El homenaje a Reneé: postales de una noche mágica
El miércoles, el Centro Cultural Virla se llenó de militancia, de risas, de emoción, de amor y de arte. Las subversas, el grupo de cantoras del que Reneé Ahualli formó parte, la homenajeó y todo fue mágico. La histórica militante fue recordada en sus diferentes facetas: artista, docente, sobreviviente del terrorismo de Estado, amiga. Testigo fundamental de un fragmento de la historia argentina y la cultura tucumana. Madre de ‘Fede’ y ‘Loli’ y de muchas otras personas que no parió pero a las que les dio el mismo amor y el mismo lugar en su familia.
Le decían La Turca, para los más cercanos era, y seguirá siendo, La Reneé. Con estas imágenes que intentan hacerle justicia a una noche hermosa, reproducimos las palabras que le dedicó María Coronel una de las hijas que Ahualli supo cobijar.
RENEÉ
Las madres que tuvimos les Hijes fueron heroicas, combativas, guerrilleras, inteligentes, hermosas. ¡Uf! Perfectas. A muchas no las conocimos, así que fuimos adoptando otras en el camino. A mi hermana y a mí nos tocaron varias maravillosas que nos marcaron la vida. La Reneé fue una imprescindible. Me cuesta pensarla en clave de ‘fue’, en clave de homenaje. No me sale escribirlo, como no me sale leerlo...
Sí. La Reneé fue tremenda revolucionaria hasta el día que cambió de plano pero para mí ella es el Citroën parchado, la voz potente, la Loli y el Fede y la casa de la Anchorena.
En esa casa aprendió a caminar mi hijo, tuvimos innumerables cumpleaños y festejos, me cobijaron en navidades y años nuevos cuando me quedaba sola. Ahí me hice mi primer tatuaje, en la piecita del fondo, y me sentí siempre en familia, sensación que no estaba acostumbrada a tener.
Se me vienen a la cabeza millones de anécdotas, recuerdos que abrazo y que además me trajeron a la Loli a mi vida. Me acuerdo que siempre le daba las gracias yo a la Reneé por haberme regalado esa hermana que tenía el corazón más generoso que yo haya conocido.
Pero el momento más fijado en mí es del día del entierro del papá de mi hijo. Como en cada momento en que la necesité, fue la René la que nos llevó al cementerio. Cuando salimos, toda la familia paterna de Simón se juntaba en una casa, yo me iba a la Anchorena. Simón me pidió ir con nosotres. Nos sentamos la René, la Loli, Fede y yo alrededor de mi hijo adolescente que, de golpe, tenía el único dolor que todes en esa mesa habíamos deseado que no sintiera jamás. Y esa tarde, en esa mesa, con esta nuestra familia armada por la vida, Simón sonrió. Me explota el corazón de amor y gratitud por ese momento, por la tranquilidad que sentí de tener a esa familia sostén.
Puede que ya no tengamos el vozarrón potente de la Reneé cantando un tango por ahí, puteándonos siempre por algo (obvio), pegando esas carcajadas indisimulables. Puede que ya no vuelva a saborear ese carré de cerdo (“el carré de la René”) que era lo único agridulce que Simón y yo comíamos y comeremos en la vida.
Pero si algo sabemos quienes no tuvimos a las propias en este recorrido loco de la vida, es que las madres, esas que fueron huracán, se quedan siempre por aquí, cerquita, soplando suave para que no nos caigamos.
No te voy a decir hasta la victoria siempre Reneé, a la victoria la tuvimos disfrutándote tanto. Para vos, mi madre del corazón, el grito con la sonrisa: ¡VIVA PERÓN CARAJO!