el grupo, culiao?
—Es porque mi compañero tiene una movida grande, él ya habla con la gente de la aplicación y de ahí lo capacitaron sobre cómo armar grupos para que se sume más gente.
A veces paso semanas enteras sin mandar nada al grupo. A los dos meses le empiezo a prestar atención, veo que se juntan para organizarse y ver cómo seguir metiendo usuarios nuevos. Primero una par de mujeres juntándose en la casa de una, y al tiempo convocan a una charla en un salón. Hacen imprimir banners, invitan la merienda, veo fotos de unos changos con la camisa metida adentro del pantalon achupinado.
Renuncio al call, me decido a trabajar como independiente y poner mi propio negocio. Me la banco uno, dos meses. Hago el primer retiro, demora tres días hasta que se acredita. Respiro.
Mi hermana pide plata prestada y se mete a la aplicación. Aguanta todos los meses, pero no toca la guita. Sigue trabajando en el call y quiere juntar para hacer un curso de marketing y para arrancar su propio negocio. Mi otro hermano, el más chico, también se mete. Al más grande le rinde tanto tenernos en su equipo que le conviene prestarle la plata para subir de nivel. El pendejo se compra la entrada para un congreso en el sur, faltan seis meses, hace cálculos mentales, si aguanta sin sacar nada se va a poder bancar el pasaje y el hospedaje.
Hago un segundo retiro. Es miércoles, flayo que estará para el viernes, pero se demora. El sábado nos vamos a comer con mi madre. Me dice que ella invita la comida, que yo pague el café. No estoy seguro de que me alcance. Por suerte el crío dice que está lleno y mi hermano dice que tampoco va a tomar nada. Mi vieja se pide una jarrita y yo un americano. Pago con lo último que me queda en la cuenta y dejo los últimos 200 que tengo en efectivo de propina.
Llega el domingo. Nada. Colapso. Lloro toda la tarde. Pienso en cómo me quise hacer el emprendedor y terminé siendo un fracasado. Mi novia me enchufa un clona y dos secas de porro. El lunes a la mañana la plata se acredita.
Tengo resaca de tristeza, tristeza de ver que no hay plata que alcance, tristeza de laburar todo el día y vivir amontonado. Quiero sacar toda la plata de la aplicación, y después pienso que si aguanto dos semanitas más junto la plata para comprar una heladera y capaz que pagar la entrada a un departamento.
La aplicación me empieza a bombardear con ofertas. Me ofrece duplicar la plata si hago un depósito nuevo, pienso de dónde puedo sacar. Me tiento de poner plata de mi negocio, duplicarla y sacarla de nuevo. Pienso que puedo vender la moto, duplicar la guita y comprarme otra nueva. Hasta pienso en pedir plata prestada. El sábado siguiente me despierta mi hermana por teléfono, me dice que la aplicación enloqueció con las ofertas, que ya dos personas le dijeron que eso significa que se va a caer. Junto los intereses de ese día y hago el retiro. El domingo al mediodía viene toda la ranchada a comer a casa, entre todos lo convencemos a mi hermano más grande para que saque la plata también. A la noche nos rechazan el retiro a todos.
Le doy bola al grupo de Telegram por primera vez. Están sacados. Gente que vendió autos, gente que sacó créditos para meter la mayor cantidad de guita posible. Intento sacar la plata de nuevo el lunes. Espero el miércoles, jueves, viernes. El sábado el grupo se pone violento. Salta la ficha de que los “líderes” no saben quiénes son los dueños de la aplicación, toda la comunicación es por mensaje. Al “líder” de nuestro equipo le llueven mensajes, lo quieren ir a buscar a la casa, le dicen que saben a qué colegio van sus hijas. El grupo general tiene más de 46 mil personas metidas. El domingo algunas personas siguen mandando capturas de los intereses, las últimas personas que tiene alguna esperanza de que les contesten. Tienen cien, ciento cincuenta dólares metidos, los últimos restos de los que menos tienen, los que más la necesitan.